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Del libro La gravedad de la distancia. Historias de otra Norteamérica
CRÓNICA MUNDIALISTA
Todas las imágenes tomadas en el estadio Rose Bowl, Pasadena, California. Archivo de Culturadoor.com
Por Manuel Murrieta Saldívar
Día de publicación: 11-Junio-2010
IV
Mi presupuesto decidió que para la semifinal— ¿la final?, olvídate, más de 500 dls. —de un miércoles 13 julio en el estadio Rose Bowl de Pasadena, 4:30 P.M.; entonces, si los dioses mayas, quechuas y de la santaría carioca y caribeña daban el gane a Brasil contra Holanda, god!, estaría viendo a Romario y Bebeto contra Suecia o Rumania. Ese viernes había qué decidirse porque el agente advertía que más tarde el boleto costaría el doble de los 160 dls. ofertados, máxime si triunfaban los brasileños. Y lo aparté: —Pase a recogerlo con su identificación, estamos sobre el bulevar King frente al coliseo de Los Ángeles—dijo con voz de espía. Con el boleto asegurado, el gol del carioca Branco hizo olvidar mis deudas, derribó la barrera holandesa poniendo a Brasil 3 a 2 en la semifinal y permitió que los fuera a ver en persona sin la tergiversante televisión derrotada así de nuevo: mis ojos contra las cámaras y los locutores, ¿qué tánto era real y cuánto de invento y manipuleo?
V
Pude cumplir con las obligaciones académicas sin estar presente en Tempe, Arizona y el martes ya estaba en Pasadena, con la ayuda de amigos verdaderos, apreciando mi boleto con la niñez que me quedaba; a tal grado, que hice un “flash back” para valorarlo como en los años setentas pensando guardar el talón, el invaluable recuerdo para la posteridad. Cuando arribé al clímax del Rose Bowl el medio día del miércoles 13, apenas noté la zona residencial que lo rodea porque, desde el Colorado Blvd. y el Orange Grove, hervía una cultura del juego manifestada en reventa de boletos, negocios familiares de limonadas y estacionamientos en garages privados, camisetas y llaveros piratas a bajos precios, policías listos no para la Copa sino para la Tercera Guerra Mundial impidiendo el acceso más allá de aquellos eficientes bulevares. Y mientras bajé a la hondonada donde se erige el estadio, por fin me iba sintiendo mundialista por vez primera: “batucadas y torcidas”, seguida por una corte multinacional de relajientos en ascenso, cargaban en un carrito de supemercado los seis kilos de la bandera USA-Brasileira, aquella vista en la tele, como agradeciendo al anfitrión; las explanadas proyectaban una arquitectura futbolística de balones flotantes, brisa artificial en ductos plásticos, posters de enormes jugadores, Macdonald’s móviles versus pizas, tacos y noodles, limusinas no aptas para mortales, los dinámicos anuncios de “nuestros patrocinadores”. Y entre los espacios libres el hormigueo de aficionados, irresistibles como espectáculo adicional, alegría en variantes infinitas incluyendo gritos retadores, vítores ofensivos sin violencia. Era un fluir de invitaciones sutiles y declaradas, de bienvenidas a quien se decidiera unirse al rito deportivo catalizado por miles de gargantas incógnitas, envidia del político y del pastor que busca clientela repartiendo biblias posmodernas, Jesús “the ultimate goal”. Porque es una gran sorpresa no sólo visualizar a suecos y brasileños: toda la Humanidad representada, seres descubriéndose a sí mismos, conjunción de la evolución y del eclectisismo racial, oportunidad para el que busca practicar el pacifismo o realizar interpretaciones sociológicas “para llevar”, de prisa, trata de abarcarlo todo, relator, porque no hay tiempo para la reflexión profunda: vikingos-noruegos fotografiándose con sus antiguos enemigos mexicanos; beldades suecas, blusa y chortsitos pecadores, ofertando su figura a un dólar por foto a los libinidosos del planeta; pintores-mercaderes anglos convirtiendo tus facciones en colores de banderas; el espectro hispano, sin la menor conciencia de clase, agradeciendo con porras a Univisión la cobertura completa del torneo mientras las cámaras producen la catarsis, el clímax contemporáneo de fama al instante y no te acuestes a dormir, perdiéndose la noción de sí, uniéndonos al universo que comprueba que existes, que eres privilegiado protagonista a diferencia de los otros 2 mil millones de espectadores sin boleto, hey, mira, aquí está el mío y saludos a la family! Es imposible hacer tesis y disertaciones de todo, pero también ocurren transculturizaciones al instante, nunca estudiadas por ningún Ph. D.: si mi equipo no llegó a la semifinal o la final, no importa: me convierto en brasileño por minutos y la gozo como un nativo de Río de Janeiro en carnaval. Igual que yo, así andan japoneses, coreanos, árabes verdeamarillos de los pies a la cabeza, ridículamente preciosos, proeza de simpatía trasnacional que no ha logrado ningún Trust o Enterprise neoliberal: ¿para qué ahondar entonces en las uniones peruanosileñas, argentinariocas, brasilombianas, mexicaleiras con sus lábaros binacionales ondeando al ritmo de samba antes, durante y después del gol?—siguiendo al gurú de congas y silbatos, retando la vigilancia impecable que nunca mira al juego, sino a nosotros, al graderío invadido por la exótica “latin culture” erizada cuando hacemos la orgía de la ola.
VI
Y toda esta masa está ya, estalla en el estadio, está-dio, está dios mío!, es verdad tanta humanidad reunida a la cual me integro, con seso y corazón, desde el asiento 16, fila 40, sección D, detrás de la portería donde el nuevo rey Romario mete el gol, uf!, noz hizo sufrir hasta el segundo tiempo…al fin, 1-0 contra Suecia… y entonces el tumulto, el derrumbe que me cae encima, estoy en las fauces de la multitud realizada, desfogándose, “desautomatización de los sentidos”, iniciando el respetuoso insulto, con mímica escatológica, contra los suecos que hasta entonces se callan…Porque el gol es lo infinito, tanto como la insistencia y la culminación de muchos ya meritos, el arroyar fuerte de Brasil, lo invicto del duelo intercontinental, el gol que logra en la práctica, dentro y fuera de la TV, el ideal de Simón Bolívar que estaría azuzando a la porra americana para la liberación definitiva de los traumas: Brasil igual a toda América, solito contra Europa, Holanda, Suecia, Italia, Alemania, Rumania, Bulgaria; Brasil reivindicando a mestizos, indígenas, caribeños y afros, pobres, deudores y limosneros contra vikingos, nórdicos, romanos, teutones y visigodos, ricos, egoistas y cobradores; Brasil dignificando al continente para superar la tragedia colombiana con el autogol de la narcomuerte, olvidar los penaltis mexicanos al aire y a las manos del portero búlgaro, superar la expulsión del exquerido Maradona, minimizar los titubeos bolivianos, reconocer el avance futbolístico de los angloamericanos y familiarizarlos más con América porque esta es una serie mundialista en serio y no local como el beis o el basquet. Brasil, imán de identidad, un reconquistador, Simón, carnal, todo un Bolívar, un Simón Golívar haciendo sentir la utilidad del regionalismo, apasionado “y lindo” cuando despierta noción de pertenencia continental, colectividad comunicada, cópula con los otros, objetivo común que por vanal es efímero pero el pretexto del gol no se olvida…La vida vuelve con el roce de todo el gentío encima, un parto, escucho un solo tronido, estoy entre el gemido de la masa en Pasadena… el canto del gol… todo el estadio se levanta, se eriza como los poros de un clímax erótico que no cesa, que continúa hasta tocar la Copa, que arraiga al “soccer” para siempre en angloamérica, en un festejo justificadamente irracional de aquella inmensidad de desconocidos que alguna vez y por instantes fuimos todos hermanos…
Más sobre “La gravedad de la distancia. Historias de otra Norteamérica” en: http://www.orbispress.com/imagenes/imaginacion/la-gravedad-de-la-distancia.htm
Por: Anna Maria Magallon en Jan 6, 2022
Goooooooooooolazo, en buena hora Manuel. Viva el América y el Memo Ochoa, a quien amo no por su guapura sino por quedarse con la misma esposa y tener tantos chilpallates a pesar de ser profesional. Me encanta sobre todo los primeros dos párrafos y donde te presume tu brother que fue en vivo.
Anna Maria Magallón
magallona@gmail.com