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MÉXICO 3, PARAGUAY 1
Los mexicanos en Oakland no quisimos dejar pasar la oportunidad porque sabemos que la verdadera fiesta es en el antes y en el después, entre el gentío, entre mis semejantes. Y si durante el juego hay goles, mejor, y si gana México, “pues qué a toda madre”, y si los goles son del Chicharito, entonces es un verdadero Mexican Dream hecho realidad que amerita un verdadero pachangón…
CRÓNICA
Imágenes Culturadoor.com
Por Manuel Murrieta Saldívar
Día de publicación: 27-Marzo-2011
OAKLAND, CALIFORNIA. MARZO 26– Un simple juego amistoso de futbol entre México y Paraguay reunió unas 50 mil personas con boleto pagado que colmaron como nunca el viejo coliseo de esta ciudad portuaria. Y uno se pregunta por qué tanta gente, por qué se empecinan en reforzar con millones de dólares las arcas de los jerarcas de la selección y televisoras que los promueven. Una respuesta fácil puede ser la demográfica: el último censo colocó a los llamados “latinos”–la mayoría de origen mexicano–como el grupo de mayor crecimiento en California; ya es casi el dominante, puesto que un poco más del 50 por ciento se compone de anglos y el resto de los grupos raciales. La otra respuesta es más complicada, tiene que ver con identidad, migración y exilios. A juzgar por lo que observo, la selección nacional confirma su poder unificador para los necesitados de identidad, de apegarse a la raíz, al tiempo que se sienten protagonistas a nivel mundial como si se estuviera en el DF, Londres o Johannesburgo.
Observar el gol de Guardado y las dos anotaciones del Chicharito, el goleador del Manchester United, es sentirse más mexicano, sí, pero también es alcanzar la altura de los acontecimientos globales, estar a la moda para poder apantallar, yo vi un gol de ese mismo jugador que ven los europeos. La selección, pues, puede darme prestigio mundial y unirme con mis paisanos como lo hace la Guadalupana, el himno nacional o el águila devorando la serpiente. Y el resto del México oficial, gubernamental, el de las promesas y fracasos constantes, el de la estúpida guerra anti-narco, me tiene sin cuidado, lo puedo seguir mandando mucho a la …Porque apoyar a la selección, como lo hacen estos 50 mil, es acercarme a mi madre y a mis primos, que están viendo este mismo juego por la tele, es tocar mi barrio, mi pasado y mi historia personal e íntima, zonas sagradas donde no intervienen ni políticos, ni intereses comerciales, ni nada institucional de los mandamases….
Así lo sentimos los mexicanos que colmamos casi el cien por ciento de la capacidad del estadio, nos volcamos sin pena, sin intimidaciones, con orgullo y con pasión, desde todos los confines que convergen en la autopista 880 que lleva al Coliseo. Desde tres o cuatro horas antes del juego, el flujo automovilístico produjo embotellamientos a vuelta de rueda pero sin provocar enojos….los cláxones, los gritos y las banderas que ondeaban desde los autos en movimiento producían la aceptación del resto de conductores solidarizándose con la causa. Porque todos íbamos a México, perdón, al juego, para ver perder a Paraguay, perdón, para disfrutar del futbol…había un único objetivo, una meta común, llegar y atestiguar el triunfo, presionar para lograrlo, vaya, hasta el mismo locutor del estadio lo comunicaba sin ambages, “no existe otra opción más que triunfar”, o algo por el estilo.
Si por eso se vendió todo el boletaje, en un fenómeno que a penas los mexicanos pueden lograr aun con estas crisis de recortes presupuestales, de bajas en el mercado de la vivienda, de despido laborales. El estadio se ha llenado como no sucede de seguido ni con los Atléticos de Oakland ni con los Raiders del futbol americano que usan este estadio como casa. La atracción que ejerció el “tri” hizo también tomar decisiones de última hora con nuevas estrategias: buscar una salida cercana al estadio que estuviera plagada de hoteles accesibles. Se evitaba el embotellamiento, pagar el “parking” del coliseo y hasta se podía llegar más pronto y descansado utilizando los “shuttles” del hotel. Y después del juego no manejo, me voy directo al control de la TV. En cambio, los residentes de la bahía, salían por millares del tren ligero, el Bart, con su parada frente al estadio, ataviados de cuanta combinación tricolor imaginable. Vaya, hasta bailarinas de danza con sus “tutús” verde, blanco y rojo.
Oakland, pues, era la meca para el centro-norte californiano saliendo mexicanos hasta de los confines agrícolas más insignificantes del Valle de San Joaquín que abarca desde Bakersfield hasta la misma capital Sacramento. Y al irse apretando las masas en los andenes rumbo a las gradas, era como ingresar a un túnel que conecta universos paralelos: parecíamos ser transportados hacia una estación del metro del DF, digamos Taxqueña, cada vez más rodeados por paisanos. Y, claro, por las distintas variantes regionales del español mexicano, sobre todo cuando ofrecían reventa de boletos, banderitas, máscaras de luchadores, posters y camisetas de jugadores, cornetas y hasta tamales hechos en casa chorreando sabrosura.
Pero no había engaño, entre tanta familiaridad mexicana, se visualizaba un perfil afro, asiático, grecorromano y hasta árabe iraní aunque, por sus semblantes, también le iban a México. En efecto, no había engaño, el orden clásico estadounidense, el estereotipado, apareció al ingresar al graderío. Era impecable. Revisión de pertenencias, control de boletos vía pistola láser, colas silenciosas para la “bud ligth” y los jat docs simples de salchicha y pan, mesitas solitarias para el cátsup y mostaza…policías y guardias estratégicamente colocados, y bien armados, para recordar que Oakland es también recinto de alta criminalidad y tensión racial.
Y entre estos dos o más mundos, sucedió sin embargo el poder y la magia que ha hecho del futbol el deporte universal: este estadio inaugurado en los 1960’s, mole de cemento de cuatro niveles, sin techos automáticos, sin asientos aerodinámicos, sin nada de glamur, no le importó a nadie cuando sucedieron los orgasmos colectivos. Las gradas temblaron, quizá entre 2 y 3 grados en la escala de Richter, no sólo cuando cayeron los tres goles mexicanos, sino también, ahora como en el Azteca, cuando prendió la “ola” al menos unas cinco vueltas incluyendo a la gente que se traslucía por los vidrios de los palcos de lujo.
He ahí entonces la clave, el futbol es una gran fiesta donde exista un partido, y los mexicanos en Oakland no quisimos dejar pasar la oportunidad porque sabemos que la verdadera fiesta es en el antes y en el después, entre el gentío, entre mis semejantes. Y si durante el juego hay goles, mejor, y si gana México, pues qué a toda madre, y si los goles son del Chicharito, entonces es un verdadero Mexican Dream hecho realidad que amerita un verdadero pachangón…un pachangón que continuó en los estacionamientos, en los andenes, en las redes sociales y en las calles y túneles que llevaban hacia el tren ligero, hacia los hogares y hoteles donde todavía se escuchaba el vozarrón de una corneta tricolor antes de que llegara la noche con su orden, con su rutina, con su violencia cotidiana…antes de que llegaran los recuerdos nuevos y los viejos….