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Covibodas, compras espectaculares online, negación del Covid, gentíos sin cubrebocas, pérdida de la noción del tiempo, pascua sin familias, contagios masivos de empleados, fin de los abrazos y la felicidad en los salones, mariachis y tacos para olvidar… todo esto produce el bicho raro!…
CREACIONES ESCOLARES
Imágenes de estudiantes y del archivo de Culturadoor.com
En el curso Online de Taller de Periodismo y Creación Literaria Span 3400 de California State University-Stanislaus, se abordó el género de la crónica definiendo el concepto y explicando sus características además de mostrarse ejemplos. Posteriormente se solicitó a los estudiantes escribieran crónicas reflejando sus realidades inmediatas, emitiendo opiniones y vertiendo emociones. Sacaron ventaja del carácter híbrido de la crónica, mezcla de periodismo y de literatura, registrando lo que está sucediendo en los pueblos y ciudades que rodean nuestro campus universitario como Turlock, Merced, Los Baños, Ceres, Modesto, Stockton. Los textos que se presentan a continuación son fruto de este ejercicio y consignan lo sucedido en las vidas de los estudiantes y sus familias, capturando el impacto regional a un año de la pandemia, fenómeno que no sufría la humanidad en más de un siglo. Muestran la perspectiva mexicana-latina escrita en español y el resultado es impresionante por la alta participación, por la descripción de lo que sucede en nuestras comunidades y por el contenido emotivo y reflexivo. Estas crónicas son un valioso testimonio y ejemplo de que este género despierta el interés y la curiosidad de los estudiantes por registrar lo que les rodea, además de sentirse motivados por publicar por primera vez.., ¡Felicidades!
Dr. Manuel Murrieta, instructor del taller y editor. Contacto: mmurrieta@csustan.edu
Textos de Alejandra Gutiérrez, Sarai González, María Peña, Sophia Kline, Erika Pérez,
Yolanda Hernández, Nereida Ramos, Yajahira Castellanos, Silvia Pimentel, Lus Rodríguez y Ariana Herrera.
Día de publicación: 7-abril-2021
Del Curso “Periodismo y Literatura: Taller Creativo en español. Span 3400”, California State University, Stanislaus.
Los niños regresan a la escuela
Por Alejandra Gutiérrez
Son las 2:25 PM y suena la campana de la escuela. ¡RING! ¡RING! Todos los estudiantes se alinean fuera de su salón de clases. Cada estudiante tiene puesta una máscara. El clima se está volviendo más caluroso, por lo que usar una máscara es aún más difícil para ellos debido al calor. El maestro dice: “¡Máscaras sobre tu nariz! ¡Recuerda que debemos estar libres del virus!” Antes, recuerdo haber visto a los estudiantes sonreír y estar felices de volver a casa. También recuerdo ver a los estudiantes tomados de la mano y despidiéndose de la maestra con un abrazo. Ahora, se ven obligados a pararse a 6 pies de distancia y no entrar en contacto cercano entre sí.
Entro en el cafetería y oficinas y todo huele a producto de limpieza. El olor áspero del alcohol llena tu nariz y en cada esquina hay un dispensador de desinfectante para manos. El aire en los edificios sabía a alcohol y Lysol. Todo se siente súper limpio y también se puede encontrar un trabajador que se asegure de que todo esté desinfectado. Caminando por los pasillos, me asomo a un salón de clases y ya ni siquiera parecen salones de clase. Lo que era un lugar colorido ya está lleno de regulaciones CO-VID. Los escritorios de los estudiantes están muy lejos unos de otros y todos tienen un plástico en su escritorio que los mantiene más aislados.
El final del día en la escuela no es lo que antes era. No se pueden ver las preciosas sonrisas de los estudiantes. La cantidad de interacciones es limitada. Me entristece que ni siquiera pueda darles un abrazo a los estudiantes. CO-VID ha afectado mi vida de muchas formas diferentes, pero no pensé que afectaría mi felicidad en el trabajo. ¡Estoy ansiosa para el día en que pueda abrazar a los estudiantes y ver sus hermosas sonrisas!
La triste realidad
Por Sarai González Villafaña
Después de once meses en cuarentena y trabajando desde casa, por fin el Distrito Escolar de Stockton, CA, nos informó que había posibilidades de regresar a las escuelas y abrir nuevamente los salones de clase para los estudiantes. Pero no sin antes estar todos protegidos. Por lo tanto, todo el personal que pertenece al área Educación, sería vacunado.
Una mañana de febrero, recibimos el enlace para registrarnos y escoger el día para vacunarnos. Activé mi registro y sin pensarlo dos veces escogí la cita que estaba disponible. Se llegó el día de la primera dosis y fui a la oficina; llegué, entré, me vacunaron y salí. A los 21 días se llegó el día para mi segunda dosis. Nuevamente llegué, entré, me vacunaron y salí. Para el 15 de marzo yo ya cumplía con el requisito más importante para regresar a las aulas, “estar 100% vacunada.” Cabe mencionar que en ambas ocasiones el proceso duró menos de 30 minutos. Sin duda alguna la Oficina de Educación del Condado de San Joaquín (SJCOE) hizo una excelente labor.
Bueno, – ¿Y ahora qué sigue? me pregunté. Pues comenzar a preparar todo para que cuando los estudiantes regresen estemos listos. Y así fue cómo comenzó nuestro trabajo de limpieza en el salón de clase. Tendríamos que organizarlo todo y seguir todos los protocolos de acuerdo a la CDC. El 30 de marzo volví a mí área de trabajo por primera vez. Todo se veía tan diferente, se podía percibir la tristeza en el aire, se respiraba soledad y nostalgia en el lugar. Pasé mi mano por uno de los muebles y mis dedos arrastraban el polvo acumulado durante todo este tiempo. Ese salón de clases al que yo regresé, definitivamente no era el mismo que dejé cuando todo este caos comenzó. En marzo del 2020 aquel salón era alegre, se inhalaba la felicidad y se podía observar la alegría en cada uno de los pequeños. Gozando y disfrutando todos los días como si fuera el primero, así era como se vivía. Pero todo eso ya no está, se acabó la alegría y la felicidad en los salones de clase. Lo único que nos queda ahora son espacios con tres pies de distancia uno del otro, mesas con divisiones visibles y en cada división un protector de plástico duro. Todo esto para que ningún estudiante tenga la oportunidad de interactuar con alguien más.
¡Qué triste ambiente! Los pequeños tienen la ilusión de volver a esas aulas llenas de felicidad y alegría. Pero eso ya no existe más. Lo único que nos queda actualmente es soledad, distanciamiento y pena por la nueva realidad. Ahora esto es todo lo que podemos ofrecer a los estudiantes. Creo que todos, tanto el personal educativo como padres y estudiantes, anhelamos poder regresar a los salones de clases de una manera normal. Pero para que todo esto suceda y podamos de algún modo volver a la regularidad, debemos seguir cuidándonos y no podemos bajar la guardia.
La nueva forma de hacer compras durante la pandemia
Por María Peña
Eran ya las dos de la tarde del primero de abril y me preparaba para salir rápidamente a recoger mis artículos a la tienda…los había ordenado en línea a la hora del desayuno mientras disfrutaba una taza de delicioso café colombiano. Tengo la aplicación de la tienda Target en mi teléfono desde la cual puedo ordenar lo que quiera, y después ir a recogerlo a la tienda, si, ¡así de fácil! Al comienzo de la pandemia en marzo del 2020, todavía seguía entrando a los supermercados, tomando todas las precauciones, pero aun así me sentía nerviosa y paranoica; el instalar la aplicación de Target en mi teléfono, me pareció la mejor idea del mundo, ya que es además una de mis tiendas favoritas. Se acabaron las filas, el estrés, los nervios y ahora tengo más tiempo para hacer otras cosas durante el día.
La tienda de Target a la que voy queda a menos de cinco minutos de mi casa, y está localizada en la ciudad Modesto, CA; voy al menos dos veces a la semana, aunque hoy me costó más salir de casa por el intenso calor que estaba haciendo, y a veces tengo que esperar más tiempo parqueada, porque hay muchos pedidos pendientes. Al parquearme estaba dispuesta a esperar pacientemente a que me llevaran las compras al carro; cuando llegué me parqueé en el área asignada a las compras en línea, mientras enviaba el texto desde mi teléfono avisando de mi llegada. Esperando dentro de mi carro y debido al calor, parecía que el tiempo transcurría muy despacio, y aun con el aire acondicionado prendido no me sentía confortable.
De pronto, llamó mi atención una camioneta negra y reluciente que se parqueó en el espacio frente al mío. Cuando se abrieron las puertas, salieron de repente uno tras otro, tres niños, de diez, ocho y siete años, ¿cómo lo sé?, soy buena adivinando edades. Noté sus rostros colorados por el calor y sus cabelleras pegadas por el sudor, pero ellos a pesar de eso, lucían radiantes y felices, luego pude ver cómo su madre, una mujer alta y estilizada los tomaba de la mano para dirigirse hacia la puerta de la tienda; cuando de repente, se detuvo mirando hacia su auto con expresión de impaciencia…cogiendo por los brazos a los gritones chiquillos que rezongaban al unísono, vi para mi sorpresa que la angustiada mamá se devolvía hacia el parqueadero con apuro. Abriendo las puertas de su carro, mientras sus críos saltaban y peleaban corriendo alrededor, por un momento sentí la angustia de la pobre mujer que trataba de sacar múltiples máscaras de distintos tamaños de la guantera. La valiente madre trataba una y otra vez de acomodar las máscaras sobre los pequeños rostros, después de varios minutos pudo al fin conducir a sus niños hacia la puerta de la tienda.
Mientras desparecían de mi vista…respiré aliviada, pero al mismo tiempo sentí un extraño sobrecogimiento al entender el significado de lo que acababa de presenciar. La verdad es que el mundo como lo conocíamos ha dejado de existir, a los ojos de aquellos inocentes infantes, el mundo está ahora invadido por los virus sin rostro.
Vibró mi teléfono y, al alzar mi mirada, vi un rostro sonriente que llevaba en su carrito mis bolsas, levanté mi teléfono para enseñar mi código a través de la ventanilla, abrí el baúl de mi carro, en donde fueron depositadas mis compras, di las gracias y partí con la satisfacción del deber cumplido…rumbo a casa, a servir la cena.
Una salida de la pandemia
Por Sophia Kline
Hace una semana, me desperté pronto con el sonido de mi alarma, el sol de la mañana apenas visible a través de mis persianas. Lo único que separó este día del resto era que fue el día en que recibí la segunda vacuna. Ya sabía después de la primera vacuna que es buena idea comprar Pedialyte del mercado para ayudar su sistema con crear anticuerpos. Así que preparé mi bicicleta y monté hacia el Dollar General en el centro de Hughson. Es un pueblo californiano mucho más pequeño que la ciudad famosa de Houston, Texas, pero todavía la gente se confunde mucho. Había esperado este día por mucho tiempo porque fui la última persona de mi familia en obtener la vacuna y tenía ganas de platicar y comer con mi familia este domingo de Pascua. Mientras pasaba por delante de la escuela, noté que había muchos estudiantes andando con sus amigos sin mascarillas, y no siguiendo las reglas sanitarias puesto en el lugar por la escuela. Aunque ahora estamos acercando al final de la pandemia, a veces me siento como si mucha de la gente de Hughson nunca se hubiera preocupado por el peligro verdadero que viene con negar el COVID-19. Llegué al mercado y antes de entrar saqué mi mascarilla reutilizable para cubrir mi nariz y boca. Olía el interior como plástico y comida en caja. Oler cosas diferentes en un mercado siempre me pone nerviosa porque no puedo dejar de pensar en todo lo demás que podría entrar por mi mascarilla. La ajusté para asegurarme y seguí para el Pedialyte. Intentaba imaginar el mundo antes, yendo a este mercado con mis amigas para comprar cosas de fiesta. Pero es difícil imaginar cómo el mundo volvería a lo normal después de todo eso, un mundo en lo que no tienes que cubrir la boca cuando sales ni cuando te acercas a otra gente. Conseguí la bebida y traje mis cosas a la caja para que la mujer a través de una pared plástica pudiera empezar a escanearlas. Siempre la reconozco por sus ojos azules y pelo largo, pero nunca he tenido la oportunidad de ver su cara completa. Hice la transacción tan rápido como pudiera para quedarme dentro del mercado por el menor tiempo posible. Volví a mi bicicleta y me lavé las manos con el “sanitizer” de mano. Igual que las mascarillas, yo sé que mi “sanitizer” afrutado siempre va a ser un símbolo de estos tiempos difíciles. Espero que, con el tiempo, volvamos a una realidad en la que no tengamos que cargar este peso sobre nuestros hombros porque yo estoy cansada. Ojalá la vacuna nos facilite este camino para seguir adelante. Te recomiendo que bebas el Pedialyte.
La gran necesidad…
Por Erika Pérez Macías
Llevaba apenas tres meses trabajando en la tienda Ross. Comenzaba mi turno como cualquier otro día, a las 6 de la tarde. Mi manager llegó para tomarnos la temperatura a todos los que comenzábamos nuestra jornada. Mientras esperaba observé que la fila para pagar era enorme, larguísima. Muchas familias y personas solas yendo de compras. Pensé, apenas es dos de abril, comenzamos el mes y las personas ya compran su ropa de verano, es increíble. Me vino a la mente cómo es que hace un año las cosas eran tan distintas, hace exactamente un año todos nos quedábamos en nuestras casas aterrorizados, no salíamos si no era para lo esencial.
Mientras comenzaba mis labores pasaba junto a mí una señora de aproximadamente cuarenta años, sin cubrebocas. Me quedé sorprendida, ¿cómo es que está dentro de la tienda sin cubrebocas? para mí que el personal de seguridad no la vio entrar. Quería decirle que tenía que usar una mascarilla pero recordé todos esos videos escandalosos que la gente sube a redes sociales donde las personas se pelean por el uso del cubrebocas, así que me detuve. La mujer se perdió de mi vista por unos veinte minutos, después la volví a ver y seguía sin usar el cubrebocas, nadie le dijo nada.
A las siete de la noche la tienda estaba al máximo de capacidad, la fila para pagar seguía larguísima, puede ser que la gente no pueda esperar a comprar ropa y zapatos. ¿No piensan la cantidad inmensa de gente que ha tocado los artículos?. Para mi, no es tan necesario ir a comprar ropa, eso puede esperar, pero al parecer para muchos es una gran necesidad. Por supuesto, en la fila las personas no respetaban los seis pies de distancia, por mucho estaban a tres pies uno del otro.
Todos los días pienso que corro el riesgo de enfermarme por trabajar ahí. Al final de mi jornada de trabajo fui al baño y lavé mis manos. Las lavé porque toqué tantos artículos, ropa, zapatos, trastes, juguetes, cobijas y mucho más. La verdad es que no sabemos con seguridad si las personas que visitan la tienda están todas sanas y sin COVID-19, es mejor prevenir. Me di cuenta que poco a poco las personas van perdiendo interés por el virus y se está haciendo algo muy común, ya no tan peligroso o intimidante como hace un año.
Pascua en contingencia
Por Yolanda Hernández
Este domingo 4 de abril, me he despertado a las 5 de la mañana para dirigirme a mi trabajo en la tienda Dollar Tree, ubicada en Ceres, California. Esperando mi raite, fuera de mi casa tuve la sensación que este día de Pascua no sería igual. En cuanto llegó mi raite, al subirme al carro tuve que empezar a tomar mis precauciones para cuidarme y para cuidarlos. ¡Con tapabocas es ahora como acostumbro ver a mis compañeros!
Al momento en que la tienda abre sus puertas, pude observar que los clientes no estaban emocionados por el día de Pascua. Tal vez no podría ver sus caras completas pero en sus ojos se notaba una tristeza inmensa que transmitían sus miradas. A eso de mediodía, la tienda se empezó a llenar de gente y las filas para pagar se alargaban cada segundo más. Yo me sentía opacada ya que los clientes molestos porque no les tocaba su turno para pagar, otros que no tomaban precauciones y uno que otro sin tapabocas sin importarles el bienestar de los demás.
Ya cansada y enfadada salí del trabajo, con unas ganas inmensas de poder llegar a mi casa y ya no estar lidiando con esos clientes molestos. En cuanto llegué a mi casa, desde la ventana de la cocina vi a mi mamá preparando unas piernas de pollo para asarlas en la parrilla. Yo en mi mente muy emocionada pensé que tal vez mis tías vendrán a pasar la Pascua en nuestra casa. Emocionada le pregunté a mi mamá, pero lastimosamente ella me dijo que nadie vendría. En ese momento sentí tristeza ya que los años pasados solíamos pasar esta temporada con toda la familia…Festejemos los días importantes en grupos pequeños para así poder seguir festejando los futuros eventos todos juntos, en familia.
¡Bicho Raro!
Por Nereida Ramos
La mañana se encontraba un poco soleada y decidí ir a Modesto a comprar comida ya que era domingo y quería salir de esta rutina tan abrumadora de estar en casa enfrente de una computadora. Era un fin de semana y al llegarse las 12 del mediodía, salí de camino a un restaurante mexicano llamado José. Mis planes era comprarme unos tacos de birria y barbacoa para la familia, ya que a todos les encantan. Llamé al restaurante para pedir la comida por adelantado y así traerla para mi casa. Cuando llegué al restaurante, noté cómo los estacionamientos estaban repleto de carros, parecía ser un lugar muy prestigioso, pero también estaba un poco escondido y reducido de estacionamiento. Finalmente encontré espacio para estacionar mi carro. Pasaron los 20 minutos que me dijo la muchacha en el teléfono y me dirigí al restaurante por mi comida. Al acercarme, miré una inmensa línea de personas desde la puerta hasta la esquina donde estaba. Yo tenía entendido que el restaurante era muy pequeño y angosto, pero tenían una lona en el patio para que las personas comieran afuera y así mantuvieran espacio y distancia. Escuché desde la línea donde estaba la música del mariachi regional dentro del restaurante. Parecían celebrar algo, quizá un cumpleaños. Escuché a una muchacha que estaba frente de mí decir que su tiempo de espera le tomaría de treinta minutos a una hora para tener una mesa libre. Estaba confundida si tenía que esperar todo ese tiempo o si podía solo caminar por mi comida hacia la entrada. Me sentía incómoda porque eran pocas las personas que tenían un cubrebocas en la línea y no tenían una distancia social considerable como una medida de cuidado durante esta pandemia. Me sorprendió que los del restaurante no les dijeron nada hasta que miré que uno de los trabajadores salió para afuera sin cubrebocas, entonces fue cuando me di cuenta y contesté a mi pregunta. Con mi cubrebocas bien puesto, caminé hacia la entrada y noté cómo personas se molestaron que pasara sin estar en línea, yo solo quería preguntar por mis tacos. Decidida, me acerqué al señor de la puerta y pude sentir las miradas de las personas enfocadas en mí. Me sentí como fuera de lugar, como un “bicho raro” en mi pueblo porque yo sí tenía cubrebocas. Le pregunté por mi orden al joven y le dije que había llamado y ordenado mi comida por teléfono. Me dijo que pasara a la recepción, pero al mirar la entrada, pensé que no iba a caber de ver tanta gente asombrada esperando por la mesa. Como pude, me hice un espacio y entré a la mesa principal para mi comida. Pude ver cómo tenían a los mariachis alrededor de las mesas donde la gente estaba comiendo. Las personas parecían tener una vida normal dentro del restaurante y olvidé por un momento este tiempo tan frustrante y lleno de temor. Miré en sus rostros la alegría y cómo la música alegraba esos corazones y su alma que por meses estuvieron encerrados. Me acerqué a la muchacha y le pedí mi orden. la entrada seguía completa de personas, pero yo estaba feliz de tener los tacos en mis manos. Al llegar a mi carro, me di cuenta de cómo hemos llegado a un punto donde nos olvidamos de nuestra realidad y el temor que algún día esta pandemia nos ocasionó…ahora con un toque de música y un platillo mexicano se nos olvida todo.
¿Sin miedo o en desesperación? ¿Qué tanto es tantito?
Por Yajahira Castellanos
Abril del 2021, a más de un año de que el ya tan conocido Covid-19 se convirtiera en la pesadilla para el ser humano, parece que una nueva etapa de desesperación por volver a la normalidad ha llegado. ¿Qué es lo que está sucediendo? Siendo California uno de los estados con más víctimas de esta pandemia, finalmente parece haber una esperanza con la disponibilidad de la vacunación. Al igual que muchos de ustedes, mi familia y yo hemos sido partícipes de ese grupo de ciudadanos que hemos mantenido las restricciones lo más pegadas posibles a nuestras vidas por el transcurso de todo este año. Con temor de ser una víctima más de esta enfermedad decidimos aislarnos prácticamente de todos, dejando de convivir con amistades, sin poder salir a aventurarnos e incluso sin visitar a nuestros seres queridos que viven en México. Así como estamos aquellos que nos cuidamos lo mejor que nos ha sido posible y priorizamos la salud de nuestros familiares, también están los que no le han tomado la mayor importancia a esta pandemia…
A esta fecha ya están distribuyendo tres tipos de vacunas: Pfizer, Moderna y la de Johnson and Johnson. Siendo habitante del condado de Merced y particularmente viviendo en Los Baños yo aún no soy candidata para obtener la dosis de la esperanza; vivo con mi familia y temo por su salud al igual que ellos se preocupan por la mía. Desde la primera aplicación de la vacuna a los adultos mayores se han comenzado a abrir poco a poco los negocios con modificaciones. Lo que a mí en lo personal me ha impactado, es la desesperación con la que todos están saliendo y dejando el miedo a enfermarse. Los Baños es una ciudad pequeña o podría decirse que es un pueblo en donde no hay muchos lugares para salir a divertirse, pero en la calle principal que es el Bulevar Pacheco hay diferentes restaurantes y pequeñas tiendas. Durante dos días me he dado la tarea de salir a recorrer la calle en distintos horarios, sorprendentemente hay largas filas en los negocios de comida rápida, me detuve por una bebida refrescante de fresa en Starbucks y la espera fue eterna. No solo ese establecimiento tenía la línea de carros sin final. Es precisamente la desesperación por salir del hogar en busca del más mínimo pretexto para distraer la mente, los jóvenes han perdido el miedo de asistir a eventos con aglomeraciones, y los adultos de igual manera enfadados del encierro salen, pues total:
-¿Qué tanto es tantito?…
Lamentablemente mi punto de vista es diferente y quizá eso se debe a que aún no tenemos en nuestro sistema inmunológico la tan esperada vacuna. Me llena de impotencia y desesperación el querer recuperar el estilo de vida que anteriormente tenía y del que estaba tan agradecida. Al ver los establecimientos en su máxima capacidad y adolescentes saliendo de fiesta es un poco frustrante. ¿Será que tal vez yo estoy pensando demasiado y que debo de aprender a vivir con esto? O tal vez debería aventurarme al mundo sin miedo. Lo cierto es que cada quien va a su paso y está bien respetar las decisiones que cada uno lleve en su vida, después de todo los establecimientos ocupados brindarán trabajo para más personas, y el permanecer en casa también ha tenido efectos negativos en estados de salud emocionalmente. Al igual que en Los Baños, mayor parte de California y del país entero están teniendo situaciones similares en las que ya no se mantiene el respeto de medidas o regulaciones. No se sabe qué es lo que nos depare el destino con más vacunas para todos o con más infectados por no haber podido esperar un poco más de tiempo. Lo único que debemos seguir es lo que sea mejor para cada uno de nosotros y cuidarnos sin temor pero con responsabilidad…
Nada es para siempre, todo es temporal
Por Silvia Pimentel
Me desperté, sentía mis ojos pesados y cansados de sueño, pues la noche anterior no había dormido lo suficiente. Levanté mi mano izquierda para ver mi reloj y,entre dormida, miré que eran las 8:30 a.m. En mi mente hacía un recuento de mis acciones ya que me dormí a las 3 de la mañana organizando y editando tareas que dejé listas para mandarlas a los profesores de español y literatura. Me levanté muy tranquilamente, aunque desvelada y me dirigí al baño. Me estaba lavando la boca y miré mi rostro cansado y arrugado enfrente del espejo. Pensé, qué demacrada me veo y necesito una exfoliada en mi cutis, ya las arrugas se me están notando cada vez más. Fue como un Déjá Vu y me asusté, sentí en mi pecho una angustia tan grande como si hubiera cometido un delito. Leventé mi mano izquierda y miré mi reloj estáticamente, perdí noción del tiempo, del lugar, sentía que algo no estaba bien. Reaccioné y me susurré a mí misma, “Hoy es viernes, ¡primero de abril!” Me exalté por un segundo y, cómo quien ve una película en su mente, así reaccionó mi cerebro. Lo único que en mi mente estaba era “Silvia, vives en Merced, California y Abraham, mi hijo mayor, tiene una cita en el dentista en Ceres a las 10 a.m. y son las 8:30, tardas media hora en llegar. Y todavía nadie de tu familia está listo, ni ha desayunado”. Mi gran temor era perder la cita y que me cobraran la consulta sin haber sido atendida. Titubeé insegura y continúe, “¡No, hoy es jueves, primero de abril, la cita es mañana viernes!”. Y respiré profundo, fue un respiro de alivio y de despreocupación y me seguí lavando lo dientes y a la vez estaba haciendo cuentas, cuántas horas había dormido toda la noche, conté cuando mucho cuatro horas y media, ya que me estuve despertando entre la noche con el pendiente de terminar mi tarea. Me fui directo a la cocina para prepararles desayuno a mis hijos. Les preparé dos opciones a mis hijos, unos ricos huevos fritos con chorizo y cociné una sopa aguada. Mi cocina olía delicioso, ese desayuno me levantó el ánimo e hizo que se olvidara mi cansancio.
Después de desayunar y ver a mis vecinos, unos entran, otros salen y muy poco cruzar conversación, pero escuchar sus conversaciones al pasar cerca de mi casa. Lamentablemente es la situación que mucha gente vivimos en estos días de pandemia y que estamos experimentando la expansión del coronavirus. Vivimos un mundo acarrereado donde perdemos la noción del tiempo y se nos olvidan la fechas del día y hasta la hora de nuestras citas. Durante este tiempo, he podido observar que mucha gente toma las debidas preocupaciones, ha seguido su vida tal y como era antes, otras han sabido aprovechar el tiempo continuando sus estudios en línea y otros que, debido a la situación actual, sólo pierden su tiempo desvelándose, mirando la televisión o andando en las calles. No sabemos cuánto tiempo tarde en cambiar esta situación actual, pero mientras tenemos que guardar distancia y cubrirmos la boca por nuestra propia salud y la de nuestros hijos. Hay que aprovechar bien el tiempo y hay que recordar que toda situación es temporal….
Nuestra “Covid boda”
Por Lus Rodríguez
Al principio, todo fue un cambio muy drástico ya que mi rutina de vida cambió de siempre andar de arriba para abajo a tener que estar en casa casi todo el día. Ya no tenía que manejar a la escuela ni ir a trabajar, ahora todo es en línea y para mí fue un poco difícil. Yo sólo contaba las horas para que fueran las cinco de la tarde y poder salir a estar el resto de la tarde con mi novio.
Llega septiembre tan rápido, pero tan lento a la vez, que mi prometido y yo decidimos llevar a cabo nuestra “Covid boda.” La misa fue lo más restringido, sólo pudieron asistir 20 personas en la iglesia, pero en el salón de fiesta todo normal. Tuvimos una fiesta muy tradicional con muchos invitados y con nuestra luna de miel en Pompano Beach, Florida. Aunque sí había restricciones andábamos del tingo al tango por toda la ciudad y en la playa sin la mínima preocupación.
Ahora que vivimos juntos, en Sacramento, California todo es diferente, especialmente con la pandemia. En el área de Modesto y sus alrededores podíamos andar en los tacos de la avenida Crows Landing como si nada, pero aquí es diferente. Al principio todo estaba cerrado, me estaba volviendo loca, ahora en cambio disfruto un poco de poder ir al gimnasio con las medidas necesarias. Disfruto mucho cocinar en casa y hacer comidas que jamás me atrevería hacer. También, he disfrutado de hacer mis tareas y no sentir la presión de tener que manejar lejos a la universidad. Los fines de semana vamos de paseo a los campos y bosques cercanos y es tan maravilloso respirar aire puro y ver los pájaros, economizar en las salidas y también aprender a sanar espiritualmente. Creo que este cambio me ha ayudado a conocer un poco de mí y mi forma de ser y he aprendido mucho en controlar mi actitud y no enojarme tanto. Siento que le “bajé la velocidad” a mi vida y ahora trato de llevar paso por paso y cumplir metas realistas.
Casita de Pollos
Por Ariana Herrera
Antes de que empezaran los cambios repentinos, recibí un mensaje de mi empleador demandando un nuevo sistema en el restaurante de Chick-fil-a en el que yo trabajo como gerente. En las últimas semanas muchos de los empleados se habían contagiado del COVID y no podíamos perder más de ellos ya que estábamos batallando en el restaurante por lo ocupado que siempre estamos. Nos reunimos la noche anterior para crear un plan para prohibir contacto entre los empleados.
Ese día nunca lo olvidaré. Al entrar al restaurante se podía oler el desinfectante y eso que yo tenía una mascarilla que era mandada por la corporación. El lugar familiar del restaurante ahora era desconocido. Todas nuestras mesas estaban revueltas para que los empleados de la cocina no pudieran interactuar con los del frente durante los descansos. Y después de esa separación, los dos grupos fueron divididos una vez más en tres grupos. Pasé por las mesas tocando la que pertenecía a mi grupo, el rojo. Lamentando lo ocurrido, eché un vistazo a mi gerente favorita que ahora se sentaba en la mesa azul. Ahora no podríamos trabajar juntas y darnos codazos con lo cercano que estábamos en el restaurante cuando preparábamos la comida para los clientes.
Me preparé para empezar mi turno empezando por lavarme las manos que ahora era una orden lavárselas cada 30 minutos. Después me puse guantes llenos de polvito para ayudar a deslizarlas. Éstas también se tendrían que cambiar a los 30 minutos. Durante todo mi turno no vi ni pude hablar con mis compañeros ya que el director nos regañaría si nos miraba a menos de seis pies de distancia. Antes no había campo para todos los empleados ya que andábamos encimados tratando de sacar la comida lo mas rápido posible. Pero ahora tengo que gritar para que me escuchen del otro lado del restaurante. Cuando me mandaron para tomar órdenes al aire libre, nos pusieron en unas burbujas amarillas para poder mantener nuestros gérmenes adentro o mantener los de los clientes afuera. No era pesada pero seguía golpeando las mesas y carros de los clientes por no estar acostumbrada. Tristemente muchos empleados fueron despedidos porque no había lugar para tantos y hoy me siento más sola sin todos mis compañeros….
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