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PRESENCIA

Por David Alberto Muñoz

—¡Quieren construir un muro compadre!

—¿Cómo un muro?

—Pues que no ha visto las noticias. El senado aprobó la construcción de un muro de más de chorrocientos kilómetros a lo largo de la frontera para detener a toda la raza.

—¡Ay compadre! ¿Usted cree que de verdad nos van a parar? Desde cuando estamos haciendo túneles. Además, si nos ponen mucha tecnología me va usted a decir que los coyotes no tienen página de Internet donde ofrecen sus servicios con descuentos, y hasta puede uno pagar con tarjeta de crédito.

—No manche compadre. ¿A poco?

—¡Me cae!

El debate político continúa, el país se encuentra en una verdadera guerra donde tal vez no muera el soldado físicamente como está sucediendo en Irak. Pero eso sí, se pueden observar gigantescas cabezas siendo destruidas por el odio, el resentimiento y la falta de sentido común de muchas personas.

Desde el punto de vista histórico no es ningún secreto que el área del suroeste de los Estados Unidos de América perteneció a México hace muchos años. Hay que ver la gran influencia hispana dentro del área. Simplemente en los nombres de las ciudades: San Diego, San Isidro, Los Ángeles, El Cajón, Mesa, Apache, Los Álamos, Las Cruces. El alimento más vendido es la comida mexicana. ¿Cuántos restaurantes que ofrecen el arte culinario de México existen dentro de este país? Todo mundo ya sabe pedir “tacos con salsa”. Además de haber aprendido a beber Corona e incluso, a celebrar el cinco de mayo a pesar de que este año las cosas están que arden.

De igual manera, conocemos muchas historias de abuelos e incluso padres de ya avanzada edad, que se convirtieron en extranjeros en su propia tierra de la noche a la mañana.

—Fíjese que eso le pasó a mi abuelita compadre. Nada más le llegó un gringo diciendo que esa tierra en la cual vivía ya no era México, sino los United States. Y mi pobre abuela como no sabía inglés nada más se le quedó mirando al gringo con la cara de sorpresa. Por poco y la echan para el otro lado. Ella no podía entender cómo de pronto la tierra se había vestido de los colores rozo azul, si siempre había sido la misma, verde como la esperanza.

En los años treinta y cuarenta el mismo Tío Sam invitaba a sus vecinos del sur a ingresar a este país y trabajar los campos agrícolas. Era tan fácil hacerlo que en ocasiones cabe preguntarse: ¿qué pasó?

Aquella época fue tal vez la época de oro de este país. Cuándo el ciudadano del imperio del águila calva era honesto, trabajador y hospitalario. No que no exista este fenómeno actualmente, pero el porcentaje definitivamente ha disminuido. Muchos ciudadanos se han quedados dormidos en sus laureles y no se han dado cuenta que somos los cafés los que trabajamos mucho para poder subsistir.

Si salías a la calle le tenías confianza a los policías. En cualquier situación de peligro te acercabas al hombre vestido de azul con la plena confianza de que el oficial te ayudaría. Podías dejar tu casa abierta, sin llave, con la seguridad que al regresar encontrarías todo, absolutamente todo, con una nota advirtiéndote que sería mejor que la próxima vez cerraras tu vivienda para no dar tentación a los “malos” elementos de la sociedad.

Poco a poco el panorama fue cambiando. El anglosajón despertó cierto día teniendo conciencia de su realidad. Millones y millones de indocumentados hijos del maíz levantaron su rostro demandando sus derechos civiles. Es muy curioso el ver cómo el discurso estadounidense de libertad para con los pueblos, es disipado por la negación de querer dar el razonable y lícito derecho a existir y luchar por un deseo dado a todos los seres humanos de buscar la felicidad.

—Lumbreras de la calle, oscuridad de su casa…

Ahora todo es odio. Hay que culpar a alguien de todos los males sociales y económicos de la nación. Todo el mundo sabe que solamente “ellos” son capaces de hacer las cosas. Mientras los chamacos se pelean con los profesores para sacar una calificación más aceptable. Los Estados Unidos contratan a médicos de las India, ingenieros hispano parlantes, constructores que trabajan hasta doce horas diarias y no piden su “break”, ni sus beneficios, ni su cuenta de retiro, ni tampoco se quejan de las condiciones de trabajo. Al contrario, simplemente agradecen la oportunidad de estar laborando. Eso, mucha gente desea ignorarlo.

Para al final de cuentas quedarse estancados detrás de un dogmatismo religioso de extrema derecha que dice:

—They broke the law! They don’t deserve to be here!

—Yo no sé usted compadre, pero yo no tengo planes de irme a ningún lado.

—Pues yo tampoco compadre. Mis hijos ya nacieron aquí. Su vida ya está anclada a este país maravilloso y raro a la vez, la mera verdad. Aquí hemos aprendido que la ley vale. Fueron ellos los que nos enseñaron a luchar por nuestros derechos y ahora nos dicen que van a construir un muro.

—Pues que lo construyan compadre. Además, ¿quién lo va a levantar? Al rato van a estar contratando indocumentados para hacer la labor que muchos no desean hacer. ¡Qué hagan lo que quieran!

Sí, podrán levantar una barrera entre el norte y el sur. Podrán acosar y querer arrestar a medio mundo. Podrán utilizar la violencia e incluso matar a personas que intenten cruzar la frontera ilegalmente. Ya lo han dicho públicamente por la radio (550AM). Pero no podrán eliminar la huella que ha permanecido desde tiempos prehistóricos dentro del suroeste de los Estados Unidos: la fuerza del trabajo, el sudor de todo un pueblo, el nervio de una raza enfrascada entre dos territorios divididos por el hombre, y ambos, le han negado el derecho al respeto propio.

—¿Quieren construir un muro compadre?

—¡Qué lo construyan…qué lo construyan!

© David Alberto Muñoz: dmunoz7@cox.net


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