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Ya es muy bien conocida la estatura alburera de mis conciudadanos defeños, sobre todo los del barrio popular de Tepito. Este “Barrio Bravo” que ha atraído también a toda una subcultura de artistas, pintores y escritores, representa gran parte del rompecabezas cultural mexicano. Pero lo curioso no es descubrir que las malas palabras se gestan y desarrollan dentro de este suburbio urbano, más bien, en todo el país fluye un lenguaje que todos hemos aprendido y conocemos. Esta verborrea no se utiliza solamente para joder o maldecir al prójimo, sino que ya está integrada altamente al hablar mexicano.

ARTÍCULO


Imágenes de Internet y del autor

Por David Alberto Muñoz

dmunoz7@cox.net

Desde la ciudad de México, especial para Culturadoor.com.

Día de publicación: 22- Marzo- 2012

La cultura mexicana es sin duda alguna una cultura dicharachera, pícara, ingeniosa, franca, altisonante. El ser mexicano representa una estructura discursiva que va más allá del humor, del chiste; es chusca, rimbombante, altanera, curiosa, incluso puede ser extremadamente cruel, pero sin perder ese elemento dicharachero que nos lleva a reírnos de nosotros mismos, de la misma muerte, de todas las tragedias que vivimos a diario y sobre todo, de la vida misma que es el brebaje que alimenta nuestra compleja condición humana.

El mexicano es aventado como el “Borras”, aquel personaje protagónico de la serie de televisión Los Beverly de Peralvillo (1968-1971), donde el susodicho hacía las cosas sin pensar, sin al menos intentar hacer un juicio de las consecuencias de sus actos. El Borras era un ser extremadamente imprudente, que actuaba por instinto. Esta característica de la personalidad del colectivo mexicano nos lleva muchas veces a ser testigos o incluso partícipes de situaciones sumamente ridículas, grotescas y a veces simplemente muy mala onda.

La madre que se pelea con la maestra porque no se le da el tiempo adecuado a su hijo, y el condenado chamaco se la pasa brincando todo el día. El chavo que les dice a sus amigos: “Vámonos a Pachuca ahorita mismo a comer unos tamales después regresamos…” Y sí, regresan dos días después porque se fueron en camión, se les acabo el dinero y no conocían a nadie que les pudiera ayudar. El padre que le grita a su hija porque según él, andaba de puta, asumiendo que es esa la razón por la cual ella llega tarde a casa, cuando la muchacha sólo estaba haciendo la tarea con sus amigos, siendo supervisada por unos padres más buena onda.

El mexicano también es alburero, ese juego de palabras donde los significados se pierden para cobrar otras connotaciones por regla general sexuales, donde también entran gestos, ademanes o silbidos.

—Una noche me metí a tu casa por la azotea, después penetré a tu recámara con cuidado,

y haciéndome el despistado, con mi encanto y talento, ¡te metí el instrumento!

—¡Papasito, papasote pa pasearte! ¡En esa si me siento! ¡Nálgame dios! ¡Quisiera ser tu hamburguesa y que me eches harta mayonesa! ¡Quisiera ser sol, para darte todo el día!

Además, el mexicano es bastante grosero. A principios del siglo XXI el usar malas palabras ya no es considerado un “crimen” a la moral como lo era en antaño. Hoy en día, las palabrotas, groserías o descaros de la gente se toman de otra manera.Ya es muy bien conocida la estatura alburera de mis conciudadanos defeños, sobre todo los del barrio popular de Tepito. Este “Barrio Bravo” que ha atraído también a toda una subcultura de artistas, pintores y escritores, representa gran parte del rompecabezas cultural mexicano. Pero lo curioso no es descubrir que las malas palabras se gestan y desarrollan dentro de este suburbio urbano, más bien, en todo el país fluye un lenguaje que todos hemos aprendido y conocemos. Esta verborrea no se utiliza solamente para joder o maldecir al prójimo, sino que ya está integrada altamente al hablar mexicano.

“¡No me chingues! Expresión coloquial que sustituye a los desconfiados ‘no inventes’ y ‘¡no te creo!’ Se utiliza cuando dos personas están en plena corcha tocando un tema de interés…—o sea, chismeando—, y una de ellas dice algo que a la otra le parece de lo más extraordinario, como para, simplemente, no creerlo”.

—Te cuento, mana, la semana pasada detuvieron a Inés y a su novio por faltas a la moral en la vía pública.

—¡No me chingues! Tan bien portadita que se veía.[1]

Las groserías hoy en día las pueden decir no solamente los “incultos” de acuerdo con cierta élite nacional. Sino también dentro de los círculos aristócratas o moralistas, las madres abnegadas pueden expresar: “Dile a tu papá que no esté chingando”. Un estudiante ya puede decir: “Pinche profesor no sea gacho”. Hasta un sacerdote se da el lujo de expresar: “Estas pendejadas sólo las puedes hacer tú hijo mío”.

Sin poder faltar por supuesto la tendencia del mexicano a beber. Si estamos tristes es para olvidar. Si estamos contentos es para celebrar. Cualquier pretexto es bueno para echarnos unos tragos y tener una parranda. La quinceañera de la hija de mi compadre, la boda de Luisito con Lourdes porque se comieron la torta, la graduación de Don Pepe, que por fin terminó la escuela de leyes, Marianita que va a salir del kínder, que linda la niña, porque tenemos nueva sirvienta en casa, porque queremos recibir a los vecinos de buena forma, porque Rebeca por fin se divorció de Pepe quien es un jijo de la chingada, porque hoy hay partido de fútbol, porque hay que apoyar a Guadalupe en su tristeza, no sé cuál es pero hay que apoyar…TOTAL…al mexicano le gusta celebrar la vida, sus tragedias, sus incidentes de a diario, sus rarezas, sus contradicciones, su complejo existir humano.

Al ver todo este panorama cultural discursivo, llegamos a nuestra conclusión, México es una cultura dicharachera, insolente, atrevida, chistosa…este es nuestro sabor nacional.

©David Alberto Muñoz

[1] Editor, María del Pilar Montes de Oca Sicilia. El Chingonario Diccionario de Uso, Reuso y Abuso del Chingar. Otras Inquisiciones, 2011.


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