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PRESENCIA

Todo era un cuadro patético de humanidad, aquella escena trazada por dantescos personajes de la irónica comedia humana, se hundía en incomprensibles tragedias dirigidas por el destino pero siempre culpándose a un dios.

Por David Alberto Muñoz

Día de publicación: 06-Septiembre-2008

Levantó la vista como si acabara de despertar. Miró el cuadro humano ante sus ojos. Hombres cansados con huellas de desprecio se rascaban la cabeza mientras escupían en el piso flemas de desesperación. Las pocas mujeres presentes gemían de enfado luciendo el maquillaje cansado del momento, ya ni siquiera cruzaban la pierna. Uno que otro niño jugaba con aquellas dos piedras encontradas detrás del escritorio de José, quien con rostro de compasión escribía en una hoja de papel cartulina de color celeste, el horario de la fábrica para la semana entrante.

—Yo necesito trabajar más horas Don José. Tengo una hija, ¿usted cree que con dos horas le voy a dar de comer?

Se escuchaban murmullos oportunos que por momentos tomaban control del escuchar. No se podía oír nada más que el ruido de coches atravesando la calle de enfrente, tornillos que caían al suelo sobre las migajas del lunche de Ana, las manecillas del reloj descompuesto que siempre marcaba una hora después, el gas producido por la soda que Javier había comprado hace ya más de tres semanas. Era un cuadro patético pintado por artistas ebrios durante una noche de juerga.

—¿A poco va a correr a Gabriel? ¿Por qué no corre a Julia? Ella tiene menos tiempo que todos nosotros.

—¡Porque la Julia lo deja que la manosee!

—¡Ya cállense todos pendejos! —gritó José con voz de autoridad—¡Yo voy a correr a quien se me dé la gana y al que no le guste que se largue!

Todos se miraron unos a otros con rostro de piedad. Julia se paró detrás de José, y le acarició los hombros mirando con mucha satisfacción y saña a todos los demás, quienes no pudieron hacer otra cosa más que descansar en sus propias tragedias.

—Disculpe Don José, no lo hacemos a propósito, lo que pasa es que todos necesitamos trabajar. Usted mismo nos ha contado como le iba antes de tener papeles. Acuérdese. El hambre es canija, no podemos ponerla en pausa.

—¿Y qué quieres qué yo haga? Yo le doy cuentas al patrón de todo lo que pasa en esta fábrica. Yo también tengo familia, yo también como y cago como todos ustedes. Así es la cosa ni modo. Y si la Julia me da favores eso no les importa a ustedes hijos de la chingada. Uno hace lo qué tiene que hacer y se acabó.

Aquel necio movimiento de vaivén, se antojaba ser algo entrometido, sobre todo al ver plasmado en el rostro de José su rara expresión de sorpresa.

—Miren muchachos, yo sé que la situación es crítica. ¿Pero qué quieren que haga? Yo soy un empleado nada más. Hago lo que puedo pero no puedo darles lo que ustedes quieran.

—¿Por qué no nos ayudas cabrón?

—Hago lo que puedo.

—Si fuera vieja te dejaba que me agarraras las tetas pero soy hombre y tú no eres puto.

—¡Ya estuvo bien! Si no les gusta ya saben dónde está la puerta.

Desde el otro lado del cuarto, se sentía la mirada de alguien. Unos ojos abiertos resplandecían, el poco cabello que le quedaba intentaba peinarse en medio del viento sucio que circulaba en el lugar. Gotas de sudor caían sobre sus labios secos y partidos mientras él se agarraba los riñones sintiendo dolor.

—Joe?

Era la voz del patrón.

Todos se movieron como si un botón se hubiera oprimido regresando a labores inventadas e intentando presentar la mejor imagen que pudieran.

—Yes sir!—dijo José en voz de peón.

—Come in here with Julia and tell Javier to go to hell!

—Yes sir!

Hubo un minuto de donde el tiempo se alargó demasiado.

—Ya oyeron…Julia ya sabes lo qué tienes que hacer, si no quieres lárgate junto Javier.

—No es justo Don José.

—¡La vida no es justa! Ustedes nada más piensan en ustedes. “Tengo hambre, necesito trabajo”. Levantan la mano nada más pidiendo. ¿Pues saben qué? Todos necesitamos trabajo. Todos tenemos que comer. Todos tenemos responsabilidades. A penas saco para pagar la renta. ¿De qué vale que ganes unos cuantos dólares si te los vas a ir a gastar a la cantina? ¿Cuándo dinero le mandas a tu esposa Jorge? ¿Ustedes quieren trabajo? Pues el Mister se los da. ¿No les gusta el pago, las condiciones de trabajo, los abusos? ¡Pues váyanse a chingar a su madre!

—¡Nosotros tenemos derechos!

José soltó una larga y sabrosa carcajada que se escuchó casi en toda la población.

—Derechos…eso es puro pedo. El derecho aquí es del que tiene dinero y se acabó. Y nosotros no tenemos. Así que él que todavía tiene chamba a trabajar, y él que no, a chingar a su pinche puta madre.

Todo era un cuadro patético de humanidad, aquella escena trazada por dantescos personajes de la irónica comedia humana, se hundía en incomprensibles tragedias dirigidas por el destino pero siempre culpándose a un dios.

Julia se metió otra vez con el patrón, Javier se fue a la chingada, José alcanzó a pagar un mes más de renta, y el Mister, perdería la fábrica dos semanas después.

¿Quién dijo que la vida era justa?


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