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Ese año Horas de Junio se llevó a cabo en el Museo de Historia, un sitio que yo conocí muy bien cuando la misma fortaleza de maciza piedra albergaba la lúgubre y temible Colonia Penitenciaría del Estado de Sonora, sitio en el cual pasé seis meses de mi juventud debido a la funesta Ley Anti-drogas…
La antigua cárcel, hoy museo, en Hermosillo. Archivo
Por Mario Licón Cabrera
—Desde Sydney, Australia, exclusiva de Culturadoor.com—
Día de publicación: 10-Junio-2008
El 20 de mayo del 2002 regresé de Tepoztlán a Hermosillo para despedirme de mis familiares y de mis cuates, para luego seguir el itinerario rumbo a Los Ángeles y luego hasta Sydney, pero visitando al Jeff en su oficina, éste me propuso quedarme para las ya muy próximas Horas de Junio de ese año. No vacilé mucho en aceptar la tentadora provocación, perdí mi boleto, pues ya estaba a punto de expirar, quedándome en Hell-mosillo (como lo llama Víctor Hugo Barrera) no sólo para el encuentro de escritores de ese año sino – económicante forzado- también para el del año 2003.
Dos días antes de que las Horas empezaran me tocó acompañar al Cheik al aeropuerto para recoger a Lucita Garcés que fue la primera en llegar. Antes de abordar el pick-up el Cheik sacó de su hielera tres botes de Tecate bien heladas. Las vaciamos mientras fumábamos un cigarro bajo un estrellado cielo azul.
Al día siguiente acompañé varias veces a mi sobrino Mario para recoger docenas de escritores y poetas de ambos sexos y conexas. El microbús se tambaleaba al ritmo de risas, cábulas y salutaciones. Los 50 grados de calor parecían no molestar a nadie, por lo contrario, era un delirante estímulo para el júbilo colectivo –claro- todos pensando en el refrescante paliativo de unas bien reportadas ‘chelas’. Recuerdo que le pregunté a la gran blusista y escritora y catedrática tijuanense Rosina Conde si le molestaba el calor, “ me encaaaantaaa este sollll…” me respondió con una amplísima sonrisa.
En esta ocasión el Jeff nos apuntó un bien refrigerado cuarto doble en el Gándara al PacoMun y a un servidor, el cuarto siempre estuvo lleno de visitantes y era también –entre trago y trago- como una casi/permanente mesa de discusión y promoción personal, mientras afuera otros se zambullían en la atestada alberca.
Ese año Horas de Junio se llevó a cabo en el Museo de Historia, un sitio que yo conocí muy bien cuando la misma fortaleza de maciza piedra albergaba la lúgubre y temible Colonia Penitenciaría del Estado de Sonora, sitio en el cual pasé seis meses de mi juventud debido a la funesta Ley Anti-drogas, cacería de brujas, que azotó a la comunidad estudiantil al principio de los 70’s, orquestada por el periodista amarillista-facistoide Enguerrando Tapia Quijada (también conocido como “embarrando tapias de cagada”). El antropólogo, escritor y buen amigo, Alejandro Aguilar Zeleny, que tiene su flamante oficina en el citado ex-presidio, me llevó a recorrer los pasillos, crujía tras crujía, para ver si yo recordaba en cuál de ellas había yo cumplido mi condena. El sitio había cambiado tanto –para bien de todos- que yo no pude ubicarme ni en el tiempo ni en el espacio.
Esa tarde, en la agradable penumbra del teatro del Museo, yo estaba sentado en medio de la guapísima y activa poeta cajemense Mara Romero y el Paco Luna de siempre; en la mesa de lectura también estaban el tijuanense y gran ‘Pancho’ Francisco Morales; y desde la capital del smog (ciudad de México) el canta-autor ex-Botellita de Jeréz, “El Mastuerzo”. No recuerdo quién fue el moderador de esa mesa, pero sí recuerdo que yo me porté como un irreverente absoluto. Al Paco le quitaba las hojas de su mano mientras leía; a Mara, en el momento en que leía un poema erótico que decía algo así como: “…recorro con mi mano tu espalda y tus cabellos…”, yo recorría –literalmente- con mi mano su espalda y sus largos y bellísimos cabellos; al Mastuerzo le aplaudía mucho antes de que terminara sus rolas. Al final de la lectura, afuera me topé con la Fidelia y me dijo: “al tiro pinchi Mario, te anda buscando el Mastuerzo para mastuerzarte la madre…”. No pasó nada.
Al día siguiente (en las Playas de San Carlos, donde fue la clausura del evento), mientras yo decía un poema, el Paco Luna hacía tanta bulla que Edmundo Lizardi y Guadalupe Aldaco, tratando de calmarlo, aumentaban el relajo. “Acuérdese la que me hizo ayer, compita…”, me dijo después el Paco en buena lid. Días después de que Horas había ya terminado, estando yo en la oficina del Jeff, llegó Mara Romero quien, al verme, se acercó y después de un amistoso beso me dijo: “… estuve a punto de darte unas cachetadas, pero cuando tú empezaste a decir tus poemas, todo cambió, incluso tu cara y tus cabellos…”
Entre todo el vértigo de esos días, entre el tsunami de lecturas y encuentros con nuevos y conocidos escritores, tengo la clara imagen del poeta kosovés refugiado en México, Xhevdet Bajraj, fragmentos de ese breve encuentro se reflejan en este poema/carta que escribí en diciembre del 2005 al leer en La jornada una noticia sobre su libro El tamaño del dolor.
Xhevdet Bajraj, el poeta de Kosovo refugiado en México.(Usa Today)
Xhevdet Bajraj
Apenas vi tu nombre y tu foto en el periódico
y de inmediato lo reconocí y te recordé:
Tú recorres con tu cámara de video
el interior de un microbús repleto de poetas
y narradores reunidos para sudar, beber, reír
y leer sus textos en las álgidas Horas
de Junio del 2002, allá en el Hermosillo
de Raúl Savín, Paco Luna. Fidelia Caballero,
Luis Rey otros Licones y tantos otros amigos más.
Tú bebes y tu cámara registra y nosotros
te pregutamos: cómo se pronuncia tu nombre:
“Yevdev, yedveb, Bairai, Baira…i”
nos repites con tu voz amable y dulce.
Llegamos al Museo de Sonora
(ex-prisión de mis torturas y lecturas) y tú lees
en tu lengua albanesa poemas
de tu Kosovo, de la guerra que te separa
de tu esposa y de tus hijos, de las entrañas
de tu tierra.
Yevdev Bairai el dolor y la violencia andan
por todas partes. Las bestias andan sueltas
por todas partes
Apenas regreso de Tepoztlán,
donde una amiga me contó -con la rabia
en sus ojos- cómo a su amiga Gaby
después de violarla, la acuchillaron, luego,
para rematarla,
le destrozaron el cráneo con una piedra.
Apenas regreso a Sydney y en las noticias
veo cómo una madre sicópata ahoga
en aguas hirvientes a su hijo de meses.
Y en Ciudad Juárez siguen desapareciendo
mujeres y en Kosovo exhumando fosas comunes
repletas de cadáveres mutilados
y en el Sudán y en Timor del Este y por todas partes…
Vivimos, como dijo Bob Dylan:
In a world gone wrong. Yadvev
Xhevdet Bajraj sólo nos queda abrazarnos
el amor y el afecto y el respeto son parte de la insurgencia,
de la resistencia
para defendernos
de las bestias.
Contacte al autor: mario.cabrera@optusnet.com.au
Cuando llegué a la casa de Luis Rey me di entera cuenta de que esa era la verdadera oficina de Horas de Junio. La sala y el patio estaban de un lleno total y la algarabía era tal que era difícil escuchar qué decían tal o cuál, ese estruendo de voces aunado al bullicioso jolgorio de alondras, calandrias y gorriones a la hora de un enrojecido y muy hermosillense crepúsculo…
CRÓNICA
Escritores en un Horas de Junio rumbo a…(Archivo)
Por Mario Licón Cabrera
—Desde Sydney, Australia, exclusiva de Culturadoor.com—
Día de publicación: 5-Junio-2008
No recuerdo exactamente qué día de junio del 2001 llegué a Hermosillo, pero sí recuerdo que: era un mediodía luminoso y extremadamente caluroso; que yo iba acompañado de Lya, mi preciosa y querida hija menor; que todas mis tres hermanas, mi sobrino Mario, excelente guitarrista y buen cantante y poeta; mi entrañable amigo Luis Rey, excelente tenor y buen poeta y productor de radio; y en aquel entonces mi futura amiga—confidente-amante, la inconfundible cantante de boleros y rancheras, Hilda Castillo estaban allí en el aeropuerto esperando mi llegada para participar en Horas de Junio, uno de los festivales de escritores hispanoamericanos de más relevancia en México.
Mario Licón. Tomado de su blog: http://portanera-dos.blogspot.com/
Ya en casa de mi hermana Rosa, mientras reíamos, bebíamos y recordábamos, empezaron a llegar, casi en tropel, mis cuatro hermanos con sus esposas y mis sobrinos y los hijos de éstos, un verdadero remolino de abrazos, besos y alegrías, hacía un poco más de una década que no estábamos juntos y aquello era un verdadero infierno de felicidad.
Mientras unas me preguntaban si venía de Sydney o Tepoztlán, otros preguntaban si en Sydney había canguros, mientras otras discutían si hacían menudo, taco-fish, pozole, chop suey o carne asada para la cena. En eso estábamos cuando regresaron mi sobrino Mario y Luis Rey para llevarme a reportar mi llegada a la oficina del Jeff Durango, coordinador general del festival.
Hermosillo había cambiado mucho en diez años, pero el Museo y Biblioteca, donde estaba la oficina del Jeff, era la misma mole gris que yo conocí desde mi llegada a Sonora allá por el año del 1956, una arquitectura que siempre me recordó los edificios musolinianos de las pinturas del surrealista Giorgio de Chirico. Las enormes escalinatas y elevadas columnas de ese edificio fueron mudos testigos de muchas conversaciones y conspiraciiones nuestras. Al principio de los 70’s ahí nos reuníamos todas las tardes Los Azules, entre muchos otros estudiantes, para hablar sobre arte, música, literatura y drogas al tiempo que conspirábamos contra el rector en turno y planeábamos alguna publicación, algún programa de radio o concierto, o alguna manifestación en alianza con campesinos y obreros. Obvia decir que eran tiempos muy diferentes a los que ahora vive la ciudad –por lo menos en el ámbito cultural—en aquel entonces estaba muy lejos de realizarse actividades del tamaño de Horas de Junio con apoyo de la universidad, gubernamental, iniciativa privada y sociedad civil.
Edificio del Museo y Biblioteca, Hermosillo. Tomada de Internet
La pequeña oficina del Jeff estaba repleta de escritores visitantes y locales y el ambiente era de un ajetreo incesante, secretarias y asistentes corriendo de un lado a otro, el teléfono en un constante sobresalto.
–Raúl te llama Pedro de Isla, que no ha recibido su boleto…
–Raúl te llaman del Hotel Gándara, que no hay cuartos suficientes…
–Raúl te llama Rosina Conde, que no hay nadie en el aeropuerto esperándola…
–Raúl te llaman de…
Antes de tener tiempo de saludar a Raúl, alias el Jeff, tuve el enorme gusto de abrazar al legendario y bien querido José Juan ‘chejuan’ Cantúa (en aquel entonces editor y diseñador de tiempo completo en Difusión Cultural de la Uni-Son); al Cheik, monero-diseñador-muralista y poeta y quién sabe cuántos aributos más; Márcos Soto y su compañera, la aguerrida y graciosa y tremenda poeta Fidelia Caballero (quien luego sería mi insepareable-incondicional aliada de interminables parrandas y demás correrías). Cuando finalmente hubo un espacio para entrar a saludar a Raúl apenas si lo pude distinguir entre una espesa nube de humo provocada por los cigarrillos quemados en cadena perpetua por la gran poeta gallega Luciana Garcés, a quien yo conocía y disfrutaba a virtuales raudales a través de oasisliteratura.com, a Luciana de cariño yo le aduje el adjetivo de Lucita, que además de gran poeta y tremenda fumadora resultó ser una incansable bebetriz de cerveza y tequila. Después de un fuerte abrazo el Jeff casi me suplicó: “no la chingues, mejor nos vemos en la casa del Luis…”.
Raúl Acevedo (Jeff Durango) junto a Cantúa. Archivo
Cuando llegué a la casa de Luis Rey me di entera cuenta de que esa era la verdadera oficina de Horas de Junio. La sala y el patio de la casa estaban de un lleno total y la algarabía era tal que era difícil escuchar qué decían tal o cuál, ese estruendo de voces aunado al bullicioso jolgorio de alondras, calandrias y gorriones a la hora de un enrojecido y muy hermosillense crepúsculo. Yo hablaba con no recuerdo bien quién, eso sí, saboreaba mi Tecate a más no poder, cuando sentí una mano sobre mi hombro, era el también muy bien querido, maestro, poeta, ensayista, alburero y ahora también fandangoso jaranero, el tremendo Francisco Luna Preciado, mejor conocido como el PacoMoon, el abrazo y el saludo que nos dimos rebotó hasta el Cerro de la Campana, o mejor dicho, hasta el rroCe de la panaCam, usando jerga muy PacoMooniana.
Paco Luna. Archivo
La verdad que yo apenas si me daba el respetuoso abasto de abrazar y saludar escritor@s conocidos y recién conocidos cuando el Jeff me jala del brazo y me dice: “Mario, ésta es Graciela…”. Frente a mí estaba una mujer esbelta, de piel muy clara y de rubia cabellera, muy distinta a lo que yo había imaginado también a través de un sinfín de coqueteos virtuales en oasisliteratura.com. Graciela Wencezblat venía desde Buenos Aires, ella y Lucita Garcés y yo, que venía desde Australia, le dábamos a Horas de Junio un contexto internacional. Después de un abrazo y un par de besos muy bien plantados Graciela me confiesa su total decepción. “Pero ché, cho te imaginaba asííí: de dos metros mínimo, fornido, rúbio, ojoazules! Y es que tu poesía es tan vigorosa, ché, tan, no liiinda pero chena de, cóóómo te lo diiigo…”. Yo le contesto, claro, sin dejarla de abrazar: “y yo, mujer, yo te imaginaba una morenota de pelambre oscuro y salvajemente cayéndote sobre los hombros desnudos y brillantes, algo así como Silvia Braga, más brasileña que boluda, jajaja…” Tanto Graciela como yo reíamos a todo pulmón y a público abierto de nuestro amoroso desencanto. Al día siguiente, oficialmente, empezaba Horas de Junio. Pero la noche era joven todavía y a la casa de Luis Rey seguían llegando escritor@s de casi todos los estados del país. Recuerdo muy bien cómo crecía la pila de latas vacías de cerveza Tecate. Esa noche no dormí, el amanecer me encontró escuchando a Luis cantando milongas de Atahualpa y platicando con Marcos Soto, mirando cómo el sol puenteaba sobre los resecos cerros del barrio del Mariachi, yo le contaba a Marcos de la fiesta de año nuevo en Talylor Square/Sydney para recibir el primer sol del año 2000.
Alrededor de las 10 de la mañana llegamos al Centro de las Artes, afuera del auditorio, a la sombra, estaban reunidos no menos de 100 escritor@s, entre ellos las bellas y grandes poetas Julieta Cortez y Josefa Isabel Rojas, el también legendario y muy respetado Emiliano Pérez Cruz se acercó a tomarnos unas fotos a mi hija Lya, Lucita Gárces y un servidor. Dos horas más tarde yo estaba diciendo mis poemas en una mesa compartida con el también querido amigo y editor Pascual Mora, Manuel Murrieta, Pedro de Isla y Emiliano Pérez Cruz, el moderador era nada menos que el dionisiaco Alonso Vidal, gran poeta y hacedor de poetas e incansable promotor cultural fallecido hace un par de años. Pero la mesa que mejor recuerdo de ese día fue en la que leyeron Lucita, Graciela Wencezblat y José Juan Cantúa quien leyó su impecable y álgida elegía Abigaeles, dedicada al imprecindibble y muy bien recordadado Abigael Bohórques, poeta de poetas.
Al anocher nos dirijimos a la Peña Amador, donde nos esperaba una suculenta cena y un torrente de cerveza de barril, y de ahí partir al Luna Dance, rumbeadero de moda en aquel entonces, regenteado por la argentina/sonorense bien querida y guapa Mónica Luna, conocida también como Lunicamona, bautizada así por mi sobrino/poeta Carlos Licón. Todavía faltaban dos días más de orgía de palabras para rematar ese glorioso sábado en Bahía de Kino, viendo a los pelícanos clavarse en la marea azul-turquesa del Golfo de Cortez, con mesas atestadas de mariscos y generosos barriles de cerveza y mucha, harta, deliciosa compañía.
Contacte al autor: mario.cabrera@optusnet.com.au
Por: graciela wencelblat en May 18, 2011
Que maravilloso recuerdo
que nostalgia
los quiero y extraño un montón
desde graciela abrazossssssssssssssss
graciela wencelblat
grawen@fibertel.com.ar