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Faltaban unas dos cuadras para que don Alonso llegara a su casa, la cual estaba en la orilla del pueblo…cuando de repente escuchó algunos ruidos que provenían de lo lejano de la calle.
CREACIONES ESCOLARES/SPANISH WORKSHOP
Un cuento
Por Ramón Garnica-Albor
Del curso “Literatura Chicana”/California State University-Stanislaus
Día de publicación: 18-Marzo-2008
Eran las siete de la mañana cuando doña María, acompañada de su comadre Clotilde, se dirigía de regreso a su casa. Las dos señoras traían una cubeta de masa de maíz que habían molido en el molino de don Ignacio. Ellas iban caminando por la calle principal de su pueblito La Lobera, el cual estaba localizado en un remoto lugar del estado de Michoacán en México.
A simple vista se veía uno que otro perro hambriento caminando por la calle esperando a que alguien le diera de comer. También se encontraban niños dirigiéndose a la primaria, la cual contaba con 30 chiquillos en ese momento. Tal vez todo parecerá tranquilo, y armonioso durante la mañana, pero lo que mucha gente no sabe es lo ocurrido allí en 1820, diez años después de que fue fundado el pueblo por Don Aristeo.
Según la gente lobereña, y la de los alrededores, esta población pasó por una catástrofe, la cual marcó para siempre la historia del pueblo, y la vida de sus habitantes…
Eran las 10 de la noche cuando don Alonso, de 66 años de edad, caminaba por las calles oscuras de la aldea dirigiéndose a su casa. Él regresaba de ver a su compadre Fulgencio, el cual estaba muy enfermo, y llevaba varios minutos caminando solo por el pueblo. Nadie parecía estar despierto, ya que a esas horas de la noche la mayoría de la gente ya estaba dormida. Faltaban unas dos cuadras para que don Alonso llegara a su casa, la cual estaba en la orilla del pueblo, en lo más oscuro del lugar, cuando de repente escuchó algunos ruidos que provenían de lo lejano de la calle.
—A qué perros callejeros, ¿qué no poder dejarlo a uno en paz?—dijo don Alonso.
Continuó caminando para su casa pero los ruidos se seguían escuchando. Esta vez sí le llamó más la atención, ya que los sonidos no parecían de un perro común y corriente. Se escuchaba un tipo de gruñido de perro enrabiado, listo para morder a quien fuera que se le pusiera en el camino. Entonces don Alonso decidió meterse a su casa para no tener problemas con el perro…
Pero fue demasiado tarde, porque no sólo era un perro, sino siete lobos enfurecidos, y hambrientos que estaban ansiosos por comer. Los lobos no eran lobos normales ya que tenían un hocico enorme, dientes afilados, ojos rojos, orejas alargadas, y unas patas gruesas, y musculosas. Don Alonso trató de correrle para meterse a su casa, pero los lobos eran muy rápidos, y lo alcanzaron a rodear. Él tenía mucho miedo, ya que nunca en su vida había visto a unos animales tan feroces y malévolos. Trató de calmar a los animales diciéndoles palabras armónicas, pero no funcionó, y cuando menos lo esperaba uno de ellos se le lanzó encima, y lo derrumbó al suelo. Los otros lobos le siguieron y ya estando don Alonso en el suelo lo comenzaron a morder. Él gritaba lo más fuerte que podía para ver si alguien lo escuchaba, y lo pudiera ayudar. Pero nadie lo escuchó más que el joven Gerimino que vivía a una cuadra del lugar.
—¿Escuchastes eso Ludovico?—le dijo Gerimino a su hermano Ludovico.
—¡Ah, deja dormir hombre, qué no ves que estoy bien cateado!—le contestó Ludovico.
—Despierta, parece que alguien está gritando—le dijo Gerimino.
Es ese momento Gerimino lo empezó a sacudir para que se despertara porque él sabía que lo que estaba escuchando era algo más serio de lo que parecía.
—Ándale, parece que es don Alonso que está gritando, y necesita algo—decía Gerimino.
Pero Ludovico parecía estar más dormido que una roca porque no se despertaba. Gerimino decidió salir para afuera, y caminar hacia la casa de don Alonso para ver qué estaba sucediendo. Mientras se iba acercando a la casa del señor notó que alguien estaba tendido en el suelo, entonces fue corriendo hacia el cuerpo para ayudar. A unos metros de distancia vio que el cuerpo estaba destrozado, le faltaba un brazo y una pierna. En ese momento Gerimino se quedó inmóvil del susto, y de la impresión que aquellas imágenes le habían causado. De repente vio venir de la parte más oscura de la calle a unos animales. Entonces empezó a correr hacia su casa gritando para que alguien le ayudara, pero todo fue en vano. Los mismos lobos que habían matado a don Alonso lo alcanzaron, y lo mataron también.
Don Alonso y Gerimino habían sido las dos primeras persona de 27 que los lobos habían matado esa noche. Después de eso toda la gente estaba obligada a meterse a sus casas antes de que se oscureciera para no correr peligro. También, todas las casas fueron reforzadas con material para que los lobos no se pudieran meter. Pero no fue hasta 1910 que Don Ermindio, y sus compadres decidieron tenderles trampas a los lobos para matarlos. Uno por uno, los lobos fueron capturados, y aniquilados. Se dice que los espíritus de los lobos todavía salen por las noches para andar en el pueblo, pero no es seguro si es cierto o no. Lo que si es cierto es que esta historia se sigue contando de generación en generación.
Contacte a Ramón Garnica-Albor: ramon_g2@hotmail.com