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En “Parvada de olvidos” encontramos, entre muchas de las razones que tenemos para no permitirnos a nosotros mismos el olvido, la poesía. Y es que, obviando el deterioro por la edad, la memoria, como todo lo humano, no es perfecta, se transforma conforme se le va agregando información novedosa, de tal manera que, como lo refiere Underwood, es necesaria una cierta capa de desmemoria sobre lo antes aprendido para poder dar cabida a lo nuevo que se va acumulando….

ARTÍCULO

—Prólogo a “Parvada de olvidos”—

Imagen  cortesía del autor

Por Rubén Meneses Jiménez

—Exclusiva de Culturadoor.com

rmeneses_mx@yahoo.es

Día de publicación: 12- noviembre- 2013

Y si yo hubiese tenido la memoria buena, habría abrumado

con pláticas a mis amigos, y fuera lástima, como lo

compruebo con algunos de mis conocidos particulares…

M. DE MONTAIGNE

En el principio fue el olvido. De ahí proviene todo. Y si antes, mucho tiempo antes, eran los ancianos los poseedores de la verdad -pues ellos conservaban la memoria de lo ocurrido, de toda historia. Un ejemplo clásico: Homero. Es sabido que, ciego, no pudo haber estado en ninguna batalla; entonces fue que tuvieron que contarle los que sí lo hicieron. Pero ese contar ya venía filtrado con la imprecisión del tiempo, la memoria propia del juglar, o la invención por lo que tampoco se vivió (por eso de andarse ocultando para que no le cayera alguna flecha o lanza que interrumpiera el relato). O si no fuese que, ya sordo por la edad, a Homero le dio por colocar hechos sobre otros que tampoco escuchara. Y es que para ser posible la serie de metáforas que lustran a una y otra obra: La Ilíada, tanto como La Odisea debieron partir de una invención grande sobre otra para darle cuerpo y vida. Entonces es que sobre lo olvidado, y sólo sobre lo olvidado es posible crear lo nuevo.

En ese intento está este libro de poesía: Parvada de olvidos de Manuel Cuen Gamboa. El segundo que sale a la luz después de 15 años de no publicar obra poética. ¿El porqué de este amplio silencio? Quizás podamos encontrar la  explicación en el propio texto. Vamos.

Antes: el autor. A Manuel Cuen Gamboa me lo encontré una tarde en que deambulaba por el pueblo (San Luis Río Colorado, Sonora), mientras buscaba mi reencuentro con éste después de 17 años de ausencia, en el intento de recuperar lo olvidado y dar nueva vía a la fe por mi retorno. Era 1985, era septiembre u octubre y era la Casa de la Cultura. Se preparaba para abrir por primera vez sus puertas. Me llamó la atención la euforia como el personal recibía a los que llegábamos a preguntar por qué pasaba. Ahí, entre los responsables estaba el autor de este poemario, muy flaco y relamido. La intención era echar a andar un proyecto de muchos años antes que yo todavía desconocía. No sabía, por ejemplo, que le había precedido un movimiento social fuerte y constante de artistas y promotores de la localidad, entre ellos, Manuel Cuen.

Y fue en ese edificio, pequeño e inoperante ubicado en la Kino y 9 que fue posible para él, y para fortuna del pueblo, darle vuelo a su creatividad como pintor, promotor y poeta que había ya antes iniciado en el departamentos de Difusión Cultural de CESUES (otra lucha fuerte y decidida de los sanluisinos, y otro logro), así como en la radio y una columna semanal en el periódico Tribuna de San Luis. Porque Manuel Cuen Gamboa pertenece a una generación de cambio histórico en el noroeste del país, porque ha permanecido por más de treinta años, y apoyado, no solo con su obra y ejemplo, sino con proyectos encaminados a la difusión de expresiones artísticas de otros creadores de la localidad: en grupos culturales (Grupo Nahual, Caminos del Sol), congregaciones de artistas (Sociedad de Artistas Plásticos; Sociedad de Escritores de San Luis); promotor cultural (Jornadas Binacionales de Literatura, Poetas Migrantes), Editor (Revista y Ediciones Papel), entre otras funciones que se ha atrevido a realizar desde posiciones, adversas a veces, pero siempre con generosidad y esmero.

Y si en su primer libro de poesía, Rondín Nocturno, se perfilaba un autor con dominio de las formas, tiempos y recursos poéticos, es en este, su segundo poemario, Parvada de olvidos, donde demuestra que se las ha arreglado para manifestar que el tiempo ha curtido su estilo, afianzado su arte y realzado el lenguaje con el que nos conmueve y sorprende al hacernos ver que no todo estaba dicho, que nos hacía falta imágenes todavía con las cuales percibir otras realidades, o las mismas, pero en distinta inflexión y altura.

En Parvada de olvidos encontramos otra, entre muchas de las razones que tenemos para no permitirnos a nosotros mismos el olvido: la poesía. Y es que, obviando el deterioro por la edad, la memoria, como todo lo humano, no es perfecta, se transforma conforme se le va agregando información novedosa, de tal manera que, como lo refiere Underwood, es necesaria una cierta capa de desmemoria sobre lo antes aprendido para poder dar cabida a lo nuevo que se va acumulando.

Así, Parvada de olvidos se presenta a manera de una colección de 39 poemas de variadas intenciones y artilugios;  tal es el juego palindromático en el poema Luz azul: conjunción de elementos naturales que se conjugan en el vuelo de las aves, como dando movimiento al poemario.

O en forma de palabras humedecidas girando alrededor del objeto amado, mientras el poseedor de la voz poética, impertérrito y lejano no se compromete pero sí deja que esa saturación se trasmine hasta corromperle todo. Y permite el pasar del tiempo, ese tiempo que habita azares y silencios.

Cierro las manos

y el espejo me anuncia

que se hizo de noche.

Nada más lejano que saberse a salvo mientras la oscuridad se manifiesta en un espejo inaprensible, como lo expresa en el poema Palabras de noche.

Conocimiento necesario para interpretar, y, por consecuencia, poder recordar lo sucedido alrededor a través de su reflejo propio.

En Cicatriza la palabra, el poeta se centra en la luz que resalta desde el desierto con su amplitud máxima en el destello mágico que permite conjugar las reverberaciones del sol con la candidez de la ensoñación primera.

Constelación ojos adentro.

Ecos que nacieron

En lo más salado del silencio.

Aquí vuelven a surgir las reminiscencias del mar, las cuales se le presentan al poeta como olas sorprendiéndole en ese silencio interno que le acosa para intentar cubrirle en un plano forzado, como una vendimia donde la creación es un esplendor furtivo destinado a cubrir esa herida que solo en el lenguaje se digiere.

Sabemos, por experiencia propia, que no existe mayor pesar que el tratar de recordar algo sin alcanzarlo. El olvido es, entonces, un poco la muerte. En ese estado, en apariencia inerte, está el recuerdo de lo que fue, como una huella apenas de una percepción inaprensible.

En ese sentido, la voz que canta en el poema Amargo es el sol caído se descarna ante la aurora donde deja pasear del tiempo por sobre sí hasta penetrarle, desplomarse en pos del objeto desde donde se percibe a sí mismo en la caída, advirtiendo la sombra cómo se distiende para cubrir la esencia del día.

Era un pájaro que caía,

Luz y sombra del ocaso.

Pues nos olvidamos de las cosas que nos duelen o de las que no estuvimos atentos para capturarlas en su totalidad. Estas últimas es como si no hubiéramos sabido; no han muerto porque nunca vivieron; no en nosotros. Pero sí en el estado de sombras que están a nuestro alrededor; es decir, aunque no nos percatemos de su existencia, tal parece que sí las percibimos en esa falta de “algo”. Así, donde nos encontramos en ese círculo de indefensión que es el “no saber por qué” está per se la búsqueda de aquello que casi, en algún momento, lo estuvimos.

Como cuando el poeta, en Una copa de luz, al igual que Ulises en su regreso a Ítaca debe resistir, lo sabe, advertido por Circe, del canto de las sirenas, en mar adentro, que le reclama. Pero, si el héroe es apoyado por la tripulación, para ser amarrado al mástil de su barco, aquél no cuenta sino con una simple y frágil espiga dorada de trigo como imposible referente y freno. Por ello, se siente en amenaza continua dentro de la magnitud de la noche que es el mar, y es el universo infinito donde se desmarcan en punta las horas para agitar las penumbras; donde espera, lisamente estoico, para humedecerse de erotismo; hundirse en fruición por el fruto; arrimándose hasta el roce exacto en el que todo deseo se exalta.

En este poemario (como en todo), otra sombra es el contexto. El contexto nos “animiza” (de ánimo y ánima), nos puede convertir en seres en una sola dirección, altamente receptivos. Y si un ruido de, digamos, una explosión, sucede cerca de nosotros, todo hecho vecino volará por los aires en pedacería que habrá que recoger, como un rompecabezas con algunas de sus piezas extraviadas: las que se han quedado perdidas y, por lo tanto, olvidadas. ¿Qué hacer?: la creación, para soslayar ese trágico paso que no estaríamos dispuestos a ceder.

La solución la propone en el poema Esta es palabra de amor, donde aparece refulgente el sexo como un violento estampido que florea y enloquece hasta sucumbir ante las mayormente filosas miradas del tiempo, miradas que vibran desde el cielo como luna sangrante; y el poema es la caricia o el beso en medio de un torrente, como lluvia que se bifurca entre la sábana y la boca profunda donde pide ser alojado.

Y es en ese desbordamiento donde se deja quemar, como un condenado que requiere la sabiduría del fuego para ser bendecido:

Que tus brazos de diluvio

Me ahoguen por siempre.

Que tu lengua de fuego

Me acaricie los pies.

Conságrame, salacídame.

Aquí, Cuen, de sus palabras se sirve para enumerar una letanía virtuosa del acto amoroso como una liturgia que permite activar la luz hasta hacerle extirpar el aura para sembrarle en un abrazo el propio acto de la eucaristía. En ese tratar de recuperar la información que se nos ha escondido fuera del alcance de la memoria es donde damos, un poco como aliviados, con la obra original.

Es la creatividad, como resorte que se distiende cuando hemos olvidado el origen del sentimiento que le ha dado vida, pues la falta de memoria, tal lo expresó Montaigne, puede fortalecer otras facultades a medida que se va perdiendo aquella.

Y no está exento el poeta de usar sus artilugios, como el acudir a la nostalgia que le permite recuperar reminiscencias de las ingenuas complicidades de la infancia, en la aventura apresurada de llenar los años de anécdotas, donde

El Rica, el Robe y el Titiro

Eran tres plebes púberes

Mis compañeros de infancia.

Devoradores de fotografías añosas

Propietarios de la risa y vagancia infantil.

Transgresores de la cardinalidad del tiempo.

Leñosos impulsores de lo que sea.

Destejedores de la telaraña y el olvido.

Picaresca en el poema Destejedores de olvidos, de la prisa por acudir a la prueba de lo ya perdido como un puente que le dé luz, esa luz que proviene de la foto a lo que se acude siempre para evitar la desmemoria añosa, perversamente inevitable.

Ahí es donde el poeta se adentra y se refugia en su visión extrema por el contexto que le proviene de la desesperación por alcanzar una meta, la vida siempre trunca por el tiempo; ese tiempo único, único porque no hay distancia que no se añore porque siempre jamás ha sido mejor que ahora.

Algo así se denota en Migraciones, una funesta visión dolorosa, por cotidiana y repetida. ¿Cómo permanecer inerme ante la imagen grotesca de un cadáver que nada o flota libre, prominente, sin memoria? No basta la fugaz noticia que nadie parece percibir ni dejarle conmover.

Los he visto

Arriesgarse por llanuras.

Llorar un antes

Y un ahora similares;

Hinchárseles el cuerpo

En los canales.

Los he visto

En urnas funerarias

En panfletos, noticieros,

Manifestaciones;

En la morgue

Vergonzosa del olvido.

Pregunta: ¿es la poesía el fuego que se dirige al infinito para consumirse en su propio incendio? O es ésta el reconocimiento de la debilidad propia del poeta –pues todo creador sucumbe ante su propia voz que le acosa y redefine- la rendición donde debe permanecer está marcada desde y para siempre; desde cuando el tiempo era menos astuto que este ahora lleno de abandonos que le atormentan hasta consumirle.

Y es que el autor no halla otra cosa más sino presentir el cuerpo amado para de inmediato, de manera mecánica, explorar a través del texto y lanzarse sin freno al azar por caminos sinuosos que le exigen su atención y mano; poniéndole los nervios de punta por el desconfiado páramo por el que está condenado adentrarse hacia la búsqueda de ese hálito de luz, oculta y desconfiada por evitar el encuentro con su soledad propia, tal se expresa la voz poética en el poema que le da título al libro; o, más bien, buscando intervenir en el proceso íntimo por los escondrijos propios de su alma…

Extrañando

Las medias noches en invierno,

El vino tinto, el retrato de lo incierto

Sobre la pared rota, la biografía de la nada.

El resabio de luz sobre tu vello púbico.

Extrañando

Las ruinas de otros fracasos.

Ese extrañamiento representa, oculto, el olvido como fase indispensable para la acción creativa, pues se requiere volver a su principio y exigir desde ahí ser liberado, en la mente, en el texto, en el poema, en Parvada de olvidos: libro imprescindible desde ahora para interpretar la actual literatura del noroeste; que da fe de la nueva propuesta poética de Manuel Cuen Gamboa y que permite el relanzamiento de la Editorial Papel en su nueva época. Enhorabuena.

******

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