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Cuento / Short Story
Fui acostumbrándome a la oscuridad y el calor de la noche estrellada. El miedo cedió a la tranquilidad de aquel manto parpadeante que me conmovía. La furia de la tierra ya no representaba peligro en ese momento. Las estrellas, dueñas nocturnas, lo capturaban todo.
El autor Manuel Camacho observa el tráfico en el malecón de La Habana. Fotos: archivo de Culturadoor.com
Por Manuel Camacho
manuel.camacho@deltacollege.edu
“Sólo las estrellas / Just the stars” pertenece a los cuentos del libro ¿Tienes papeles? … Got Paper? que próximamente Editorial Orbis Press estará produciendo en versión bilingüe español e inglés.
—Exclusiva para Culturadoor.com—
Día de publicación: 27-junio-2020
Sólo las estrellas
Northridge, California 1994
Cuando empezó el terremoto, la fuerza telúrica me sujetó agitándome de arriba abajo. Me fue imposible salir de la cama. Sospeché que sería el fin, que el cielo se desplomaba. El rugido de la tierra era ensordecedor, aniquilador, no podía gritar. Los diez o veinte segundos de esa acometida aterradora me condujeron al pavor. Las típicas imágenes que repasarían mi existencia no se sucedieron. Adopté una posición fetal y lo dejé todo atrás. Me despedí de la vida.
Sin embargo, la sacudida cesó. Era de madrugada, la oscuridad total. Por instinto salté de la cama y me apresuré a la puerta. En el umbral me di cuenta que estaba vivo y desnudo, lo cual no era alarmante. Me llamó la atención el silencio de aquella noche, como si la madre tierra nos hubiera impuesto en castigo callar. No se percibía ningún sonido de motor, gritos de pánico o dolor, voces solidarias, nada. El seísmo nos hizo enmudecer. Pero en el cielo las estrellas me acompañaban. Se revelaban en todo su esplendor, desnudas también. Sentí el impulso de incorporarme a ellas, ser una más, con luz propia, distante, parte de su constelación; convertidas en testigos vivientes del génesis, inmóviles ahora pero palpitando igual que mi espíritu. Las contemplaba. Parecían contentas de asociarse, estar juntas. Me uní a ese sentimiento alegre de pertenecerles porque, fijas en un remoto pasado, me acostumbraría pronto. Por ahora me forjaba un punto donde pudiera alinearme en el velo estelar. No dejaba de mirar el cielo. Cada destello proyectaba una fisionomía única. De pronto la tierra anunciaba una embestida y regurgitaba como intoxicada. Luego aumentaba la desolación y la noche absorbía el silencio.
Fui acostumbrándome a la oscuridad y el calor de la noche estrellada. El miedo cedió a la tranquilidad de aquel manto parpadeante que me conmovía. La furia de la tierra ya no representaba peligro en ese momento. Las estrellas, dueñas nocturnas, lo capturaban todo. De vez en vez, una estrella fugaz cruzaba errante por un segundo, como un silbido que apagaba los rugidos de la tierra. Así repasé fugazmente los rostros que permanecieron en mi mente. Sospecho haber recordarlos todos, alejados allá en lo más alto junto a los diminutos astros, reluciendo dichosos, ordenados en el tiempo.
No supe los daños ni la destrucción que causó el temblor entonces. Por un instante me creí abandonado y pensé que no había quedado nada, que nadie me acompañaba, sólo las estrellas.
Just the stars
Northridge, California 1994
When the earthquake started, the telluric force froze me, shaking me from top to bottom. I found it impossible to get out of the bed. I suspected it was The End; that the sky was falling on us. The roaring of the Earth was so deafening and annihilating, I couldn’t even scream. The ten or twenty seconds that this terrifying offensive lasted drove me to utter panic. The typical images recounting my whole existence did not flash in front of my eyes. I rolled into a fetal position and left everything behind and bid my life goodbye.
Yet, the shaking ceased. It was very early in the morning, and the darkness was overwhelming. Instinctively, I jumped out of the bed and hurried for the door. At the threshold I realized I was alive and naked… but that did not worried me. What startled me was the silence. It was like Mother Earth had decreed, as punishment. There was stillness, no engine sounds, no panic or pain screams, no comforting voices, nothing. The seism muted us.
But, in the sky, the stars gave me company. They shined in full splendor, naked as well. I felt the impulse to join them, be one of them, with my own light, distant, part of their constellation transformed into a living witnesses of The Genesis, now stagnant but beating, just like my spirit. I contemplated them… they seemed to be happy to be part of something bigger, to be together. I joined that happy feeling of being part of them because, fixed to a remote past, I could too, get used to that. For now, I was creating an axis I could use to align myself to that stellar backdrop. I never stopped looking up. Each flickering revealed a unique physiognomy.
All of a sudden, the Earth announced a new contraction and regurgitated, as it was intoxicated. My desolation grew and the night soaked up the ensuing silence.
I became accustomed to the darkness and the warmth of the starry night. Fear crumbled before the comfort that this great, pulsating tent afforded me. The fury of the Earth did not represent danger at that moment. The stars, owners of the night, enveloped everything. Once in a while, a shooting star would cross, erratic for a second, as if it was a whistle calming the roars of the Earth. That’s how I recounted it, and as a flash, the faces embedded in my mind. I suspect I remembered each one, far and close to the highest, diminutive, celestial bodies, shinning cheerfully, in timely order.
I did not find out what damage or destruction the tremor causes back then. For an endless time I felt deserted and I thought nothing had survived; no one was there, just the stars.
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