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HISTORIAS DE OTRA NORTEAMÉRICA

Volviendo a Vivir: entrevistas con don José Águilar. Un renacer sin adicciones sirviendo al migrante.

Imágenes: archivo de Editorial Orbis Press

Por Manuel Murrieta Saldívar
www.orbispress.com
—2DA. PARTE.—

BUENO, DON JOSÉ, EVIDENTEMENTE QUE USTED NO FUE ALCOHÓLICO SIEMPRE. PODEMOS COMENZAR COMENTANDO QUE EN LAS PRIMERAS ETAPAS DE SU VIDA NO LE SEDUCE EL MUNDO DEL ALCOHOL, EL AM-BIENTE “NEGRO” PODRÍAMOS DECIR QUE LUEGO LO ATRAPARÁ, SINO QUE CONVIVE NORMALMENTE.

—Sí, mira, yo vengo de una familia sin muchos problemas de bebida, respetada y hasta con gente estudiada. Mi problema vino en mi adolescencia y en mucho producto del ambiente de mi barrio en Guadalajara y posteriormente al emigrar a Estados Unidos.

¿PUEDE RESUMIR CÓMO ERAN AQUELLOS TIEMPOS?

—En esos días yo estaba entregado a Dios. Hacíamos tardea-das, algunos grupos musicales contribuían y ahí comenzó parte del problema. Entre las convivencias sanas empezamos a consumir y a proveer vino y droga a los músicos que lo solicitaban. Estábamos construyendo una iglesia y necesitábamos su cooperación para juntar fondos. Su construcción era de pura cantera y yo era uno de los organizadores. Por cierto ahorita nadie me lo reconoce. Había mucho movimiento y luego la cosa se puso grande, vaya, hasta el grupo de Los Fredy`s nos ayudaron. Ellos son de cerca de ese barrio en Guadalajara.

ENTONCES FUE BEBIENDO, ¿PERO NO NOTABA QUE SE EXCEDÍA?

—Sí, era de altas y bajas, recuerdo que pude caer más bajo en el alcohol pero no fue así porque conocí a una muchacha, Lety, hermana de un amigo. La primera vez que la invité a salir me mentó la madre, pero después hicimos buena amistad y luego queríamos casarnos. Sin embargo, su protectora me exigió que primero tuviera una casa para ella. Fue cuando decidí venirme a Estados Unidos para poder juntar dinero y comprarle la casa.

¿POR QUÉ LUEGO LUEGO ESTADOS UNIDOS COMO FUENTE DE DINERO, NO PENSABA EN OTRAS OPCIONES?

—Por el hecho de que en México no hay trabajo, no puedes juntar nada de dinero, si trabajas nunca ganas lo suficiente, siempre estás jodido. Yo allá nunca vi la posibilidad de poder comprar casa. Además ya tenía un hermano en California y la estaba haciendo bien.

¿SI NO LO HUBIERA TENIDO DE TODOS MODOS HUBIERA EMIGRADO?

—Sí. Pablo, un primo hermano, vino de vacaciones a Gua-dalajara y me invitó a que nos fuéramos al otro lado. Me dijo, tengo familiares allá que nos pasan; pero llegando a Tijuana me “cuenteó”. En la central de autobuses encontramos una muchacha y le dijo a mi primo: por doscientos dólares te pongo en Los Ángeles, ahorita mismo. Mi primo traía cien dólares pero yo no, yo traía sólo lo que costó el pasaje. Mi primo se fue con ella y me dejó solo y sin dinero ¡En una frontera que es un pinche desmadre! Después me fui a buscar a mi tía Toña que vivía en Tijuana. Me había traído su dirección por si las dudas. No me lo vas a creer, pero cuando encontré su casa, abrió la puerta y me vio—estoy seguro que me reconoció—y lo único que dijo fue: “A usted no lo conocemos. Lárguese de aquí”…

Un poco después, encontré la casa de una prima lejana que ni me conocía, pero yo sí a ella, creo que se llamaba Carmen, ella me trató muy bien. Carmen le llamó a mi hermano, el que estaba en el otro lado, y lo convenció de que me ayudara con el dinero para pagarle a un “coyote” que me cruzara, fíjate, sin conocerme ella. Cuando nos dispusimos a pasar la frontera hasta lonche me echó. Brincamos la línea y nos fuimos sin parar hasta Torrance, California. Al llegar le hablé a mi hermano para que le pagara al “coyote” por mi traslado pero lo único que me contestó fue un: ¡Vete a la chingada! ¡No esperes ni un cinco! Le pregunté que por qué le había dicho a mi prima Carmen que sí me iba ayudar, y me dijo que ella no tenía por qué andarse metiendo en estas cosas.

Uno de los que habían pasado junto conmigo me dijo que no me preocupara, que él me daría trabajo; él compraba bicicletas descompuestas, las arreglaba y las volvía a vender. Estuve trabajando con él por unos días y después fui a buscar a mi hermano de nuevo, pues, a pesar de lo que había pasado, yo aún lo extrañaba. Cuando me vio frente a la puerta de su casa casi se volvió loco de gusto pues esos días él pensaba que, a causa de que él no quiso pagar por mí a los “coyotes”, éstos me habían matado así que se deshacía en abrazos.

TENÍA USTED COMO QUINCE AÑOS Y TRAÍA EL SUEÑO DE COMPRAR UNA CASA PARA CASARSE…

—Si, más o menos esa edad y quería dinero suficiente para comprar la casa, regresar a Guadalajara como le había prometido a mi novia, casarnos y quedarme allá.

SE INSTALA ENTONCES EN EL ÁREA DE LOS ÁNGELES, ¿CUÁNTO TIEMPO ESTUVO?

—Como un año y tres meses. Yo extrañaba a mi novia y un día le dije a mi hermano: Ya me voy a regresar porque parece que nunca voy a poder juntar lo suficiente para comprar la casa. Y él me dijo: si te vas a regresar a Guadalajara, deja aquí el dine-ro que vas a necesitar para el “coyote” la próxima vez. Yo le dije que no pensaba regresar al norte y él me respondió, como profetizando, “el que viene al norte una vez, siempre vuelve”. Y no quiero que después me estés pidiendo dinero, porque tú sabes que yo a veces trabajo y a veces no.

Yo le entendí y le dejé trescientos dólares para lo que se ofreciera en el futuro. Tomé el avión a Guadalajara y nos pasamos unos días inolvidables mi novia y yo. Fui a hablar con la protectora de mi novia pero no le permitió casarse conmigo. La señora me puso las cosas bien claras: O juntas todo el dinero necesario para la compra de una casa o a ella no la dejo casarse contigo.

Decidí regresar a California de nuevo, mi hermano tenía razón, pero esta vez sí me aseguraría de juntar la totalidad del dinero para la casa. Conseguí trabajo en una imprenta en Pico Rivera y ganaba buen dinero sólo que yo vivía con unos chavos que tomaban a diario y yo también empecé a tomar seguido. Me fue tan bien que en poco tiempo reuní no sólo para comprar no una sino tres casas. Pues regresé a Guadalajara.

¿CUÁNTO TIEMPO LE LLEVÓ?…ENTONCES SE REGRESA…

—Como unos ocho meses. Ya en Guadalajara fui a buscar a mi novia. La encontré bajando del autobús pero la traía un hombre abrazada. Se veía que venían muy contentos. Yo creo que lo que menos esperaba ella era encontrarme ahí. ¿A poco eres tú?, me preguntó. No, soy un espíritu, le contesté. Yo entendí lo que estaba pasando y me alejé de ahí. Yo sabía que la culpa era mía pues yo nunca le escribía. Aunque al principio la culpé a ella…se fue siguiéndome tratando de explicarme por qué andaba con él, me decía que eran sólo amigos y al último me convenció de que siguiéramos juntos. Bueno, pues, la perdoné y quisimos que todo siguiera igual.

Pero esa misma noche volví a hablar con su protectora. Al llegar ante ella le dije: lo prometido es deuda, señora, aquí tengo el dinero no para una casa sino hasta para tres, le insistí. Ella se puso a mirarme de esa forma odiosa con que siempre me miraba y me la soltó de repente: No doy mi autorización ni así, ni de ninguna forma, así que lárguese de aquí o llamo a la policía; usted no es el tipo de hombre para mi protegida.

Después de eso todavía seguimos con nuestra relación por algún tiempo, pero la cosa se fue enfriando. Yo ya no vi nada claro y me fui gastando mi dinero con mis amigos en fiestas, parrandas y borracheras hasta que mi madre me sugirió que me fuera otra vez al otro lado porque me estaba echando a perder demasiado rápido. Volví a California y a los tres meses me llegó una invitación de mi novia para su boda. ¡Y me regreso de volada! La busqué pero no la encontré por ninguna parte. Entonces me la pasaba de borrachera en borrachera. Después me dije: bueno, ya está casada, si la encuentro le voy a deshacer su matrimonio y en ese momento decidí regresarme otra vez.

¿POR QUÉ LE MOLESTÓ, YA HABÍAN TERMINADO LA RELACIÓN, NO?

—Me molestó porque al recibir la invitación yo lo tomé como una burla. Ella me había jurado que yo iba ser el único. Ella no se casó con él por amor, nunca lo quiso y, hasta la fecha, creo que esa mujer sigue enamorada de mí.

¿QUÉ SUCEDE ENTONCES PARA QUE SE QUEDE MÁS TIEMPO EN USA?

—Bueno, lo que pasaba era que yo ya estaba madurando y sentía la necesidad de tener una familia. Me sentía muy sólo.Tenía ya como 18 ó 19 años de edad pero el hecho de estar lejos de la familia me hacía preguntarme: ¿Qué estoy haciendo? Me gustaba ir a los bailes, salir a conocer otros lugares, pero me empecé a enviciar mucho en el alcohol porque, entre otras cosas, los amigos con quienes vivía tomaban a diario. Éramos doce personas que vivíamos juntos y todos traíamos cerveza a la casa, pues se juntaban montañas de “doces” de cerveza, y toda nos la bebíamos. Al principio no me afectaba, pero al rato empecé a faltar al trabajo hasta que el patrón se hartó de los pretextos y un día me co-rrió. Después fui a conseguir ayuda por desempleo para poder sobrevivir.

¿CÓMO PODÍA RECIBIR AYUDA DE DESEMPLEO, YA ERA RESIDENTE?

—No, pero en ese tiempo no investigaban tanto. Estuve reci-biendo ayuda durante más de un año. Bueno, pues pasó el tiempo y me mudé de departamento, me fui a Maywood, California. Y más de lo mismo: éramos alrededor de veinte personas y al llegar del trabajo, llegábamos con un “doce” cada uno.

Pero en ese tiempo conocí a otra muchacha y nos ena-moramos. Pronto decidimos casarnos y pusimos la fecha pero, como yo no podía conseguir trabajo, decidí posponer la boda. Ella lo tomó como que yo estaba perdiendo interés, y al poco tiempo me cortó; y esto me hundió más en la borrachera.

Después conocí a unos amigos que se dedicaban a hacer papeles chuecos. Yo tenía que sobrevivir de alguna manera así que me acerqué a ellos a ver qué podía hacer; vi que ganaban buen dinero, sólo que empecé a tomar demasiado y no le entré mucho a esa chamba.

¿NO PENSÓ EN ESTUDIAR ALGO?

—Mira, cuando se es joven se piensa que tiene uno la vida por delante; yo decía: ahí después, ahí después. Un día me decidí a hacer algo por mí y me fui a cursos de capacitación; aprendí de todo, pero me desesperaba no poder encontrar trabajo. El ambiente en que yo vivía estaba lleno de alcohol y drogas y era muy difícil para mí. En ese tiempo conocí a un amigo, El Güero le decían. A mí me gustaba mucho su forma de ser pues no le tenía miedo a nada; nunca medía las consecuencias de nada. Yo le decía que él era así por causa de su ignorancia, y él me decía: no es por mi ignorancia, por mis güevos que los traigo bien puestos.

Así que mientras estuve viviendo con El Güero y con otro compa, El Pillo, estuve ganando mucho dinero haciendo movidas chuecas, como papeles de migración. Llegué a ganar hasta tres mil dólares en una semana pero pronto me cansé de lle-var esa vida. Un día hablé con el dueño de la cantina que frecuentábamos y le platiqué que yo quería encontrar un trabajo decente y él me consiguió uno. Sólo que pedían papeles buenos, jejeje, yo mismo me “confeccioné” mis documentos y así entré a trabajar; era una fábrica de lámparas. Me alejé de la vida de “desmadre” que llevaba y para estar mejor renté un cuarto para mí solo.

Un poco después conocí a una paisana, una muchacha de Jalisco y al poco tiempo se fue a vivir conmigo. No pasó mucho tiempo para cuando me di cuenta de que era muy alocada y muy celosa Así estuvimos por unos meses, luego salió embarazada, y un día me vio platicando con otra muchacha y de puro coraje se provocó el aborto—ya tenía más de siete meses de embarazo—se dejó caer al suelo varias veces para lastimarse ella y al feto.

Pero mi niño nació vivo aunque a los tres días murió en mis brazos. Lo que más me dolió y me marcó para siempre fue que no tuve dinero para pagarle al hospital, y no me entregaron el cuerpecito. Yo estuve ahí cuando lo hicieron cenizas. Dejé de ir al trabajo, conseguí bastante alcohol y me encerré en un cuarto a emborracharme. Esa borrachera duró alrededor de una semana.

Una noche estaba yo llorando, cuando de pronto oí unos pasitos como de niño caminando hacia mí, vi la cortina de la puerta moverse como por manos invisibles. Yo no lo podía creer. ¿Será la borrachera o qué?, pensaba yo. Entendí que no podía ser mi hijo por que él todavía no caminaba y luego oí una vocecita que dijo “sí, soy tu hijo, Dios me permitió venir a consolarte. No llores, Dios así lo quiso. Si tú lloras yo no podré descansar”, así me dijo. Al ratito escuché sus pasitos alejándose. En ese momento me di cuenta que la vida para mí no había terminado y empecé a sentir una gran tranquilidad; me llené de ánimos y me di un baño. Después, con más bríos, fui a buscar a mi novia y la encontré borracha, tuvimos un pleito y me fui de ahí. Decidí salir a buscar trabajo y tuve suerte pues me aceptaron en mi empleo anterior.

ME HABÍA MENCIONADO QUE ESA ACTIVIDAD DE LA VENTA DE DOCUMENTOS FALSOS Y QUE PRODUCÍAN DE 200 A 300 DÓLARES DIARIOS. ES MUCHO DINERO. ¿QUÉ SUCEDIÓ CON TODOS ESOS DÓLARES?

—Mira, el dinero mal habido nunca rinde, todo ese dinero se gastaba en las cantinas; nos rodeábamos de las mejores viejas…fueron años desperdiciados. En ese tiempo yo no sabía ni qué quería. No tenía claro si quería estar en México o en Estados Unidos. Era una confusión total.

Unos días después, al salir de la fábrica, me encuentro a mi novia, la del aborto, y me pidió perdón, me dijo que la culpa había sido de ella. En las condiciones en que yo estaba, pedirme perdón y que yo la perdonara fue lo más fácil y nos volvimos a juntar. Nomás que las cosas se pusieron más difíciles, ella se descontrolaba a veces y trataba de matarme; hubo veces en que, de noche, algo me hacía despertar y la veía con el cuchillo en la mano a punto de brincarme encima. Me volví a alejar de ella y empecé a vivir con un paisano mío de nombre Blas.

¿QUÉ CLASE DE TRABAJO HACÍA DONDE LO VOLVIERON A ACEPTAR ? —Era una fábrica. Yo era pintor, pintaba lámparas industriales. Estuve unos días trabajando tranquilo y de repente, esta chava empieza a ir a buscarme al trabajo, me armó unos escándalos y me corrieron de esa chamba.

¿Y QUÉ ES LO QUE QUERÍA ELLA CON USTED?¿MOLESTARLO, SACARLE DINERO?

—No. Quería que regresáramos, pero yo ya no sentía nada por ella. Después regresé al barrio y me puse a trabajar en enderezado y pintura de autos callejeros, o sea, yo hacía esos trabajos en la calle.

ESPERE, ANTES DE QUE CONTINÚE, ESA MUCHACHA CON LA QUE VIVIÓ, ¿QUÉ FUE LO QUE LE VIO? ¿CÓMO SURGIÓ ESA RELACIÓN SI USTED HABÍA TENIDO YA OTRAS MUJERES DE LA VIDA NOCTURNA, MUY ATRACTIVAS, ME HABÍA DICHO?

—Lo que pasa es que me sentía muy solo. La soledad en que yo vivía me hizo fijarme en ella, y sobre todo, yo pensaba que viviendo con una muchacha de alguna forma era una responsabilidad y eso pudiera alejarme de los vicios, además, yo no pensaba estar con ella toda la vida.

¿Y USTED NO CONSIDERABA LA POSIBILIDAD DE CONSEGUIRSE UNA MUJER MENOS COMPLICADA?

—Es que en el ambiente donde yo vivía sentía que no merecía nada mejor. Después llegó mi hermano y lo emplearon en la compañía donde yo había trabajado. Yo no sé por qué lo querían tanto a él. Se iba por temporadas a otros trabajos y, cuando regresaba, le daban el empleo de nuevo. De todos modos, a mí me empezó a ir bien de carrocero a domicilio y renté una casita; conocí a un amigo de Veracruz y se fue a vivir conmigo, yo le llamaba “mi pistolero” porque estaba chaparrito. Me cayó bien porque era como yo: aventado. Después conocí a un “pollero” que traía gente de Tijuana, se llamaba Carlos, empezamos a llevarnos a todo dar. Él era uno de los “meros meros”, en ese entonces yo vivía por rumbos de Villamar. La gente de ahí era buena, aunque fueran puros polleros, drogadictos, pero son de esa clase de personas que se quitan la camisa para dártela si la necesitas; se quitan el taco de la boca para brindártelo. Yo los criticaba por la forma tan buena onda que actuaban conmigo pero ellos me decían ¡Chinga tu madre!

ENTONCES, REGRESANDO A SU TRABAJO DE CARROCERO, ¿CUÁNTO TIEMPO DURÓ HACIÉNDOLO?

—Alrededor de un año. Pero de vez en cuanto sucedían sorpresas que te alegraban la vida, algo que no pasaba habitualmente, como ese día en que llegó mi amigo el “Coyote” y nos pusimos a asar carne y a tomar unas cervezas. Más tarde me dijo él que fuéramos a Huntington Park a comprar ropa. Cuando llegamos a la tienda me ordenó que escogiera lo que quisiera. Yo pensé que nomás estaba de fanfarrón, él se metió la mano a la bolsa y sacó un puñado de billetes y me dijo que traía más de cuarenta mil dólares, para que no estuviera yo de incrédulo. Me compró ropa de toda, pantalones, trajes, joyas, etc. Así era él conmigo algunas veces porque yo también lo alivianaba mucho cuando se encontraba sin dinero. Volvimos a la casa y vio que no había mucha comida, me llevó a la tienda, compró provisiones como para un mes, y para rematar, me dio ochocientos dólares. Le pregunté que de dónde traía tanto dinero y me contestó que a lo que él se dedicaba daba ganar muy buen dinero. Y me dijo que si quería trabajar con él iba a tener que correr mucho porque en este “negocio” hay que ser muy buen corredor. Me preguntó que si podía llegar a mi casa cada vez que se ofreciera, le dije que por supuesto, que no lo dudara, cuantas veces fuera necesario. Después, cuando regresaba de sus negocios, siempre me llevaba a comprar ropa.

¿QUÉ EDAD TENÍA USTED EN ESE ENTONCES?

—Tenía ya como veintitantos años. Un día llegó con una mu-chacha que se trajo de Tijuana y rentó una casa para ellos, pero cada vez que tenía oportunidad venía a visitarme y, preocupado por mí, siempre me preguntaba si necesitaba algo. En ese tiempo conocí a la que hoy es la mamá de mi hijo. Ella pasaba seguido por la casa…

CONTINUARÁ…

Más sobre la obra Volviendo a Vivir: entrevistas con don Jose Aguilar
http://www.orbispress.com/imagenes/realidad/volviendo_a_vivir.htm

Contacte al autor:
manuelmurrieta@orbispress.com http://www.orbispress.com/colecciones/manuel_murrieta.htm

HISTORIAS DE OTRA NORTEAMÉRICA

“Tuve el vicio del trago, hice y padecí muchas tragedias, y puedo recaer, por eso quiero contarte de mi historia, algo habrá de servir, aunque sea para salvar a una sola vida, antes de que acabe la mía”…

Don José Aguilar en su juventud, migrante en Los Ángeles, California. Imágenes: archivo de Editorial Orbis Press

PARA SALVAR UNA VIDA…

Por Manuel Murrieta Saldívar
www.orbispress.com

Iba saliendo de un establecimiento comercial en Phoenix, Arizona, cuando una voz ronca y profunda me abordó: “Escuché que se dedica al periodismo y a escribir”, me refirió, “me gustaría hablar con usted”. Era un hombre de facciones gruesas, moreno y corpulento, curtido por el trabajo y los embates de la vida. Eso supuse al sólo mirarle; podría haber encontrado más, pero él portaba unos lentes contra el sol que me impidió sondear a través de sus ojos. “Claro, por supuesto, estoy a sus órdenes”, le respondí amable, creyendo se trataría de un rutinario asunto de publicidad o de cubrir algún evento, como es lo que se propone en esos pequeños negocios que sostienen al periodismo hispano en esta zona. “Aquí tiene mi tarjeta, llámame por favor, necesito su opinión y creo que le puede interesar”, me provocó. Leí su nombre, José Aguilar, su puesto, Director General, su negocio Volviendo a Vivir, y su giro, centro de rehabilitación, actividad no muy común, al igual que la mía, por estos rumbos.

A los días volví a escuchar por el auricular esa voz rasposa ahora como venida de un abismo, que hacía preguntarme el origen de esa condición fonética. Entonces decidí, conmovido, acudir en persona al local de don José, quizá para evitar que hiciera un mayor esfuerzo al hablar por la línea. Cuando llegué al recinto, ubicado en la zona marginal del suroeste de Phoenix, no me pregunté, como debería, qué demonios estaba haciendo yo allí, sino que me impresioné al comprobar que, en efecto, operaba un centro para rehabilitar alcohólicos. Porque se traba de una simple casa—aunque al entrar se percibe cierto olor a alcohol desvanecido, se aprecian las caras rojas de internos recuperándose entre ollas y sartenes preparando comida. Las recámaras estaban repletas de literas, los closets eran depósitos de libros, herramientas y cajas, la sala un como auditorio con su pódium donde se adivinaba que surgían grandes testimonios orales.

También recorrí un pasadillo secreto que me llevó a una especie de “bunker” aislado de todo, contaba con una computadora, un teléfono, una televisión y un pequeño sofá en cuya mesita, en efecto, había una pistola, “por si las moscas”. Y ahí estaba, entre el juego de sombras y el poco sol que se traslucía, don José, como contento dándome una bienvenida: “Qué pasó Murrieta”… escuché por vez primera esa frase que la repetiría muchas veces. “No te asustes por esto”, me advirtió refiriéndose a todo el recinto y apelando a la ingenuidad que a veces suelo transmitir.

“No se preocupe—reaccioné—como periodista estoy acostumbrado a todo tipo de ambientes, desde una suite presidencial hasta un prostíbulo”, ocultándole así el impacto que me produjo ingresar a su morada. “Qué bueno que así sea, porque esto apenas es el comienzo, siéntate, si quieres beber aquí sólo hay agua y refrescos ”, me sugirió. “Ya averigüe de ti, creo que eres la persona adecuada para lo que quiero hacer”…

“Si me permite—intervine —primero dígame por qué tiene esa voz así, tan rasposa, ¿es normal o está usted enfermo?”. “De eso quiero hablarte—abundó—la voz la tengo así por ha-ber bebido mucho, es la voz de ex alcohólico, de uno que se está rehabilitando, la voz de un ex vagabundo o del ‘homeless’ buscando un trago o dónde dormir”.

De inmediato recordé a los “alcoholitos” del Jardín Juárez de Hermosillo, Sonora, a los de las cantinas de Nogales, a los del centro de Los Ángeles o los del Encanto Park de Phoenix, preguntándome siempre cómo habían llegado a esa condición. Y, sobre todo, si lograban escaparse de ella. Y ahora, a juzgar por sus palabras, tenía a uno frente a mí, picando mi curiosidad, recuperándose, salido de ese infierno, poniéndose a mi disposición, porque don José propuso: “Si, fui un alcoholito, homeless borracho y quiero contarte mi historia, tú sabrás que hacer con ella”.

Don José en la actualidad, sobreviviendo, rehabilitándose…

Podría saber entonces—podríamos todos saber—cómo es que un ser humano llega a los límites de la autodestrucción, cómo visualiza a la sociedad que lo olvida, a quiénes culpa y por qué. Y, sobre todo, podríamos saber cómo es que uno de ellos logra transformarse hasta casi ser un abstemio. “Tuve el vicio del trago, hice y padecí muchas tragedias, y puedo recaer, por eso quiero contarte de mi historia, algo habrá de servir, aunque sea para salvar a una sola vida, antes de que acabe la mía”…

Ya no se dijo más, y en esa soledad, sin testigos, hicimos el acuerdo, sin documentos ni nada que firmar, solamente encendí mi grabadora y durante días nos pusimos a platicar. Así brotaría el libro Volviendo a Vivir. Entrevistas con don José Aguilar, combinación de periodismo y narración literaria, así empecé a escuchar pasajes de penurias, decepciones y humillaciones, las de “los fracasados del sueño americano”, como se titula el capítulo IX. Sin embargo, también capté que habría un final feliz. En efecto, noté que don José había encontrado una misión que le estaba dando los últimos respiros: rescatar a los migrantes mexicanos, a los latinos en general, víctimas del alcohol para evitar que continúen los mismos dramas, reintegrarlos a la sociedad, a la búsqueda de la felicidad material y espiritual.

Porque el alcoholismo es más fácil que prenda en condiciones de crisis. Nacido en un poblado de Jalisco, México, don José emigró adolescente a California, trabajó como obrero habitando en departamentos junto a decenas de paisanos para ahorrar dinero en hospedaje. Pero en las convivencias encontró como muchos refugio en el alcohol y comenzaron los despidos del empleo…ingerir cervezas de más, también le produjo inestabilidad emocional y varias enfermedades como cirrosis y hepatitis al transcurrir los años. Enfermo y abandonado, deambuló como pordiosero, mendingando bebida y comida, durmiendo en parajes de donde resurgiría, precisamente, cual ave fénix en la ciudad de Phoenix: entre el vagabundeo escuchó de un centro de rehabilitación a donde acudió—poniendo como condición, para dejarse llevar, que le dieran una cerveza, a manera de despedida simbólica—para ya no salir de ahí jamás. Y no porque no se recuperara, sino al contrario: lo hizo tan rápido y tan bien que acabó como director general del organismo que lo rescató.

Don José reestructuró no sólo la base organizativa, sino también la económica, la de atención a los internos e incluso la física de ese recinto que opera a todo vapor en condiciones humildes. A las vueltas del tiempo, empezó a escuchar que le llamaban Padrino de parte de cientos y cientos de mexicanos, latinos y hasta de migrantes europeos que rescata de la bebida. Don José lo revela así, con esa poderosa voz y el brillo de la satisfacción en los ojos:

—Después de una vida de desorientación, de dependencias y sufrimientos, aquí encontré el sentido de vivir, por eso le cambié el nombre a este centro, se llama “Volviendo a Vivir”. Descubrí que mi misión es ayudar al prójimo y ofrecerle toda mi experiencia, conocimientos, para el funcionamiento de este lugar que rescata a alcohólicos y dragaditos.

He aquí, pues, pasajes claves y el perfil de vida de don José, en sus propias palabras, con toda su frescura y habla personal, en estas entrevistas fruto de los encuentros casuales y del trajín cotidiano. Y, claro, fruto también de aquel periodismo que todavía busca en las calles la noticia transformadora o el personaje anónimo que cambia no sólo la rutina de un día sino a veces la de toda la vida…

CONTINUARÁ…

Más sobre la obra Volviendo a Vivir: entrevistas con don Jose Aguilar
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Contacte al autor: manuelmurrieta@orbispress.com
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