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Ayer dibujÉ un sol que salía de los cerros. Lo hice con los plumones que me regaló Bernardo, un amigo de mamá que de repente llega a visitarla.
UN CUENTO
Por Miguel Angel Avilés
Mamá me ha dicho que no salga a la calle cuando ella no está.
La mañana es soleada, y una luz como flecha entra por la ventana.
Cuando venga Fred le diré que ya no juguemos con esos monos que trae porque me dan miedo, y los sueño por las noches.
Siempre jugamos adentro de mi casa. Una vez mamá nos encontró en la banqueta, y me rabió toda la tarde.
La calle es ancha, y tiene el asfalto carcomido. A mí me gusta asomarme por la ventana, y contar los carros que pasan como un disparo frente a mi casa. A veces los clasifico por colores, y los voy contando así hasta que me canso, y luego veo que color ganó. Ayer dominó por mucho el rojo.
Cuando mamá llega le cuento lo qué hice, y sin voltearme a ver dice: ¡Ah que interesante! Y sigue calentando la comida.
Fred me contó un día que él no tiene mamá, que se fue al cielo cuando él nació, y que no ha regresado. Pero dice que aunque no la vea está seguro que lo quiere mucho porque casi a diario le manda un regalo con su papá.
El día que le mandó esos monos llegó corriendo, y me los enseñó. Son grandes y duros, con una cara muy fea y ojos bien colorados como la mayoría de los carros que pasan por mi casa.
Fred me presta uno de los monos, él agarra el más grande, y los chocamos fuerte como si pelearan. Yo siempre le gano a Fred, pero él dice que no, me arrebata el que me prestó, y se va a su casa con la cara bien seria como sus monos. Entonces otra vez me quedo solo, y me pongo a dibujar lo que se me va ocurriendo.
Ayer dibujé un sol que salía de los cerros. Lo hice con los plumones que me regaló Bernardo, un amigo de mamá que de repente llega a visitarla.
Al sol le pinté unos ojotes, y una boca larga como si se estuviera riendo. Luego lo coloreé de amarillo, y a los cerros los pinté de color café como si estuvieran secos.
Nunca pinto nada de negro porqué es un color que me da miedo. Es un miedo distinto al que me provocan los monos de Fred, pero no deja de ser miedo.
Todos los dibujos que hago los guardo en una mochila vieja que desocupé el año pasado. Ahí tengo dibujos de barcos, de casas con unas ventanotas, de animales que yo nomás conozco, y de flores porque también me gustan mucho las flores.
Mamá tiene sembrado en el jardín unos rosales, por eso supe cómo eran. Casi me salen igualitos aunque a los míos les falta el aroma. Pero yo los huelo, y me imagino que sí tienen. A mí se me hacen más bonitos estos que los que mamá siembra en el jardín porque no tienen que regarse, y nunca se secan.
Fred no conoce estos dibujos, menos conoce de flores. Un día le dije que ya dejáramos los monos, y que nos pusiéramos a dibujar pero no quiso porque dice que esos son juegos de niñas. Entonces lo dejé solo jugando con sus monos, y me trepé al sillón para ver por la ventana.
Asomé la cabeza, y en eso vi, de pronto, que chocaron dos carros fuerte, fuerte como cuando Fred y yo chocamos a sus monos. Fred escuchó el golpe, y brincó al sillón para ver también por la ventana lo qué pasaba.
Los dos vimos que uno de los carros quedó arrugado como las bolas de papel que yo hago cuando no me gusta un dibujo.
Fred me dijo que fuéramos a ver pero yo me negué porque no tardaba en llegar mamá, y me iba a encontrar otra vez afuera. Fred ahora no se enojó, y se quedó conmigo. Lueguito escuchamos que por ahí venia la ambulancia, y la gente se apartó para dejarla pasar.
Los señores de blanco estuvieron jale y jale la puerta de uno de los carros hasta que la abrieron, y uno de ellos corrió hacia la ambulancia con un niño en los brazos. Fred y yo nomás nos volteamos con los ojos bien pelones. A mí me empezó a latir el corazón como cuando despierto asustado después de soñar con esos monos.
Fred me pidió que siguiéramos jugando, y se bajó del sillón pegando un brinco. Yo no le hice caso, y me quede pegado en la ventana. De pronto vi que llegó corriendo una señora, y lloraba bien recio, yo creo que se oía en toda la cuadra. Hizo por acercarse a la ambulancia pero los señores de blanco la agarraron de los abrazos y no la dejaron.
Fred me decía que bajara para seguir jugando, y le repetí que no, y entonces agarró sus monos, y se fue bien enojado.
Yo estuve un rato en la ventana, y ya que se apartó toda la gente, fui por mi cuaderno, y me puse a dibujar.
Primero hice la cara de una niña, y le pinté bigotes. Le puse un cuerpo enorme como los monos de Fred, y la coloreé toda de rojo. Me gustó tanto que arranqué la hoja, y la guardé en mi cuarto donde tengo los demás dibujos.
Después pinté un caballo azul, y arriba le puse a un señor gordo con un sombrero verde.
También pinté muchas flores de todos colores, y arriba le dibujé rayas azules como si lloviera. Las olí, y cada una tenía un aroma diferente.
Mamá todavía no llegaba. Hay días en que se tarda, y regresa muy noche cuando yo ya estoy dormido.
Pero esa vez me quedé a esperarla. Se fue poniendo oscuro, y por la ventana miré que apareció la luna. Hacía mucho que quería verla pero nomás salía un pedacito. Ahora sí estaba toda la luna llena. La vi por un rato, y me dieron ganas de estirar la mano, y alcanzarla. Así estuve por buen rato hasta que lo logré.
“En el tranquilo cielo estaba, como en una pálida bruma de ensueño, misteriosamente fatal, la luna”.
Eso dice el cuento que mamá me lee antes de dormirme.
Pero una cosa es que ella lo lea, y otra cosa es que yo toque la luna de verdad como lo hice aquella noche.
Si Fred estirara la mano por la ventana a lo mejor pudiera saludar a su mamá que está en el cielo.
A mí se me hace fácil, es cuestión de cerrar los ojos, y luego imaginarse. Apuesto a que si Fred lo hace se olvidará hasta de sus monos.
Yo veo la luna desde el sillón, y la dibujo grande, grande.
Mamá no tardará en llegar, estoy seguro.
Miguel Ángel Avilés Castro nació en La Paz, Baja California Sur, en 1966. Radica en Hermosillo, Sonora, desde 1984. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sonora. Ha colaborado en diversos medios escritos de la región. Ha publicado Diles que acá estamos (Universidad de Sonora, 1990), Los sordos territorios (Universidad de Sonora, 1997) e Ingratos ojos míos (Instituto Sonorense de Cultura, 2004), con el cual obtuvo el Premio Estatal del Libro Sonorense en el género crónica en el 2003.