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Con la llegada de la Revolución Mexicana, la charrería casi desaparece, ya que muchos de los hacendados perdieron sus tierras y se vieron obligados a emigrar a la ciudad, dando así lugar al surgimiento de la actual charrería… 

Creaciones Escolares 

 Imágenes de la autora

María Ramírez Veloz

chayoveloz_87@hotmail.com

—Del curso “Cultura y civilización de Latinoamérica”/ California State University-Stanislaus—

 

Día de publicación: 11-Enero-2011

Una de las figuras más representativas en la cultura mexicana es la del charro. Ese hombre de a caballo que surgió durante la época colonial en lo que fue la Nueva España.  Después de la conquista de los aztecas y otras etnias que habitaban el vasto territorio que hoy se conoce como México, comenzaron a surgir grandes haciendas y ranchos en donde los hombres comenzaron a dedicarse a la ganadería, fue así como nació la charrería. El propósito de este ensayo es el de investigar el origen y la importancia de la charrería que es considerada el deporte nacional mexicano.

Cuando Cortés y sus hombres desembarcaron en México en 1519 provenientes de Cuba para explorar y extraer riquezas, trajeron consigo el equino que les serviría de medio de transporte y les daría una ventajosa posición en la lucha contra los indígenas.  Éstos, al ver a esos hombres montados en esa bestia de cuatro patas, quedaron atónitos pues en sus vidas habían presenciado algo igual.  Como dice María Isabel Aguirre Martín, “al desembarcar los conquistadores españoles traían consigo 14 caballos a quienes los habitantes indígenas confundieron como caballo y jinete en un solo ser. Fueron tomados por monstruos, ya que los indígenas no conocían semejante animal” (1).  Estos caballos y yeguas, fueron los primeros en tocar el territorio, mas sin embargo “por razones de tiempo y guerra no deben de considerarse aun como la simiente de la caballada mexicana” (Aguirre, 2).  Tras haber logrado someter a los pueblos indígenas, el dominio español comenzó a establecer sus propias leyes sociales y políticas en lo que más tarde se convirtió en la Nueva España.  Así pues durante la época colonial, se estableció una nueva sociedad que era muy distinta a la que antes existió. Los grupos indígenas pasaron a ser considerados seres inferiores y fueron utilizados para las labores del campo y excluidos de los otros sectores de la sociedad. Según Guillermina Sánchez Hernández, “la política seguida por la corona española tendió a perpetuar la separación entre los indígenas y los españoles, para logarlo ejerció medidas que diferenciaban el estatus indígena, insistió en confinarlo en sus comunidades y estuvo bajo el dominio directo del poder real…” (21).  Siendo pues los indígenas considerados menos que los españoles, se le prohibió montar los caballos.   A los que no cumplieran esta ordenanza se le castigaba con la pena de muerte.

A pesar de que había legislaciones que restringían el uso y posesión de caballos a los indígenas y mestizos, cuando los españoles empezaron a apoderarse de las tierras que estaban vacantes o les quitaron a los indígenas fue cuando comenzaron a necesitar la mano de obra de los mexicanos y les enseñaron cómo montar y criar los caballos.  Ya que “los mestizos y hombres libres, eran por lo general muy inestables ya que después de seguir a los rebaños en su migraciones continuaban cambiando con tanta frecuencia de cielo como de amo, es decir, que este vaquero dueño de su caballo y sus armas era más libre y estaba menos atado a lazos de sujeción patriarcal”. (Sánchez, 30).  Así pues, los vaqueros se ocuparon en el cuidado de todos los animales de las haciendas y como en ocasiones las manadas de caballos cimarrones recorrían las praderas, de lazarlos, jinetearlos, y amansarlos con las sojas.  Al ver los necesarios que eran los vaqueros, el Marqués de Guadalcazar en 1619, se vio en la obligación de otorgarle a 22 indígenas el permiso para que montaron caballos, dicha autorización cita: “Y por mi visto, por la presente doy licencia a veintidós indios…para que andando en el servicio y avió de dicho ganado puede libremente y cada uno, andar a caballo, con silla, freno y espuelas y mando a las justicias de su Majestad de las partes y lugares donde fueren y anduvieren, no les pongan en ello impedimento ni contradicción alguna”  (Sánchez, 31)

 El establecimiento de las grandes haciendas ganaderas durante la época colonial en Nueva España, dio a lugar a que los propietario de grandes extensiones de tierra necesitaran de emplear una gran cantidad de peones ya fuesen temporales o permanentes en las faenas del campo que más tarde pasarían a dar origen a las suertes de la charrería.  Algunas de estas faenas fueron marcar el ganado para que no se mezclara con el de otras haciendas aledañas.  “los vaqueros se encargaban de marcar el ganado con el hierro del dueño para así poder separarlo en forma periódica, cuando se seleccionaban bestias con el fin de venderlas o por otros motivos” (Sánchez, 36).   Para poder llevar a cabo dicha actividad, se inventaron los rodeos en el siglo XVI.  En 1574, el virrey Martín Enrique de Almanza, en las ordenanzas de Mesta, estipuló de forma muy detallada el reglamento del rodeo.  El rodeo, “era una batida circular que hacían los vaqueros en sus caballos, para llevar el ganado a las estancias o concentrarlos en un punto donde hacía la selección, y ayudados de largas puyas con punta de hierro, semejantes a las garrochas.” (Sánchez, 36).  Los  primeros rodeos eran muy pequeños y limitados, pero posteriormente según se incrementó el número de reses, se hicieron de mayor tamaño y de igual manera se incrementó la participación de más jinetes, ya que el círculo era más amplio. Otras de las labores que hacían los trabajadores de las haciendas fue la conocida como “coleaderos”.  Según Aguirre, esta actividad surgió como una necesitad, debido a que a menudo, las haciendas tenían demasiadas cabezas de ganado.   Los vaqueros derribaban a las reses dándoles un tirón de la cola. A esta actividad también se le denominaba como “capaderos”.  “la acción de capar a un animal consistía en extirpar o inutilizar los órganos genitales con el objeto  de utilizar el ganado mayor como animales de tracción en el transporte, o tiro en la agricultura” (Sánchez, 39).  Y pues para hacer esto más fácil se implantó el arte de colear a los animales, para así poder castrarlos.   La fuerza y habilidad requerida para ejecutar esta actividad, hicieron del arte de “colear” una forma de hacer alarde de su hombría, era una de las diversiones favoritas de los jinetes.

Los dueños de las haciendas comenzaron pues a organizar celebraciones en las cuales los charros y hasta ellos mismos mostraban sus habilidades ecuestres y competían con otros charros, he aquí cómo nacieron las primeras charreadas. “El dueño de la hacienda invitaba a sus amigos, parientes y vecinos, que llegaban en ferrocarril, en coches tirados por magníficos animales o montados a caballos perfectamente enjaezados” (Rincón, 28).  Estas charreadas fueron también acompañadas por la música de la región, bailes y todo el folklore mexicano, convirtiéndose rápidamente en una de la festividades más atractivas entre el pueblo a pesar de su peligrosidad.

Durante la época de la independencia en México, el hombre a caballo jugó un papel muy importante, ya que no sólo luchó sino que también ayudó a mantener la paz.  Después de que el padre Miguel Hidalgo diera por iniciado el movimiento de independencia, “a su llamado se conjuntó un improvisado ejército integrado por un grupo de hombres mal armados con palos, azadones o machetes, y una caballería formada por jinetes vestidos con calzoneras de cuero, salidos de las haciendas y ranchos armados con lanzas” (Sánchez, 70).  Durante la guerra independentista, los charros eran  nombrados como “cuerudos y “eran conocidos por su habilidad con el manejo de la reata para lazar “realistas” en la región del bajío” (Aguirre, 6). Fue así como surgió esta personalidad del charro como hombre poderoso y aguerrido. 

En la época del porfiriato, se hicieron sumamente famosos un grupo de hombres cuya misión era la de perseguir a los ladrones y bandoleros que amenazaban la vida tranquila de los campos en México, estos hombres eran conocidos como “rurales”.  “Los rurales se uniformaban con ropa campera, el típico traje de jinete del campo, pues en general procedían de pueblos y ranchos.  Fueron fuerzas muy temidas por las atribuciones que ejercieron y se hicieron muy populares” (Sánchez, 83).

Con la llegada de la Revolución Mexicana, “la charrería casi desaparece, ya que muchos de los hacendados perdieron sus tierras y se vieron obligados a emigrar a la ciudad, dando así lugar al surgimiento de la actual charrería.  “Con la llegada de los charros a la ciudad como consecuencia del nuevo orden que trajo el reparto agrario al pone fin a los grandes latifundios y haciendas, aquel sector convirtió sus actividades productivas tradicionales en sus deporte y una fiesta, reproduciendo así sus gustos y diversiones en el ámbito urbano” (Palomares, 10).  Fue entonces cuando se comenzaron a construir los lienzos charros creados especialmente para estas actividades en las urbes, también comenzó la institucionalización de los charros en las asociaciones para reglamentar y establecer los estatus de la charrería. 

Las reglas de la charrería moderna fueron elaboradas por el último jefe de la guardia rural durante el gobierno de Huerta, don Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros.  En la institucionalización de la charrería tuvieron mucho que ver algunos presidentes de la república mexicana como “Abelardo L. Rodríguez que promulgo la ley deportiva, en cuyo marco se asumió la charrería como deporte nacional, incorporándose a la Confederación Deportiva mexicana. Pascual Ortiz Rubio decretó que el traje de charro sería símbolo de la mexicanidad, lo que investía a quienes lo portaran con una especia de obligación de hacerlo con dignidad y honor” (Palomera, 13).  El reglamento de la competencia de la Federación Nacional de Charros contiene las normas deportivas para todas las asociaciones adheridas a ella.  El reglamento se comprende de dos partes,  en la primera parte se estipulan la relación con las competencias, también se reglamenta el comportamiento que deben de tener cada uno de los integrantes de los equipos que compiten, de sus capitanes. También en esta primera parte existe una reglamentación denominada “De presentación” en la que señala el objetivo fundamental de “fomentar” y conservar el atuendo clásico del jinete y su caballo, respetando las costumbres de la charrería en su más pura expresió.  Describe  las características de cada uno de los atuendos, asimismo marca los puntajes que se obtiene por portarlos correctamente, las infracciones por no llevarlo completo o en última instancia las descalificaciones. (Sánchez, 100).

 Otra parte indispensable dentro de la indumentaria del charro es el revólver, aunque éste está descargado, tampoco le deben de faltar el machete y la navaja.  “El reglamento de la Federación Mexicana de Charrería, […], indica que el revólver deberá ser indefectiblemente portado junto con el machete y la navaja que, sin embargo, carecen de la fuerza simbólica del arma de fuego” (Palomar, 11).  Estas armas representan el papel que jugó el charro durante la lucha por la independencia y otras luchas civiles en México.

En la segunda parte del reglamento se establece cómo se tienen que llevar a cabo cada uno de las competencias, las calificaciones que cada equipo recibirá por hacer bien o no las suertes.  Las competencias charras comienzan con un desfile de los charros que participarán, las llamadas “adelitas” y las escaramuzas que le rendirán honor a la bandera mexicana dando un recorrido por el lienzo charro montados en sus corceles y después ejecutan las diferentes suertes en el orden establecido. Estas suertes también conocidas como “traveseadas” son las mismas faenas que hacían los charros en las labores del campo.  “Las competencias de la charrería consiste en varias suertes: cola de caballo, pial (lazar las patas traseras del animal), coleadero, jineteo de yegua y toro, terna (tres charros lazan y derriban un toro), mangana (lazar las patas delanteras del animal) y paso de la muerte (saltar de un caballo a otro)” (Rincón, 33).

La mujer también juega un papel muy importante dentro de la charrería, no es vista como algo erótico, sino como la preservadora de las costumbres charras. “La mujer charra aparece despojada de toda referencia erótica y , más bien, es vista como una figura investida por la beatitud de la maternidad; en su papel de reposo del guerrero, de ella depende la reproducción y el sostenimiento del universo dentro del universo cotidiano y simbólico de las familias charras” (Palomar, 42).  En las charreadas, la mujer está sentada en las gradas del lienzo, dándole ese apoyo moral a sus esposos e hijos que participan en la competencia, ya que  requieren de una gran fuerza, y reconociendo la hombría y el valor de los participantes.  Sin embargo, a mediados del siglo XX, se creó un espacio designado solamente para las mujeres, llamado la escaramuza.  “[…] inicialmente se designó la escaramuza para los niños, pero con el tiempo la llegada de más mujeres desplazó a éstos y lo que se llama “carrusel charro” pasó a ser una escaramuza: conjunto de ejercicios ecuestres que, a manera de carrusel, realizan al galope un grupo de niñas y muchachas vestidas de rancheras y montadas al estilo mujeril” (Palomar, 45).   La escaramuza le da un complemento estético a la fiesta charra, no sólo por la belleza de las mujer, sino porque en él también se demuestra la habilidad de ellas y su valor.

En resumen, la charrería es el más mexicano de los deportes, surgió y se desarrolló con el establecimiento de las haciendas ganaderas en la época del virreinato.  Al existir tanto ganado en estado salvaje, se les permitió a los mestizos e indígenas montar los equinos que fueron traídos por los españoles.  A causa de la revolución de 1910 desaparecieron los latifundios y con ellos a punto estuvo de hacerlo la charrería, pero gracias a que había hombres que traían sus raíces muy arraigadas se pudo preservar y hoy en día se practica más bien como un deporte.  El hombre demuestra su hombría ejecutando cada una de las suertes charras y porta con orgullo el traje de charro mientras que la mujer es la que preserva las tradiciones, da un toque de estética y de apoyo a los competidores, conservándose así el espíritu de esta actividad símbolo de la mexicanidad.  ¡Qué viva la charrería!

 

Obras citadas

Aguirre Martín, María Isabel. “La Charrería.”2005. México maxico. 11 de diciembre del 20010. http://www.mexicomaxico.org/dadivas/charreria.htm
Palomar Verea, Cristina. “La charrería en el imaginario nacional” Charrería. México DF: Artes de México, 2000. 10-20.
Palomar Verea, Cristina. “Patria, mujer, Caballo.” Charrería. México DF: Artes de México, 2000. 42-49.
Rincón Gallardo, Carlos “Álbum de suertes charras.” Charrería. México DF: Artes de México, 2000.32-35.
Rincón Gallardo, Alfonso. “En la hacienda de antaño.” Charrería. México DF: Artes de México, 2000. 28-31.
Sánchez Hernández, Gloria Guillermina. La charrería en México: ensayo histórico. Guadalajara: secretaria de Cultura, 1993.
 

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