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 “Es que, es este coraje”… pude ver el dolor en su rostro mientras arrugaba su camisa blanca entre su puño derecho justo sobre su pecho, “este coraje… que siento aquí, you know? Es un coraje hacia no sé qué; yo mismo, mis padres, ¿EU? I wished it was different”—me dijo al final de contarme su historia.  Es la historia de un adolecente con sueños y esperanzas destrozadas, y todo a causa de las experiencias que ha vivido a lo largo de su vida siendo considerado un “beaner,” un “wet back”, un “mojado”.

Creaciones Escolares 

 

 Imágenes de archivo

 Por Fátima Hernández

fhernandez4@csustan.edu

—Estudiante de los cursos de literatura chicana y latinoamericana, California State University-Stanislaus—

Día de publicación: 25-Noviembre-2010

Fue en la prepa cuando me di cuenta de mi status migratorio.
    Cuando entré al primer año de prepa todos mis cuates empezaron a tener trabajos, yo quería uno también. Tú sabes, llega el día de San Valentín y hace falta un regalo para la novia o la quieres llevar a ver una película o ir en bola con los cuates a comer. Fue entonces que hablé con mi mamá acerca del trabajo. Le dije que quería poner una solicitud en McDonald’s. Al principio me dijo que aún no necesitaba un trabajo, que apenas tenía quince y que me tenía que esperar a que cumpliera dieciocho. Al día siguiente fui a la oficina principal de la escuela y pedí un “work-permit”. Este documento tenía el poder de comprobarle a mamá que ya era elegible para trabajar. Fue ahí cuando me enteré.
     Mamá se sentó y me dijo:
—Lo siento m’ijo pero no naciste aquí y no somos “legales”.
     Al principio no entendí, pero me explicó que no era como el resto de mis amigos. Que sería difícil conseguir un trabajo porque necesitaba unos documentos que yo no tenía. Por fin entendí y me dio coraje. Que digo coraje, estaba ¡qué me llevaba la chin/$*@!  Digo, ¿cómo que soy “ilegal”? ¿De qué diablos hablas mamá? ¡Lo único que yo recuerdo es los Estados Unidos! ¡Yo era de aquí, este es mi país! Mi mamá acaba de destrozar mi identidad.

***

     Estamos a finales de mayo, tres meses después de mi nacimiento. Mis papás están viviendo una vida muy pesada en México y yo acabo de nacer. Otra boca más que alimentar.  Ahora, seremos cinco. Estamos viviendo entre cuatro paredes en una casita de adobe, cuatro paredes.
     He visto fotos en donde hay una estufa seguida por unas sillas y luego una camita, una cosa tras otra, todo arrinconado contra las paredes. Una vez le pregunté a mamá dónde estaba el baño; ella se rió.
—¿Baño? Je, sí ¿cómo no?, vas afuera y encuentras el primer árbol o arbusto mijo. Y si te anda del dos, tenías que hacer un pozo… ahí tienes tu baño.?
     No puedo imaginar una vida así. Y mis papás tampoco querían que viviéramos así.
     Mi abuelo materno, mi “pa’fren”, había venido a California en los cuarentas con ayuda del programa de braceros que el gobierno estadounidense había creado para traer trabajadores y cultivar la tierra fértil californiana. Mamá dice que él siempre hablaba de este lugar,
—Me cai que no hay como California, decía mi pa’fren.
     Mamá le dijo a papá que nos deberíamos mover hacia el norte y empezar una búsqueda del “sueño americano”. Quieren que yo y mis hermanos vayamos a la escuela y tengamos mejores oportunidades.
     Sin embargo, había un problema. Ya no había una grata bienvenida en las fronteras en 1989 como lo había en los cuarentas. Ahora era difícil cruzar legalmente a tierras norteamericanas. Mis padres ya habían aplicado para alguna residencia, pero les había sido negada. No tenían otra opción, debían cruzar ilegalmente. Y yo fui el primero en cruzar.

***

     A fines de mayo se empieza a sentir el calor del verano. Mis papás se han hospedado en un hotel en Baja California junto con mi hermano, mi hermana y yo de sólo tres meses. Mi tía, quien vivía en Los Ángeles, había tenido una hija al mismo tiempo que mi mamá. El plan estaba hecho. Usarían el acta de nacimiento de mi prima.
     Vestido de rosa y con chonguitos sobre mi cabeza mi tía me lleva en sus brazos mientras cruzamos sin problema a los de “verde”. Después mis papás intentan cruzar pero los cacharon. Lo vuelven a intentar una y otra vez pero no logran escapárseles a ésos. Mamá se ha cansado y decide regresarse a su ranchito en Guanajuato y papá le da la razón. Le llama a su hermana para que me lleve de regreso con él pero la tía se niega.
—Yo me quedaré con él y lo criaré como mi propio hijo, yo quería un baroncito como él.
     Mis papás decidieron irse por otro rumbo para cruzar la frontera de Arizona. Después de varias semanas me encontré en brazos de mis padres quienes pronto se ajustarían a la vida del norte.

***

     Después de  enterarme sobre mi status migratorio, tenía un sinfín de preguntas. ¿Me pueden llevar los policías? ¿Puedo visitar mi tierra natal? ¿Algún día seré legal? ¿Perderé a mis amigos? ¿Cómo puedo trabajar? ¿Cómo es que mis papás trabajan? ¿Podré obtener una licencia de conducir como el resto de mis cuates? ¡No, me lleva la fregada!… es lo único de lo que he hablado con mis amigos estos últimos días… la licencia de conducir, un low-rider, con rines bien pulidos y estéreos con bocinas de mucho poder y alto volumen. Quise llorar. En lugar de lágrimas, me nació este coraje.

***
    

     Y debe ser ese coraje y dolor que él siente ahora. Eduardo se ve destrozado al recordar ese día, pero ese no fue el fin de su dolor y coraje.

***
    

     Pronto me enteré cómo es que un ilegal como yo podría conseguir trabajos. Y odio eso, “ilegal.” Odio que me hayan traído y puesto esa etiqueta.  Y cuando supe que era ilegal, sentía que todo mundo también se había enterado. Aún me siento así. Y en realidad, la gente pronto se enteró. Mi jefe fue uno de los primeros en saber.
     Mis papás conocían a un señor que falsificaba la verde y hasta el poderoso seguro social y la licencia de conducir. El paquete completo a sólo “cien lágrimas”.  Mis papás le pagaron y él me entregó todos estos documentos con mi nombre sobre ellos.    Entonces me fui a poner la aplicación en un lugar de comida rápida. Ahí me enteré que el manager era de los míos.
—No te preocupes, estamos en las mismas. Si no nos ayudamos entre la raza, nadie lo hará. ¡Bienvenido!, me dijo.
     Fue un manager buena onda, Don Raúl, y se convirtió en muy buen amigo. Dos años después lo transfirieron a otro restaurante y llegó un nuevo dueño. Él también sabía de mi situación y me dejó en claro que lo sabía.
     Don Raúl me había dado una promoción por ser trabajador y responsable. Era el encargado en turno. Me dejaron en mi posición, pero el nuevo jefe me trataba diferente que a los demás. Me trataba como si fuera un méndigo ladrón que le robaría sus porquerías. Noté la diferencia porque usar el celular durante horas de trabajo era el privilegio de todos menos el mío. Y por supuesto que era yo quien tenía que trabajar los días de limpieza profunda. Y lo que más hacía que me hirviera la sangre de coraje era que me pagara menos que a los otros encargados en turno. Pero ¿qué diablos hacía? No le podía decir ni madres. Agachaba mi cabeza por todo porque no podía arriesgarme a perder mi trabajo. Ya había perdido otras oportunidades, el trabajo era lo único que me quedaba.
      El graduarme de la prepa fue uno de mis más grandes logros. No digo que amaba la escuela porque mentiría  je, je, pero a veces sí deseo que hubiera podido seguir adelante. Me puedo imaginar la vida universitaria y cómo hubiese sido, pero es lo único que puedo hacer, imaginar. AVID, un programa para estudiantes de bajos ingresos que los prepara para la vida colegial, me había llevado a conocer diferentes universidades a lo largo de California. Pero el gobierno no da apoyos financieros a un ilegal. Sé que hay algunos programas que nos ayudan, pero no nos dan ayuda federal.
      Recuerdo ese día durante mi último año de prepa cuando la clase de AVID fuimos al laboratorio de computadoras para empezar a llenar los formularios de la FAFSA. Debíamos haber llevado nuestros documentos a clase ese día. Pensé en no ir a la escuela pero se me olvidó que eso haríamos ese día. Entonces cuando la maestra dijo:
—Bueno chicos, llévense sus mochilas consigo y vayamos al laboratorio de computadoras para empezar a llenar sus formularios.
      Sentí un hueco en el estómago. ¡Si seré, cómo se me pudo olvidar que era hoy! No sabía qué iba hacer. Días antes la maestra nos había dicho que si estábamos en esta mi situación, fuéramos a hablar con ella. Nos dijo que nos podíamos sentir seguros y que nadie más se enteraría, pero… ¿Cómo estar seguro? ¿Cómo saber cuándo estar seguro? Para entonces yo ya había leído o visto casos en la televisión de cómo la “migra” atrapaba a los paisanos. Honestamente, tenía miedo, pero me salía coraje. ¡Odiaba que estuviera forzado a estarme cuidando la espalda todo el tiempo! Pronto, un amigo mío y yo tuvimos que hablar con la maestra. Nos dejó hacer otras cosas mientras los demás hacían su famosa FAFSA. Y según nadie más se enteraría de nuestra situación, eh.
      Ese fue mi último año de mi carrera escolar porque pues también quería troca y cuando cumplí dieciocho la compré. Ya tenía casi tres años trabajando y tenía que seguir haciéndolo para poder seguir pagando la camioneta, aún la sigo pagando. Antes no ganaba lo suficiente para pagar troca y colegio comunitario a la vez. “So”, paré mis estudios al graduarme de la prepa.

***

Aduana y cruce fronterizo en Nogales, Sonora

       Hasta comprar troca me costó trabajo y ser dueño y manejarla; todo era dulce y amargo a la vez. Para comprar auto necesitas licencia, para tener licencia necesitas ser un residente legal. ¡Maldita sea! Todo en este país gira alrededor de estos documentos y con el DMV, el departamento de vehículos,  todo debe ser derecho. Nuevamente, mis papás encontraron manera para conseguir mi camioneta. Pero ahora, me han parado tres veces la placa. Y no por mal conductor sino por cosas tontas.
      Era la primera vez que subía a mi novia a la camioneta, la había llevado a comer. Escucho los llantos de la patrulla y las luces azules y rojas que me hacen orillarme.
—Buenas tardes—me dice el anglosajón con un sentido de superioridad arrogante.
—Buenas tardes oficial, ¿cuál es el problema?
—¿Sabes que traes tus placas expiradas?—me explica.
—!Ah! ¿Es eso?  No, lo que pasa es que acabo de comprar mi camioneta de un “dealer” de autos usados y venía con esa placa pero ahí al frente trae la registración del DMV, aún no me llegan la renovadas.
—Okay, ya veo—me contestó—que tengan buen día.
      Ya se iba, cuando de repente se regresó y me pidió mi licencia de conducir. ¡Me lleva! Le tuve que decir que no tenía y me quitó la camioneta para después tener que pagar más de mil dólares para que me la regresaran. Pero lo que me pudo más aun, fue que mi novia estaba conmigo. Tuvimos que caminar hacia una estación de gasolina para esperar que nos vinieran a recoger.

***

      De todo por lo que tengo que pasar siendo ilegal, hay una cosa que no pude soportar. Serán siete años este junio que viene desde que estoy a lado de ella. Ahora ya todo está bien, pero antes todos creían que sólo estaba con ella por querer legalizarme. Sentí que me había enamorado de la persona equivocada. ¿Debí mantenerme a mi “propia clase?”.  Eso nos dolía a los dos. Casi la dejé una vez por esa razón. No quería que la gente pensara mal de mí ni que estaba con ella sólo porque ella sí era ciudadana americana. Nos hicimos novios desde que estábamos en segundo de secundaria, ni yo ni mucho menos ella sabíamos de mi situación. Pero sus amigas me cargaron con el estereotipo de todo mojado. El típico ilegal que se busca a una gringa para convertirse en americano. Los documentos también eran un obstáculo para enamorarse. Bueno, para el amor y también para las amistades.
     Entre los amigos, tú sabes quién es quién. Casi todos, si no todos, mis amigos sabían de mi situación. Aunque sabían, pues, los chavos son los chavos. Hablamos mierda y media. Muchas veces la palabra “wet back” surgía entre chistes y ¿qué se supone que yo debería hacer? A veces me reía junto con ellos aunque por dentro me diera coraje. Otras veces sólo me quedaba callado. Y no tienes idea de cómo se siento eso: vergüenza, tristeza, deseo-que-la-tierra-me-trague, coraje, quisiera-meterles-una-cachetada, porque, ¡ellos no saben! Ellos no saben que yo no escogí ser traído acá y ser ilegal. Si yo pudiera yo lo cambiaría todo, pero no puedo.
     Estoy enojado conmigo mismo por eso, porque no puedo hacer nada, soy inútil en ese sentido. Otras veces me enojo con mis padres. ¿Por qué me causaron esta situación? Sé que pensaron que los United States nos daría mejor vida a mí y a mis hermanos pero… ¡vaya vida! ¿Es realmente mejor? Debo vivir bajo sombras.

***

     Cuando me gradué de la prepa mi identificación escolar  ya no me la aceptaban. Para ir a jugar billar ocupabas identificación de foto. Nos encantaba ir a Tropics a jugar. Era nuestro lugar favorito. Ordenábamos pizza y nos echábamos un sinfín de juegos de billar. Para poder rentar la mesa, siempre usaba mi “school ID” pero como ya se había expirado, un día, me vi obligado a mostrar mi matrícula consular.  Me sentí como si les estuviera diciendo:—Ve, soy ilegal. Lo mismo me pasó recientemente cuando fui a sacar una tarjeta de la biblioteca pública para poder usar una computadora.
     Ha habido veces que deseo poder visitar el lugar donde nací. Obviamente no puedo porque si me voy ahora, no podré regresar. Pero quisiera viajar con mi novia. Hablamos mucho acerca de eso, algún día…ojalá. Y hasta eso es un problema a veces. Cuando de repente alguien me pregunta: —Oyes ¿no has ido a México?… Nunca sé qué contestar porque una pregunta lleva a la otra.
     Y no he hablado de cómo me siento en las carreteras. Si veo conos anaranjados, me pongo un poco nervioso. Ahí no me puedo esconder ni escapar, simplemente tengo que seguir la línea de autos y rezarle a papá Chuy que me mande un milagro y que me den el pase. ¿Puede ser esta la mejor vida? Vivo en constante nervio y afecta no sólo a mí, sino  también a la gente que me quiere. Mi novia, por ejemplo, siempre vive en miedo, véala. Con ojos brillosos dice:

 —Y si vivo en miedo, tengo tanto miedo de perderlo. El tan sólo pensar que se lo pueden llevar simplemente por estar en la calle equivocada a la hora equivocada me asusta. Mi mamá, amigos o parientes siempre me llaman cuando saben de algún retén. Inmediatamente siento el corazón a mil por hora porque siempre toca la mala suerte que anda haciendo mandados o en la tienda o en el trabajo. Le llamo en cuanto me entero y le digo que calles no tomar.  A veces me doy cuenta que le duele. Siempre que le llamo para decirle por dónde no pasar, se enoja. No quiere que tenga miedo y a veces creo que le molesta que le recalque todo el tiempo que tenga cuidado cuando esté manejando. Odia que le recuerde de su situación y lo entiendo pero ¿cómo no preocuparme? Soñamos de un largo futuro juntos y lo amo tanto. ¿Qué haría yo sin él?

     Y eso, eso es lo que más me molesta, y lo digo no con dolor sino con coraje. Y no puedo hacer absolutamente nada para quitarle ese miedo a ella. Y es que tú no entiendes, ¡debo ser yo quien la proteja a ella!  Ella no debe tener miedo ni estar triste, ¡ella no debe llorar! ¿Cómo puedo parar eso, eh? El gobierno americano, con todo el poder que tiene, ¿no puede hacer nada para ayudarme a mí, a tantas familias destrozadas? “Bullshit!” No nos quieren y eso me hace sentir tanto coraje por este país. Me deja un sabor amargo de los United States.
     Aunque he vivido aquí toda mi vida, nunca le he quitado nada al país de la “libertad,” sólo educación. Hay gente que clama que inmigrantes ilegales viven a costillas de los impuestos de los americanos. Eso es mentira. Hay gente que cree que inmigrantes ilegales reducen las oportunidades de trabajo de los ciudadanos. Eso es mentira. Hay gente que dice que inmigrantes ilegales llenan los hospitales. Eso es mentira. Y te diré por qué. Tenemos pavor acercarnos a cualquier agencia de gobierno. Vaya, tenemos miedo acercarnos a cualquier uniformado. Acerca de los trabajos, si las compañías están contratando a gente indocumentada es porque necesitan a trabajadores dispuestos a hacer justo eso, ¡trabajar!
     Recientemente conseguí un nuevo trabajo en donde me tengo que levantar a las tres y media de la mañana para ir a trabajar turnos de diez horas o más. Cuando fui a entregar mi solicitud, habíamos seis hispanos, cinco americanos, y uno que otro afro-americano. Nos contrataron a todos. Al día siguiente tres de los americanos no llegaron hasta pasada de las cinco de la mañana. Los supervisores los dejaron quedar. La mañana siguiente dos de ellos no regresaron ni tampoco volví a ver a los afro-americanos. Sin ofender, pero los “dudes” no aguantaron sin su “beauty sleep.” A ellos les queda un trabajo de corbata y maletín, no trabajos madrugadores y pesados. Esos son los trabajos que nosotros tomamos. Y desde que trabajo ahí (ya casi dos años), mis cheques vienen con deducciones. Así que yo también pago impuestos y no reclamo nada cada abril.
     No trato de decir que odio a los Estados Unidos, al contrario, no me veo en ningún otro lado, pero hay veces que pienso en mi situación y me da coraje. Es que, es este coraje… que siento aquí, “you know?” Es un coraje hacia no sé qué; yo mismo, mis padres, ¿EU? “I wished it was different”.  Mi favorita comida es la pizza y los perros calientes, mi primer lenguaje es inglés, aunque amo y estoy orgulloso de mi cultura hispana me siento más americano que mexicano. “So”, no es que odie EU, es sólo que, bueno, pues todos hablamos chin$@%eras cuando nos enojamos, ¿qué no?…
     Miedo constante, ¿cómo será eso? Los pandilleros siempre miran hacia atrás porque sus rivales los están mirando. Los criminales siempre miran hacia atrás porque la policía los anda buscando. Los animales siempre miran hacia atrás porque sus depredadores los andan casando. Como ellos, aquí, la historia de un muchacho que no ha hecho nada malo, quien ha vivido en los Estados Unidos por toda su vida que tiene que mirar hacia atrás, a la izquierda, a la derecha y hacia el frente. Busca sombras, pero día tras día estas sombras son más difíciles de encontrar.

 



1 Comentario a “EN BUSCA DE SOMBRAS”

  1. Por: Isaías en Jan 10, 2011

    Felicidades Fátima sigue adelante. Me has recordado un tiempo específico vivido!

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