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Pablo corría frenéticamente por el bosque, sintió una sensación como si alguien le hubiera tocado los hombros. “¿Papá? ¿Eres tú? ¿Estás realmente vivo?” Distraído por sus pensamientos, Pablo tropezó con un troncón y cayó boca abajo sobre el suelo del bosque. “¡Papá! Ahora termino mis aventuras. Si estás allí, estoy listo para volver a mi vida real”…

CREACIONES ESCOLARES/SPANISH WORKSHOP

Un Trance Irreversible

Imágenes: Internet

Por Mark Scholl

Del curso “Literatura y civilización de Latinoamérica-II” California State University-Stanislaus

Día de publicación: 29-Abril-2009

No tenía ningún presentimiento de lo que ocurriría. Pablo estaba leyendo una novela en el sofá cuando su madre entró por la puerta con un rostro angustiado. Pablo esperaba a su padre quien ya debía de estar en casa. Admiraba a su padre con todo su corazón. Su padre era el héroe perfecto, y Pablo hacía todas las cosas con él. De hecho, los dos eran casi inseparables; solamente había una separación entre ellos cuando el padre se iba a trabajar. Pablo podía recordar la última conversación que tuvieron:

–Hijo, ¿ves cómo las águilas están en el árbol?

–Sí, papá. ¿En qué piensas?

–Cuando las aguilitas están bastante maduras, los padres tienen que abandonarlos.

–¿Pero por qué, papá?

–Porque las aguilitas tienen que aprender a volar sin que sus padres les ayuden.

Pero ahora Pablo no podía continuar a reflejar en esta conversación memorable. Su madre estaba en la puerta abierta, ojos llenos de lágrimas. Trató de hablar pero no pudo.

–¿Qué diablos? Mamá, ¿por qué estás llorando?– Pablo puso su libro en la mesa que estaba en frente de él. –¿Dónde está papá?

–Ay, Dios mío, ayúdame…

–¿Mamá?– Ahora Pablo corrió con sus piernas cortas a la sala dónde estaba su madre. Él ya estaba tan preocupado porque nunca había visto a su madre con tal expresión triste en la cara.

–Mi niño…– Sus cuerdas vocales se torcieron. Pablo vio cómo unas lágrimas se derramaron de sus ojos, corriendo en las mejillas hasta que finalmente salpicaron al entarimado abajo de sus pies. De repente, la madre halló las palabras que tenía tanto miedo pronunciar.

–Niño…es que tu papá…hubo un accidente.

Y ahora Pablo no podía respirar. Se sentía como si alguien le hubiera perforado los pulmones con un puñal. “¡No me digas eso!” le dijo a su madre. Pero sabía en su mente que lo que ella decía era la realidad. Su madre nunca le había dicho mentiras, pero Pablo no quería aceptar lo que había oído: “¡No! No puede ser que papá haya muerto. No me haría tal cosa. Papá es mi héroe ideal e inmortal. ¡No puede morir!”… El hijo no quería abrazar a su madre, aunque ella lo esperó. Quería esconderse. Entonces se fue, corriendo por el piso, resbalando al entrar a su cuarto. Saltó en su cama y trató de sofocarse con su almohada, pero no lo logró. Quería olvidarse de todo, cerrarse en su propio mundo privado. Después de llorar un rato, miró al lado donde un libro le atrajo la atención. Entonces lo tomó con impaciencia y empezó a leerlo, esperando hallar algún consuelo afuera de la tristeza que experimentaba.

Y esa noche, antes de que Pablo se durmiera, escribió en su diario:

El día de hoy mi padre no regresó a casa. No regresará jamás. Ahora no sé lo que debo hacer. Tengo sólo doce años. ¿Qué voy a hacer sin mi padre? Tengo tantas preocupaciones ahora. Solamente quiero olvidarme de este día. Necesito algo que me ayude en esto, y creo que ya lo descubrí. Esta noche, cuando estaba llorando, me acordé del libro que mi padre me dio hace unos meses. Es un libro de la guerra en la cual luchó mi padre. Ahora puedo leerlo y estar contento de olvidar este día tan horrible.

El día siguiente la madre halló a su hijo en su cama, brazos encima del libro. Ya eran las once de la mañana y la madre quería despertarlo, pero podía entender los sentimientos que él experimentaba. La situación fue muy grave e insoportable para ella también. No sabía lo que debería hacer ahora con la familia. Aunque tenía solamente a su hijo Pablo, no sabía cómo pagaría todos los gastos para él. Cerró lentamente la puerta del cuarto de su hijo y se sentó en el sofá. Se dijo en voz baja: “Soy viuda, ahora soy viuda…” hasta que finalmente se durmió.

Cuando la madre se levantó, fue para ver si su hijo todavía dormía. Él estaba despierto, leyendo el libro que su papá le había dado.

–¿No quieres hablar de lo que pasó, mi hijo?—dijo la madre con cuidado.–No hay nada que debo decir. —Pablo no levantó los ojos. Simplemente hojeó una página y continuó leyendo el libro.

La madre estuvo sorprendida en la manera que su hijo respondió. Se pensó a sí misma: Quizás no se haya dado cuenta todavía. Tal vez necesite un poco más tiempo. La madre salió para sentarse otra vez en el sofá.

Pero al día siguiente, Pablo estaba leyendo su libro como siempre. Ahora la madre tenía preocupaciones de que algo le hubiera pasado al hijo. Fue a hablar con él otra vez, pero era demasiado tarde. Pablo no la oyó. Estaba consumido por el libro que estaba leyendo…el libro que lo llevó a otro mundo, a uno en el cual él podía olvidar todo y sentir la paz que esperaba.

Pablo no notó la entrada de su madre porque ya estaba en otro ambiente. Se halló en un bosque tropical. Sabía exactamente en dónde estaba: Vietnam, por supuesto, porque su padre había estado allí muchas décadas antes. Aunque su padre era inmigrante de México, tenía que luchar en la guerra cuando entró a los EE.UU. durante los 1960’s. Pero estos detalles no le importaban a Pablo ahora. En este momento estaba en un país tan lejos de su casa en América. La atmósfera tropical fue cómo su padre la había descrito muchas veces. El aire estaba húmedo y Pablo podía sentir su propio sudor corriendo en sus brazos. ¡Qué experiencia! Abrazó el sentimiento de libertad. Ahora podía sentir todo lo que su padre había sentido cuando todavía estaba vivo…pero Pablo no quería pensar en eso ahora. Corría por la selva, llevando su equipaje oficial de los soldados de infantería. No sabía en cuál dirección iba, pero solamente quería correr. Rozaba al pasar el follaje de la selva, sus botas dejando huellas en el fango y las hojas húmedas que estaban en el suelo del bosque abajo de sus pies. Continuaba corriendo hasta que entró en un pantano brumoso. Allí Pablo encontró a una mujer vietnamita quien estaba de pie, llorando. De repente recordó Pablo a su madre. Se forzó desde su imaginación que le gustaba y cerró el libro que tenía en las manos. Cuando se dio cuenta que su mente estaba de nuevo en su cuarto, vio a su madre que tenía lágrimas en sus ojos. Aunque Pablo podía observar el dolor obvio que su madre expresaba, él sonría porque estaba tan emocionado con su experiencia en el libro. Después de que su madre observó el comportamiento raro de su hijo, salió del cuarto en silencio, sabiendo que su hijo no la reconocería nunca más.

Esa noche, Pablo escribió otra vez en su diario:

Hoy tuve una experiencia inolvidable. ¡Nunca antes había leído un libro con tal gusto! El libro de mi papá ya ha ayudado a aliviar el dolor y tranquilizarme. Para ser franco, no añoro mi vida real. Me gusta pasar todo el tiempo en el país lejos de la imaginación. Mi mamá debe hacer lo mismo. Descubriría que los libros pueden entumecer el dolor de la vida. ¡Qué bueno sentirse despreocupado! Sí, la libertad, la paz, el ambiento extraño — pero, ¿por qué malgasto el tiempo por escribir en este diario aburrido? Quiero volver…

Entonces, Pablo tomó el libro en sus manos y empezó a leerlo.Y así continuaba la aventura de Pablo en Vietnam. Sin embargo, Vietnam no fue el único lugar que Pablo visitó en su viaje agradable de la imaginación. Cuando Pablo había leído todo el primer libro, escogió automáticamente el próximo que estaba al lado de él en un gran montón dentro de su cuarto. Lo raro es que Pablo no escribió en su diario nunca más, ni comió, ni durmió; sólo leía todas las horas. Y durante cada libro, la madre venía al cuarto y miraba a Pablo con charcos salados que llenaban sus ojos. Cada vez Pablo no la reconocía.

Las horas se cambiaron a días, y los días se cambiaron a semanas. Durante ese largo proceso, la madre observaba a su hijo con un corazón roto. Estaba sorprendida y tenía gran conmoción ver cómo Pablo no necesitaba comer ni dormir nunca. Todo el tiempo estaba sentado en su silla en su cuarto mientras leía libros. La madre no sabía cuáles medidas debía tomar con su niñito.

Mientras tanto, Pablo experimentaba su próxima aventura. Esta vez estaba leyendo una novela sobre la historia de la navegación por los mares. Se halló en un velero que estaba en el centro de un mar. El cielo era azul claro y hacía muy buen tiempo. Pablo podía sentir los rayos brillantes del sol cubriendo sus brazos y su cara. ¡Qué libertad! Pablo respiró hondo y miró hacia el horizonte donde podía ver una isla esmeralda. De repente se puso emocionado. A Pablo le gustaba explorar mucho. Empezó a pensar en lo que encontraría en la isla misteriosa cuando el viento le trajo varios susurros. Pablo se alzó la mano a la oreja y escuchó:

–Muchas gracias por venir y examinarlo, doctor. He estado tan preocupada. Él no come ni duerme. ¿Qué podemos hacer?

–Temo que no podamos hacer mucho, señora. Les he dado tratamiento médico a pacientes que experimentaban traumas emocionales, pero nunca he visto este caso severo.

–¿Qué está diciendo Usted, doctor?

–Pues, Usted continúe tratar de despertarlo de su trance…

Pero Pablo no pudo oír claramente todos los susurros. Pensó que sólo fueron otro producto de su imaginación. Entonces continuó su viaje hacia la isla sin la menor preocupación.

Durante las próximas pocas semanas, la madre entraba diariamente por la puerta del cuarto de su hijo y trataba de hablar con él. Una vez exigió inútilmente que su hijo la ayudara con los quehaceres. Otro día ella simplemente le expresó sus asuntos financieros a él. Otra vez le trajo un platillo de carnitas para que su hijo comiera algo. Pero todos sus esfuerzos eran en vano. Pablo nunca la oía. Mostraba solamente los ojos vidriosos y la boca ensalivada mientras leía sus libros.

Muchos meses pasaron en los cuales la madre nunca renunció a traer a su hijo de su trance continuo. Todos los días era el mismo ritual: ella entraba al cuarto de su hijo con esperanza y salía desilusionada. Pero un día, cuando estaba al lado de él, la madre notó entre sus manos un libro cuyo título era Ornitología. Por supuesto, pensó a sí misma. Pablo y su padre siempre iban a observar los pájaros. Era su pasatiempo predilecto.

De repente, el timbre de la puerta sonó y la madre tuvo que salir del cuarto. Por eso no sabía lo que le pasaría a su hijo. Pablo estaba en un bosque con binoculares pendientes de su cuello. En este bosque había árboles grandes de eucalipto además de muchos arbustos. El medio ambiente era perfecto para ver varios pájaros. Pablo estaba sosteniendo sus binoculares cuando oyó una voz muy familiar. Sorprendido, Pablo gritó con entusiasmo, “¿Papá? ¿Estás allí?” Pablo dio vueltas buscando a su papá detrás de cada árbol y arbusto. Estaba ya obsesionado. Tenía que buscar de dónde la voz había venido y hallarla… y de repente, mientras Pablo corría frenéticamente por el bosque, sintió una sensación como si alguien le hubiera tocado los hombros. “¿Papá? ¿Eres tú? ¿Estás realmente vivo?” Distraído por sus pensamientos, Pablo tropezó con un troncón y cayó boca abajo sobre el suelo del bosque. “¡Papá! Ahora termino mis aventuras. Si estás allí, estoy listo para volver a mi vida real.” Pablo se volteó hasta que pudo mirar al cielo. Pero algún movimiento en un gran árbol le atrajo la atención. Pablo puso los binoculares en sus ojos y observó: una aguilita, obviamente demasiado grande para su edad, estaba al borde de su nido. Después de unos segundos, la aguilita empezó a mover nerviosamente las alas y saltó del nido. Pablo estaba conmocionado por lo que estaba viendo. La aguilita resbaló de su nido y cayó rápidamente en espirales hasta que dio violentamente contra el suelo. Esta escena sumió a Pablo en la nostalgia. De repente recordó otra vez las frases memorables que había dicho su padre hacía mucho tiempo: “Cuando las aguilitas están bastante maduras, los padres tienen que abandonarlos. Las aguilitas tienen que aprender a volar sin que sus padres les ayuden.” Y ahora Pablo finalmente se dio cuenta de lo que había hecho después del accidente de su padre. También se dio cuenta que nunca regresará jamás a su vida real. Su mente quedaría en los libros para siempre. ¿Pero su cuerpo?

Algo le espantó a la madre al entrar al cuarto de su hijo. Ella emitió un chillido largo y desconcertante. Frente de ella, una aguilita desfigurada y de tamaño gigante estaba sentada sin vida en la silla, con sus alas flojas agarrando un libro…

Contacte al autor:cruisn4abruisn@hotmail.com


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