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POESIA

Tenemos aquí, derechos ancestrales que se hunden en la genealogía de los tiempos. Hay sangre, mucha sangre, que sella aquí, generosamente nuestro derecho…

Pío Pico, con su esposa, último gobernador mexicano de California quien organizó la defensa contra la penetración norteamericana

Por Miguel Méndez

Mi ‘j ito:
Un hombre viejo
es como un árbol que se está secando:
en los tuyos,
llenos de fibra,
de vigor,
árbol joven lleno de savia,
yo quiero ver mis propios brazos.
Cuando me muera, Hijo,
tú seguirás mi historia,
serás la continuidad de mis pasos,
en tus imágenes nuevas también
habitarán las mías,
porque los dos,
tú y yo,
somos nosotros y también nuestros
ancestros.
Apá, ¿De dónde somos nosotros?
Mis abuelos eran de México
¿Que’somos nosotros, Apá?
Mexicanos, muy mexicanos, Hijo.
Mexicanos y no vivimos en México…
¿Entonces no somos americanos?
Somos americanos,
amamos este suelo,
donde ya tenemos raíces

¡Oh, Daddy!
En México nos llaman “pochos” y aquí
“Mexican greasers”.
Muchachito de mi alma.
¡Qué cosas estás diciendo!
Sí, father,
amamos este suelo,
pero a veces lo siento tan duro,
tan duro,
como si mis raíces estuvieran
en el viento,
sustentadas solamente con la brisa que
viene de allá
de la tierra de nuestros abuelos.
¿Quiénes somos?
¿Tenemos patria?
como topos incansables nos sumimos en
la entraña de la tierra,
arrancando metales para la industria,
oro para acuñar monedas.

En los campos
hemos sido el brazo fuerte que siembra
la simiente,
sudor sobre los surcos,
plantíos que se levantan y crecen.
En las ciudades,
el ahínco y el fervor desesperado
de una subsistencia difícil,
nos ha vuelto ejemplares de los trabajos
más duros,
de las tareas más humillantes.
Mientras se proclama
el triunfo de la técnica,
el avance portentoso del progreso
y se ensalza la bondad de la riqueza,
muchos de nosotros,
sufrimos la incertidumbre del techo
y de los alimentos.

Nos han simbolizado injustamente
como un hombre perezoso dormido
bajo el sombrero.
Nos han llamado intrusos,
nos han gritado advenedizos,
para soslayar la razón
de nuestro reclamos,
o quizá…
porque no somos tan blancos.
Tenemos aquí,
derechos ancestrales
que se hunden en la genealogía de los
tiempos.
Hay sangre ,
mucha sangre,
que sella aquí,
generosamente
nuestro derecho.

¡Qué diferencia, Hijo!
si toda la raza nos uniéramos,
unidos en el regocijo y en la indignación
como cabellera de erizados cabellos.
¿Entonces sí tenemos raíces, padre?
Tan hondas como la edad
de todos los tiempos.
Nosotros,
mi’jito,
somos tan malos como todos.
Los demás son tan buenos
como nosotros.
Hace mucho tiempo,
pasaron ciertas cosas…
Quedó el dolor en los hombres,
el miedo y la desconfianza.
Tenían de albergue las cuevas,
en el instinto las armas.
Padre,
¡Cómo me pesan las raíces
sobre la espalda!
no quiero ser marino extraviado
en el mar de la esperanza.
¡Quiero un puerto!
con brisa y canciones,
trinos entre los árboles y el cielo,
bullicio travieso de niños
y obreros risueños.
Madres que borden y tejan
nidos con poesía,
escuelas
himnos de paz
noches de cisnes luminosos,
osas consteladas,
doncellas enamoradas,
luciérnagas universales,
serenata de luceros.

Cuando me muera…
una leyenda lapidaria:
Aquí lo cubre la tierra
que fue su patria…
Mi’jo querido:
la patria la forjaremos
a fuerza de nobleza.
Con sudor,
con placer,
con angustia,
con amor,
con terca rebeldía,
con ilusiones,
con sangre
con risa,
con anhelos que no siempre
serán fallidos,
con alegría del alma y dolor de la vida.

Aquella patria,
hijo mío,
ya no se acuerda de nosotros…
y ésta,
¡Todavía nos olvida!
Todos somos víctimas.
El que hiere
también se siente lastimado.
Los hombres, Hijo,
somos iguales en esencia:
humanos.
Somos hombres dignos
que luchamos por nuestro destino.
Diles, mi’jito,
cuando te pregunten,
dilo con orgullo:
¡Somos mexicanos
de los Estados Unidos!

Contacte a Miguel Méndez:
peregrinosmmm@aol.com


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