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CUENTO*

Algún tiempo pasó y Martita seguía con las mismas exigencias, aunque ya con  nueve años, Martita era Marta y la simetría se expresaba de otra forma. El desayuno lo alternaba con fruta, cereales, tostadas y mermelada, a veces…también, su huevo frito— todo colocado en la mesa por orden de color o volumen.

HuevoEstrellado

 Imágenes Internet

Por María Sergia (Guiral) Steen

msteen@uccs.edu

—Exclusiva de Culturadoor.com

Día de publicación: 31- Mayo- 2016

La niña movió la cabeza en señal de desaprobación. ¡La yema del huevo no estaba en el centro en perfecta sintonía con la clara!  No podía aceptar tal falta de belleza. Lo amarillo debía quedar en su sitio, rodeado de la parte blanca cual guirlanda de adorno, impecable— simetría geométrica que se prolongaba en la armonía de  los colores—.

—Ya veo hija, le dijo la madre. Voy a hacerte otro; verás, este quedará perfecto.

Y de nuevo puso la sartén al fuego y rompió de un golpe la magnífica potencia de pollo. Se abrió y ¡zas! Cayó entre el alborozo del aceite hirviendo, pero…la yema se corrió hacia un lado.

—Martita, queda algo ladeado. Creo que es casi… perfecto, míralo.

¡No! La niña disintió y dijo que no se lo podía comer: era feo.

Entonces, decidió llamar a la criada, buena cocinera, para que ella probara y la pequeña se decidiera a desayunar de una vez por todas. La preocupación por la salud de la niña llevaba a todos de calle. Anita tenía menos paciencia que su madre, pero la quería y accedió.  Lo cierto era que todos andaban preocupados pero nadie acertaba a resolver sus exigencias y la mañana con el desayuno era todo un revuelo.

—Martita, mira, lo echaremos despacito; le engañaremos para que crea que no acabará ‘frito’; parece ser que los huevos les tienen horror al aceite. Este huevo es muy hermoso y será oportuno que lo tratemos con respeto y mimo. Mira, uno, dos…despacito…

Y el huevo dio un salto solemne en vertical, entró en el aceite y ni se inmutó. Subida a una silla para ver la operación Martita exclamó: “Anita, tú debes contarle  a mamá cómo engañaste al huevo para que cayera en el centro. Así es bello, le dijo, voy a untármelo todo, empezando por lo blanco hacia lo amarillo”. La yema relucía impecable y se dejaba tocar por la clara suave y virginal —daba pena pensar que el cuadro visual hubiera de durar tan poco—.

Algún tiempo pasó y Martita seguía con las mismas exigencias, aunque ya con  nueve años, Martita era Marta y la simetría se expresaba de otra forma. El desayuno lo alternaba con fruta, cereales, tostadas y mermelada, a veces…también, su huevo frito— todo colocado en la mesa por orden de color o volumen.

Se diría que se regía por una manía congénita procedente de algún antepasado, no la madre. En casa, su disposición también afectaba a los zapatos: de invierno y de verano; de color azul o rojo, más claro o más oscuro. Un día Marta tuvo un sueño durante la siesta y al despertar se la oyó murmurar: “Ya no me importa si la yema cae en el centro o no”. La madre por casualidad la escuchó y le rogó le explicara.

Mamá, se habían concentrado todos los huevos que deseché los últimos tiempos y en señal de protesta cada uno presentó su caso:

“Soy Clara, dijo uno muy  grueso, pero sin color amarillo, después del desahucio de hace dos años, me echaron a la basura y acabé en la India donde, por haberme helado, alguien me rescató y logré beneficiar con mi yema a una familia; hoy solo soy clara como ves. Nunca me despreciaron ni hablaron de mi posición ladeada y mi aspecto ‘algo’ sucio.”

Se presentó otro llamado Kakira diciéndome: “Yo nunca quise ser huevo sino gallina, pero me medio cocieron. Ya ves, ni siquiera conseguí penetrar en el interior de un humano.”

Y finalmente Emile, portavoz de todos se pronunció así:

—Reconocemos que el desecharnos  no fue en consideración a nosotros mismos, sino a nuestra apariencia final ladeada y falta de armonía. Nos gustaría que abrieras nuestra yema— excepto la de Clara que no tiene— y vieras que dentro abrigamos valores únicos a nuestra condición.  No se relacionan con lo que aparentamos cuando nos fríen o cuecen. Es decir, podemos caer mal,  salirnos hacia un lado y cuajarnos de inmediato, pero no por eso somos feos y no contamos. Y esto es a lo que veníamos: a que nos examines y aprecies nuestra esencia.  Llevamos dentro un corazoncito con todas las bendiciones para los humanos. Yo tengo bastante colesterol y no sería lo mejor para quien no lo soporte, aunque te diré que es puro mito. Hemos sido perseguidos injustamente debido a habladurías de algunos enemigos.

—Marta, dijo el llamado Kakira, si me abres verás la cantidad de vitaminas que llevo y no pudo apreciar nadie. De veras, es uno de mis mejores componentes sin olvidarse del valor nutritivo total.

—A lo que venimos, continuó Emile, es que se nos aprecie por nuestra verdadera naturaleza. Albergamos con cariño y cuidado, minerales valiosos y lo que llamáis proteínas; por supuesto, cada uno con su propio estilo y orgullo en cuanto a lo que nos hace valiosos a la causa humana.

—Y las mujeres, agregó Kakira, nos deben mucho porque ayudamos a mantener la línea. ¡Lástima que lo de gallina no me saliera bien!”

Añadieron que la cuestión de la simetría y postura al caer, estaba totalmente reñida con sus valores internos.

Después de la explicación detallada, declaró la madre:

—Imagino  que vas a considerar ahora los adentros. Marta, los sueños son grandes amigos nuestros y en la historia han aportado tremendos beneficios a los pueblos con sus revelaciones; recuerda aquellos de Abraham y la interpretación que José hizo de los del Faraón que le valió un éxito para su pueblo.

HuevoEstrellado2

Sin embargo, aún después de la confesión a su madre, la voz de siempre insistía: “Lo de la simetría pertenece al orden de la belleza y perfección y tú amas eso. No dejes que te lo confundan con las cosas útiles o convenientes.”

—Pues sí, murmuró, pero…

El tiempo vino a dar mayores descubrimientos cuando Marta tuvo que elegir, no huevos o zapatos, sino amigos. Fue cuando apareció Gino en su vida. Su compañero de estudios con 17 años, uno más que ella. Era alto, de frente estrecha, asimétrica, nariz algo protuberante—sin armonía— y labios no muy varoniles. A Gino le gustaba Marta y la perseguía. Y a Marta…

Un día Gino le habló de salir juntos a ver una película o ir a bailar—a Marta le encantaba bailar—. Fue con ocasión de esa intimidad cuando Marta, sin pensarlo, le hablo de su voz “varonil” y de su nariz algo desproporcionada, topada con una frente estrecha. Lo de sus adentros, su carácter de oro, y el sueño que tuvo sobre los huevos fritos quedaron, de momento, para otra ocasión. Gino pareció intuir el rechazo y desapareció. Se le vio hablar con varias muchachas, algunas muy bellas, de las que conseguía mantener toda su atención. Entonces, Marta decidió consultar con su compañera de clase.

—Isabel, he visto a Gino con algunas chicas por el paseo. ¿Sabes algo? Creo que lo extraño.

—Marta, no te entiendo, que si sí, y que si no.

—Isabel sí, tiene cosas positivas; lo entiendo. Pero por otra parte  yo…

—Marta, a Gino se le van los ojos detrás de ti y ni te enteras.

Con las dudas al hombro, indecisa, se fue a casa a cenar porque además de cansada, tenía un trabajo para la clase de química que le llevó unas dos horas completar. A las 12 cayó redonda en la cama.

Y en el sueño aparecieron de nuevo sus amigos los huevos. Eran: Emile, Kakira, Clara y los otros.

—Marta, dijo Emile, ahora te entendemos un poco  más y quisimos venir a decirte que estamos orgullosos de ti porque sabes considerar el interior, no solo la apariencia, aunque… eso no es todo  y aquí viene la cuestión sobre tu amigo Gino.

—Mejor lo entiendo yo, le interrumpió Clara; te envidio. ¡Quién querrá apostar por mí sin mi hermosa yema!

Y Emile, siempre de portavoz, le dijo:

—Marta, así las cosas, deseamos decirte la verdad  sobre tu compañero de clase: ‘Gino no puede cambiar de nariz’. Pero es solo su apariencia. Además, considera que  los huevos centrados o las narices grandes pueden ser bellos o no, todo es cuestión de gustos.

Se despertó, y fue a buscar la foto que Gino le dio en su cumpleaños.

¡Pero era posible!, se dijo; la nariz y la frente se perfilaban proporcionadas y  tremendamente varoniles, ¡bellas!

——-

(*) Este cuento forma parte del libro El costurero. Y otros cuentos, publicado por Editorial Orbis Press, ya en circulación. Más información y para adquirirlo:

En Editorial Orbis Press:

http://www.orbispress.com/imagenes/imaginacion/el_costurero.htm

 

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