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Sin duda que a 103 años de su publicación, originalmente en los Estados Unidos, esta edición actual de “Los Bribones” resulta ser una labor encomiable porque implica no sólo retrotraer el texto original y ponerlo frente a nuestros ojos influenciados por un entorno moderno, sino por el trabajo de investigación que lo precede que incluye la vida y obra del autor, Lázaro Gutiérrez de Lara.

ARTÍCULO

Imágenes cortesía del autor

Por José Terán

jteranmx@yahoo.com.mx 

 —Especial para Culturadoor.com desde Cananea, Sonora, Mex—

 Día de publicación: 20-Octubre-2010

     Irónica, mordaz, incisiva y crítica (no exenta de sátira) son los calificativos que caracterizan el estilo literario de la novela “Los Bribones” de Lázaro Gutiérrez de Lara, escrita en tercera persona, en la que, como un telón de fondo se deja ver el mineral de Cananea y su rampante crecimiento hacia principios del siglo pasado. El autor, nos dibuja una época antes y muy cercana a la histórica huelga y nos deja un esbozo de las circunstancias sociales que detonaron el movimiento obrero patronal de 1906.
     Podríamos decir que en esta obra encontramos trazos de un estilo literario común de la época y que tuvo vigencia durante varios lustros, con tal de denunciar deplorables situaciones sociales a través de un lenguaje lúdico y punzante. Por ejemplo, el Diario Opinión de Los Angeles, California, publicó por entregas varias novelas escritas por mexicanos en esa y épocas posteriores, en las cuales se denunció el maltrato que sufrían los mexicanos que llegaban a los Estados Unidos a trabajar, o bien para denunciar las condiciones políticas y sociales imperantes antes y después de la Revolución, como son los casos de Rafael Vanegas quien escribió “Las aventuras de Don Chipote o cuando los pericos mamen” en el referido periódico de Los Angeles, California, o el caso de Gumersindo Esquer con su novela “Campos de Fuego” que ubica en la región de El Pinacate.
     Pero también hay que apuntar que Lázaro Gutiérrez de Lara fue un hombre instruido en las áulas universitarias en un tiempo en que la corriente literaria del Naturalismo daba paso al Romanticismo, ambas de origen europeo, pero con una fuerte influencia en nuestro país y en los intelectuales mexicanos radicados en el Sur de los Estados Unidos. Por lo anterior, no nos resulta extraño las páginas llenas de finas exactitudes que contiene “Los Bribones”, cuando el autor habla del paisaje circundante al mineral, o de aquella prolija descripción de los objetos que se encontraban en la casa de la protagonista principal, Luisa, a la manera de Emile Zola(*), padre del llamado Naturalismo en la literatura.
     Y como bien se asienta en esta obra, Lázaro Gutiérrez de Lara fue simpatizante de la Casa del Obrero Mundial, fundada en 1912, en la cual se impartían a los obreros y a los hijos de éstos cursos de gramática, taquigrafía, etc. y algunos oficios, en cuya planta docente aparece el insigne poeta modernista José Santos Chocano que con su obra poética influyó en algunos autores de su generación.
     Lo anterior nos muestra a un Lázaro Gutiérrez de Lara informado y lector, un espíritu libre y metódico porque sólo así es posible otorgarse tiempo para escribir una obra literaria, además de sus numerosas colaboraciones periodísticas y las también conocidas de corte político Historia de un Refugiado Político, publicada en inglés en 1911 y El Pueblo Mexicano y sus luchas por la libertad, publicada también en inglés en 1914 y dos años después en español.
     Hay un punto que me parece digno de mencionar y es la culta formación que poseía Lázaro Gutiérrez de Lara, al citar en “Los Bribones” los nombres de dos pintores importantes: Rembrandt y Watteau; el primero maestro del barroco de los Países Bajos, en tanto el segundo paisajista de Francia y representante del último barroco, y cuyos finos y aristocráticos estilos el autor con manifiesta ironía los “encontrará” entre los principales vecinos del mineral.
     Lázaro Gutiérrez de Lara, como lo dice el compilador y prologuista, cuando se refiere al empresario minero William Green, lo nombra “El Magnate”, “El Rey del Cobre”, “S. M. Majestad”, o simplemente “Rey”. Sin embargo, no obstante de responsabilizar al empresario norteamericano y a sus principales empleados, incluyendo a los funcionarios del gobierno municipal y estatal, de todos los desmanes cometidos contra los obreros y los desposeídos de Cananea y toda la región minera, en el metadiscurso se puede advertir un sutil reconocimiento al carácter de ese hombre que fundó las 4C.
      Cito de las pp. 70 y 71: “Primero las transacciones ganaderas le dieron oportunidad de comprar ganado en pequeña escala y aumentarlo por medio de la ´Cuatrería´, en aquellos tiempos en que a los apaches se les podía echar encima todos los robos que los blancos cometían…“El `Cow-Boy´ empezó a hacerse célebre desde el día en que en un rancho de Tombstone se agarró a balazos con dos compañeros de cuatrerías, un mexicano y un americano que eran tenidos por los más audaces y valientes; en la lucha salió triunfante con la muerte de sus contrarios y desde entonces, los demás `Cow-Boys´ tenían a honra estrechar su mano….”
      Al respecto, no hay que olvidar que Lázaro Gutiérrez de Lara, en un tiempo, cuando se dedicó a la compra, denuncio y venta de terrenos minerales seguramente hizo negocios con la Compañía de las 4C, misma que era la única que adquiría nuevos hallazgos minerológicos.
      En la página 91:
      El autor nos da, con una pincelada, como ya apuntamos antes, una visión sarcástica y mordaz de la clase alta o de quienes pretendían, en aquella época y alrededor del emporio Green, alzarse en la posición social. Así, al referirse a la esposa del abogado Robleda dirá que “Su noble cabeza ostentaba un alto peinado estilo Carlota de Maximiliano, pero con un adorno que le daba un opulento aire de Condesa de Rembrandt, sin sombrero, era una inmensa y blanca pluma de avestruz encajada en el pelo del temporal derecho que ascendía audazmente tramontando la abultada coronilla y describiendo una graciosísima curva hacia el lado izquierdo descendía sobre el omóplato del mismo lado. Un detalle encantador se destacaba en este peregrino adorno y era una tarjeta que colgaba de un hilillo de la misma pluma y oscilaba a la altura de la oreja; en la tarjeta y en sus dos caras se leía en caracteres rojos, muy bien claros, lo siguiente: “The biggest Ostrich plumee ever seen in California. Size 39 inches. Price $190.00 gold”. Este detalle, nuevo en los anales de la elegancia, era de una delicadeza y buen gusto exquisitos…”
      Al respecto, en las obras publicadas en la frontera México-Norteamérica era común que los autores intercalaran expresiones y párrafos en inglés o spanglish. Así, en la página 96, con motivo de la presentación musical que hizo la hija del Gerente del Banco de la Compañía, este cierra la actuación dirigiéndose a los Knights of Columbus, y que el autor intercala varios párrafos en inglés, como lo hará en toda la obra, al decir: “Gentlemen: You promise before God, our very very, dear father, to be the, defenders of our sacred, religión…..¡Yes, Sir! ¡Yes, Ser! …. ¡You bet! … ¡Sure! ¡Sure! –contestaron con distintos tonos los interpelados.
     Este mismo recurso empleará el autor en toda la obra para reafirmar el carácter de una sociedad formada en las costumbres y maneras sincréticas fronterizas y para la cual eran comunes el uso del español o el inglés como idiomas comunes.

      Lázaro Gutiérrez de Lara (arriba en la foto), cuando nos presenta a los que serán los principales protagonistas de la novela, traza los caracteres de ambos con precisión y firmeza para darnos el necesario contrapunto con el que finalizará la novela: Cito de la página 99 refiriéndose a la esposa de inteligente belleza: “Su nombre de Luisa trascendía en ella como un ideal y suave perfume de lilas y jazmines o traía el recuerdo de una pastorcita de Wateau”. Luego, en la siguiente página, refiriéndose al esposo apunta: “El Sr. Álvarez, Enrique, como le llamaban sus amigos, un buen chico, bajo de cuerpo, robusto, su cara tenía una expresión simpática, pero en la que era notable una perene sonrisa de amabilidad tan extrema, que más parecía encubrir una gran debilidad de carácter”. A decir del autor, ambos trabajaban en la tienda de la compañía de dependientes.
     Al referirse a la corrupción reinante, escribirá con puntillosa sorna: “Todos saben la galantería de nuestro valeroso y glorioso y anticuado y senil Cacique, hacia los millonarios; los idolatra, los ama con entrañable y profunda pasión, en cambio a los proletarios los quiere tanto, tanto, que los despacha a gozar de la Divina Majestad cuando tiene la oportunidad. Que grande felicidad embarga al autor de esta novela al escribir sobre estas cuestiones tan sublimes, tan llenas de honda ternura ¡¡oh Dios de los Ejércitos!! Conserva, conserva muchos años a nuestro viejecito querido y amado”.
      Pero la aportación de Lara que viene a colmar los valores por los que distinguió este hombre –literalmente– de lucha y batalla, periodista y escritor de cortante pluma, es su posición hacia la Mujer (hoy habría que decir de Género), a la que considera –mientras no es víctima de la estulticia de los hombres y de las condiciones adversas de una sociedad que las empuja a la marginalidad—fuerte, responsable y valiente. Citamos de las páginas 115 y siguientes al mencionar un presagio que tiene Luisa: “Echó sobre su marido una mirada imploradora de auxilio, que pedía protección ante el presentimiento de un peligro adivinado, desconocido, y al verlo en aquel abandono de su sueño, laxo, sin nervio y casi sin alma, vio también su pasado de vida marital, en la que, unida a aquel hombre tan débil, había tenido que resistir ella sola, por los dos, todas las contrariedades de la existencia, levantándole siempre, soportando ella el peso de sus irresoluciones, luchando con él para darle ánimo al vacilar y resistiendo siempre la carga de la responsabilidad”.
     En la página 121: “¡Por Dios! Enrique –interpeló ella—siempre que hemos hecho algún esfuerzo para mejorar, tú te has llenado de desconfianza y sin embargo no nos ha ido mal… Ya ves, yo puedo ayudarte…” Él contesta: “—No seas tonta. Tu siempre soñando sin que te llame la atención lo que es práctico”.
      En la 123: “En realidad había gran diferencia de caracteres y a Luisa le había tocado siempre llevar el mayor peso, pero ella vivía si no contenta, cuando menos soportaba la tarea ya que su alma estaba hecha para la lucha y esa lucha era de abnegación y de sacrificio al aceptar a cada momento la falsa situación de su mentida inferioridad”.
      Consumada la felonía, Luisa exclama en la página 135: “ –¡¡Bribones!! ¡¡Bribones!! ¡todos! ¡Ladrones! todos todos ¡Canallas! ¡Canallas! ¡Mienten! ¡Yo no he robado nunca! ¡Ni yo ni Enrique! ¡Canallas! ¡Bribones! Su voz vibró como la maldición que caía sobre el crimen, sobre el verdadero crimen, y como una amenaza del castigo que algún día había de caer sobre Los Bribones”.
      Después Lázaro Gutiérrez de Lara describe el edificio de la Cárcel de Cananea en aquellos días, p. 168: “Los presos se agolpaban a las ventanillas enrejadas que daban al patio de la cárcel…” “…El alcaide abrió la puerta de doble reja de hierro por la que, abriendo la primera reja se penetraba al hueco de la puerta; se cerraba en seguida con cerrojo esta primera reja y hasta entonces se abría la otra que luego se cerraba también, después de haber dado paso al patio de la cárcel…”Los calabozos que estaban a los laterales del patio tenían encima de la puerta exterior de madera, una portezuela y por allí sacaban la cabeza los incomunicados y libremente platicaban con los demás…” “…los gritos y los dichos se sucedían y eran coreados por las mujeres que se encontraban presas en la parte alta del edificio y que constantemente estaban en libre plática con los presos…” “El patio de la cárcel era un espacio como de seis metros por lado, pavimentado con ladrillo e insectos parasitarios”….
      Y como un telón de fondo el autor retrata a la población, Cananea, p. 183: “Serían las doce de la noche. Sobre la población, que se extendía en una amplia meseta, donde los “homes” formaban anchas y desiertas avenidas, colgaba el sopor sus vaporosos velos de ensueño. En el faldeo meridional, donde concluía la meseta, hormigueaba, en un laberinto de callejuelas, que se hundían en una cañada, la gente trasnochadora que se revolvía ebria y embrutecida en los burdeles que poblaban aquellas callejas,”…
     “A su izquierda y hundiéndose en una cañada, el laberinto de callejuelas” (p. 191).
      “A sus pies se hundía la falda de la meseta, y por encima de la calle del Mineral y cruzando por los techos de los edificios de la Compañía, su vista cruzaba al nivel de las bocas de las chimeneas de la Fundición y de la “Power-House” y alcanzaba la sierra” (p. 192).
      

      Sobre la edición actual…
      Sin duda que a 103 años de su publicación, originalmente en los Estados Unidos, esta edición de “Los Bribones”, a cargo del Instituto Sonorense de Cultura y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes resulta ser una labor encomiable porque implica no sólo retrotraer el texto original y ponerlo frente a nuestros ojos influenciados por un entorno moderno, sino por el trabajo de investigación que lo precede y que el compilador se encargó muy bien de puntualizar en un prólogo muy completo sobre la vida y obra del autor.
      “Los Bribones” fue publicada en Los Angeles, California, por Arizmendez Impresor, en 1907 y no debe sorprendernos este hecho porque en esos tiempos, y en años posteriores, las obras literarias o académicas que debían o tenían que ser publicadas (y cuyos autores mexicanos se ubicaban en los estados fronterizos de México o en los sureños del vecino país) encontraban allá las editoriales que en esta parte del país escaseaban o prácticamente no había. Hay que considerar que no siempre las prensas de los periódicos locales eran las idóneas para imprimir un libro.
      En términos propiamente de la edición de este libro, lo que demerita un poco su continente y contenido es la gran cantidad de erratas que encontramos. Así, en la página 37 podemos leer “Lázaro encabezadaza” por “Lázaro encabezaba”; en la página 52, se lee: “Dos décadas después de su muerte (1947)” cuando el autor murió en 1918; en la 69, “pasteles” por “pastos”; en la 70 “meroleo” por “merodeo”; en la 71 “cuaterías” por “cuatrerías”; en la página 89 nos parece que el corrector no se tomó la molestia de consultar un diccionario de la lengua inglesa y dejó “Knitgs” por “Knights”; pero parece que tampoco consultó sobre el nombre del famoso pintor Rembrandt porque aceptó “Rembrant”; en la 100 se lee “perene” por “perenne” con doble N, etc., etc., etc.
     Y para terminar este apartado debo confesar con todo respeto que difiero un poco con la reflexión que el Dr. Romero Gil vierte en su prólogo, en la página 52, cuando afirma de Lázaro Gutiérrez de Lara (inmortalizado por Diego Rivera en el mural “Sueño de una tarde de domingo en la Alameda Central”): “En el cuadro pictórico Lázaro Gutiérrez de Lara sueña con su Revolución, la que defendió con el único fusil que manejaba: la palabra.” Sin embargo, páginas más adelante, en la 63, se nos muestra una fotografía tomada hacia 1911 en donde podemos ver al abogado, orador, escritor y periodista con dos cananas al pecho y otro cinturón repleto de balas, a la cintura de su lado derecho un Colt del 44, a su izquierda una daga que parece machete, mientras con su mano derecha sostiene de pie un 30-40 o Springfiel de bola. Como podemos ver, este hombre –literalmente—era de armas tomar.
     

      El misterio del Juez Castañeta, Castañeda, Castanedo, Castaneda, o no se hagan bolas…
      Primeramente hay que señalar que en toda la novela el nombre ficticio del Juez aparece como Isidoro Castañeta. Por ello, en la p. 73, en el pie de página No. 8 se nos explica: “Se refiere a Isidro Castaneda, fue juez de 1ª. Instancia en Cananea. Levantó el acta de los acontecimientos de la huelga de 1906, inculpando a Diéguez, Baca Calderón, Gutiérrez de Lara, entre otros…. “
      Sin embargo, en el prólogo de la novela, podemos leer en las páginas 56 y 57 que el nombre del Juez, en la novela es “Castañeda” y no “Castañeta”. Cito: “Este Castañeda es riata y no se revienta y güeno para arreglarle a uno cualquier tapao cuando se ofrece”.
      Luego, en el primer párrafo de la siguiente página, el prologuista nos da otra explicación: “En el directorio de la impunidad y la abyección que construye en la novela parecen los personajes que participaron o bien consistieron la represión a los trabajadores en 1906. Así “Filiberto Prieto”, es Filiberto Barroso (Presidente Municipal); “Pablo Rubín”, es Pablo Rubio (Comisario de Policía); “Petrucio Robleda”, es Pedro D. Robles (Abogado de la empresa); el juez Castañeda, es Isidro Castanedo (Juez de 1ª. Instancia).
      Ojo: ¡Ya no es ni siquiera Castaneda!
      Acta de Defunción de Gutiérrez de Lara.
      En la única Acta de Defunción que se conoce de Lázaro Gutiérrez de Lara, fechada en 1918, y por demás bastante extraña porque está inscrita en el Libro No. UNO y la Foja UNO, como si nunca hubiera habido en ese lugar registro de muertos anteriores, puede leerse como causa de su fallecimiento lo siguiente: “En el pueblo de Sáric á las 11 once de la mañana del día 19 diez y nueve de enero de 1918 mil novecientos diez y ocho ante mí, Eduardo Quesada Juez del Estado Civil, fue presentada por el Juez Local Propietario de éste lugar, ciudadano Marino Arvizu una nota en que consta; que ayer á las cuatro de la tarde falleció de heridas por arma de fuego el individuo Licenciado Lazaro Gutierrez de Lara ignorándose de donde era originario y, como de 40 cuarenta años de edad, casado. Fueron testigos de este acto los ciudadanos Leopoldo Ochoa y Manuel López el primero natural de Altar de 40 cuarenta años de edad, soltero comerciante y el segundo de Rayón de 44 cuarenta y cuatro años, casado comerciante…”
      Certificó el documento Onofre Varela García (Firmado), por la Oficialía del Registro Civil.
      Casi, casi, como si lo hubieran tiroteado en una cantina.
      El último día de Lázaro Gutiérrez de Lara.
      Mario Bustamante Tapia, quien fue director de este mismo museo de la Lucha Obrera, realizó hace más de dos décadas una seria investigación en el Sáric, con el fin de localizar los restos de Gutiérrez de Lara y traerlos a Cananea para ser inhumados junto a los demás mártires del lugar, nos comentó que la última noche que pasó Gutiérrez de Lara en los Estados Unidos durmió en el Zopori, cerca de Río Rico, Arizona, y venía procedente de Los Angeles, California.
      Le acompañaba un joven anarquista de origen ruso. Cruzaron la frontera al norte del gran desierto de Altar, internándose hacia el Sur, en el hostil y yermo territorio que antes perteneciera a la Pimería Alta. Montaba en un brioso caballo alazán cara blanca, llevando en ancas al ruso. El lugar fronterizo por donde cruzaron, se llama Tres Bellotas.
     En Sáric alguien lo reconoció y avisó a los militares que estaban destacados en ese lugar. Inmediatamente fue detenido y se avisó a Hermosillo.
      El licenciado Gutiérrez de Lara vestía, cuando fue detenido, camisa y pantalón kaki y una gorra a cuadros; era alto, piel cobriza, cabello encrespado y ojos expresivos.
Fue llevado al cementerio que se localiza en una loma desde donde se ve un bonito panorama, el mismo que Gutiérrez de Lara vio por última vez a las 4 de la tarde.
      Ya en lo alto, el detenido antes de ser parado frente a sus verdugos, se quitó su anillo y se lo regaló a una joven conocida como “La Güerita” y la gorra se la regaló a un músico.
      Lázaro Gutiérrez de Lara pidió que no le disparasen a la cara e increpó duramente a la tropa diciéndoles: “¡Sepan que van a matar a un hombre, un hombre de verdad!” Esas fueron sus últimas palabras antes de caer al suelo.”
      Ya fusilado llegó la orden de que suspendiera la ejecución…
      Esta era una más de las estratagemas políticas en uso para que los autores de estos crímenes se libraran del juicio de la historia y de las generaciones futuras.

     (*) Zola publica en 1893 “La fortuna de los Rougon, Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio”.

Durante la presentación de esta obra en la antigua cárcel de Cananea, 9 de octubre 2010

 


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